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Amanecer de malas
De la formulación atribuida a Hipócrates alrededor de los cuatro humores o fluidos que componen al ser humano (bilis negra, bilis amarilla, sangre y flema), se dedujeron cuatro temperamentos correspondientes, tipología dominante en la medicina dieciochesca. Como en la Antigüedad se quería ver en cada cosa del cuerpo una simetría con el cosmos, por influencia del hermetismo, a cada humor se le dio correspondencia con un órgano del cuerpo, un elemento, una estación del año y una cualidad temperamental. En esas filiaciones caracterológicas y precientíficas, la bilis negra se asociaba con el bazo, la tierra, el otoño y la melancolía; la flema, con los pulmones, el agua, el invierno y el carácter flemático; la sangre, con el hígado, el aire, la primavera y el carácter sanguíneo; y la bilis amarilla, con la vesícula biliar, el fuego, el verano y el carácter colérico. Precisamente es con el humor de la bilis amarilla con el que se asocia el mal temperamento, el enojo fácil, el espíritu arrebatado y toda esa clase de conductas que caracterizan a la persona popularmente llamada “biliosa”.
¿Habrá algo verdadero en las tipologías prepsicológicas que he mencionado? Me parece que, desde Freud, han tendido a caer en desuso por la que ahora se conoce como psicología moderna, que ha desarrollado instrumentales mucho más científicos. Sin embargo, es indudable que tienen una condición empírica y metafórica lo suficientemente atractiva como para ser –todavía– una referencia común en esas calificaciones que la gente dispensa a su prójimo, en juicios de valor y percepciones no exentos de empirismo y subjetividad, pues ya se sabe que todo carácter personal se encuentra matizado por la idiosincrasia peculiar, la cual incluye rasgos de herencia, salud, ambiente familiar, entorno cultural, afiliaciones ideológicas y todos los etcéteras que se quieran agregar (ahora circula, por ejemplo, la explicación de que los hombres son más agresivos que las mujeres debido a su mayor carga de testosterona, de manera que las mujeres agresivas tendrían un porcentaje mayor de la misma en su cuerpo).
Sigmund Freud |
Cuando se piensa en biliosos vienen a la cabeza anécdotas como aquella, de Beethoven, en la que éste le da un puñetazo en la oreja a una mesera que, por incitación de los amigos del compositor, se quiso poner “cariñosa” con él; o una de Díaz Mirón, no sólo duelista inveterado, sino voluntarioso director del Colegio Preparatorio de Xalapa, que propinó sendo bastonazo a un alumno en el paraninfo escolar; o la de Picasso, quien en alguna ocasión dijo: “Las mujeres son máquinas para sufrir.” Sin embargo, no hace falta recurrir a los ejemplos de grandes figuras culturales, pues no debe atribuirse a la “excentricidad del genio” lo que produce conductas violentas y coléricas. En el registro cotidiano casi sale sobrando el ejemplo fácil del “¿qué me ves, pinche güey?”: alguna vez, escuché que una mujer decía de su esposo: “Es tan buena persona que se me antoja ser una cabrona con él”; en el curso de una discusión académica, presencié que un iracundo doctor, especialista en la provocación, le decía a su colega: “Detesto que siempre quieras ser conciliador.”
Imaginemos la siguiente anécdota: hoy es domingo, uno entre otros. Nada ocurrió ayer, en especial, ni es de suponer que ocurrirá mañana, pero q amaneció de muy mal humor, de funesto y agresivo humor, pero como no es suicida dirige su inubicable ira contra el cónyuge y los hijos, contra las cosas de la casa que serán repuestas por el otro (toda la familia termina pagando los platos rotos, ya sea a la hora de recogerlos, a la hora de comprar algunos nuevos y a la hora de entender que “plato roto” también significa un entorno que se ha resquebrajado) o, bien, en un estado de abandono y apatía que es claro indicio de su agresividad. ¿Por qué q se levantó de malas? Nadie sabe porque a nadie se lo explica ni muestra interés por hacerlo, pues eso equivaldría a querer arreglar el estado de las cosas.
Una indagación acerca de los comportamientos sociópatas arrojaría matices más complejos que el de ubicarlos dentro del humor bilioso: en las víctimas de los arranques de ira, éstos producen temor pero, en sentido inversamente proporcional, incuban odio y desdén, no obstante que el colérico se justifique con frases como “es que vi negro”, “soy rebelde porque el mundo me ha hecho así” o, como lo magnificó Beethoven: “mi reino está en los cielos”. No se trata de invocar la Ley del Talión, pero cuando alguien disfruta vivir en estado de conflicto pone más que de malas a los otros.
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