Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de noviembre de 2008 Num: 714

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los mermas
ROGER VILAR

La noche es blanca
YANNIS KONDÓS

Línea 1
LEANDRO ARELLANO

Margo Glantz ensayista
RAÚL OLVERA MIJARES

Otoño Líquido
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Karajan tras la partitura del gesto
CARLOS PINEDA

Juan de la Cabada: imagen y palabra
AMALIA RIVERA

De la Cabada guionista
RAFAEL FERNÁNDEZ

Contra la voluntad de originalidad
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con JOSEP GUINOVART

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
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Directorio
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Juan Domingo Argüelles

Antonio Leal: Poeta frente al mar

Más allá de antecedentes historicistas, curiosos y aun folklóricos, la poesía quintanarroense tiene dos fundadores notables e indiscutibles: Antonio Leal (Chetumal, ¿1952?) y Luis Miguel Aguilar (Chetumal, 1956). No hay más. Sólo confundiendo, deliberada o ingenuamente, declamación con literatura, recitación con poesía, se podría afirmar que hay una literatura quintanarroense anterior a la incipiente pero prometedora producción lírica de Leal publicada a partir de 1967 en revistas y suplementos de Ciudad de México, como La Cultura en México, El Rehilete, Revista Mexicana de Cultura y Mester.

En el prólogo a mi libro antológico Quintana Roo, una literatura sin pasado (1990), afirmo que, antes de esos años hermosos y trágicos, era imposible hablar de literatura quintanarroense, puesto que no existía, y que salvo los autores de versos de ocasión, que tienen que ver más con las actividades cívicas que con la literatura, Quintana Roo no produjo escritor alguno, que mereciese tal nombre, hasta que en 1977 Antonio Leal publica su primera colección de poemas en Ciudad de México.

Antes de Antonio Leal hay historia pero no propiamente literatura. Ni siquiera había estado (Quintana Roo, territorio federal por setenta y tres años, sólo se constituyó en estado en 1974). Lo que se escribía no era para nada profesional. El primer poeta profesional propiamente dicho fue el joven aquel que dejó Chetumal, su tierra de origen, y se trasladó a Ciudad de México donde estudió Letras y Sociología, se inscribió en el taller literario de Juan José Arreola (entre sus compañeros estaban Elsa Cross y Alejandro Aura) y en 1968 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores donde, según confiesa, “descubrió la seriedad y el rigor literarios”.

En el archivo del Centro Mexicano de Escritores consta que Leal, según sus palabras, se comprometió a “la preparación de un libro de poemas que sería el inicio de una carrera a la cual me siento irresistiblemente atraído”. Este libro sería Duramar (México, UNAM, 1981), publicado en los Cuadernos de Poesía que dirigía Huberto Batis. Pero antes, en 1977, Leal publicaría su primer poemario en el volumen colectivo Cinco poetas jóvenes (SEP), junto a Alberto Blanco, Francisco Serrano, Miguel Ángel Flores y Roberto Vallarino, con presentación de Francisco Monterde.

Pasó el tiempo y el “oscuro ritmo de otras aguas” lo devolvió a su mar y a su tierra natales, y este Antonio Leal, llamado también José Antonio Miranda (¿1947?, ¿1949?), acaba de publicar el gran libro de poesía que prometió después de Duramar, Thalassa (México, Siglo XXI, 2008), del que José Emilio Pacheco ha escrito: “Thalassa es el gran canto del mundo marino, del Caribe mexicano y el mare nostrum de los mitos universales. Hay que leer, y sobre todo releer, este gran poema. Hay que admirar sin reserva lo que Antonio Leal ha logrado en este oleaje de palabras.” Y añade: “Antonio Leal une el Caribe con el Mediterráneo, hace su propio océano navegable con la luz de un idioma poético que se vuelve como ola y como llama.”

Thalassa (mar griego, homérico, pero también caribe y chetumaleño) es el libro de madurez de este poeta fundador de una literatura sin pasado que ya desde Duramar había advertido: “Miente toda emoción que no es de mar.” En sus dieciocho cantos Thalassa tiene momentos espléndidos desde su arranque mismo: “Como un rebaño de olas cabritean/ en la blancura de esta página. [...] Vedlas ahora retozar insomnes/ bajo el ala más profunda del día./ En esa hora, cuando el alcatraz/ con su negro graffiti comba el cielo.”

Libro maduro, poesía de alto vuelo, Thalassa es, como dice José Emilio Pacheco, una “alabanza del mar y la poesía”, con la fortuna de un lenguaje lírico acendrado y profundo (como el mar mismo). Ulises regresa a su Thalassa natal: “¡Oh, dádiva de conchas/ cantada siempre en todos los balandros!/ ¡Oh, caracola célibe que agolpa/ el dilatado estruendo de las olas.”

Chetumal Bay Anthology (1983), de Luis Miguel Aguilar, y Thalassa (2008), de Antonio Leal, son dos libros excepcionales que saben nombrar la infancia, desde el arraigo de la emoción natal y desde el más profundo conocimiento de la cultura literaria y el mito poético. Sé de cierto que Antonio Leal no ha sido profeta en su tierra pero, para la poesía, esto no es importante. La poesía es otra cosa, y no ese “trasiego burdo de ázimas cenizas”, como lo dice él, con verso magistral.