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Ángela Gurría: poesía y monumentalidad
Pareja |
México es un país de tradición escultórica milenaria. Sin embargo, en el banquete de las artes plásticas, hasta hace poco tiempo seguía siendo –junto con la gráfica– el convidado menor. En el contexto de la primera mitad del siglo XX contamos con escultores fundamentales como Germán Cueto –precursor de las vanguardias abstractas en nuestro país–, los integrantes de la Escuela Mexicana como Ignacio Asúnsolo, Oliverio Martínez, Luis Ortiz Monasterio, Fidias Elizondo, o bien los que se desarrollaron al margen como Mardonio Magaña y posteriormente Francisco Zúñiga, entre muchos otros. Hacia 1950, en las postrimerías del nacionalismo escultórico, surge la figura de Ángela Gurría (1929), escultora monumental por el peso que tiene su obra dentro del arte mexicano y por la grandeza física y espiritual de su muy particular trabajo. Actualmente se presenta la exposición titulada Yo soy mi obra en el Atrio de San Francisco, en la calle de Madero, Centro Histórico, integrada por alrededor de treinta piezas de mediano formato que evocan un recorrido por el amplio y diverso sendero de la creación de esta magnífica escultora.
Formada inicialmente en Letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Ángela Gurría se aventuró en la escultura de manera autodidacta y posteriormente fue discípula de Germán Cueto, Mario Zamora y del maestro fundidor Abraham González. En 1959 tuvo su primera exposición individual en las Galerías Diana, y en 1965 realizó su primera obra monumental, La familia obrera, bronce de 4 metros de altura para la Tabacalera Mexicana. Cuenta la artista que por esos años era impensable para una mujer participar en un certamen para una obra de encargo, por lo que en la convocatoria para la realización de esta pieza se inscribió con un nombre masculino y así obtuvo el premio, bajo la sorpresa y disgusto de los organizadores. La batalla había sido ganada y, a partir de entonces, ha llevado a cabo un incansable quehacer que alterna la escultura urbana de gran formato y la obra pequeña de esencia poética, donde imprime metáforas y alegorías en torno a temas muy diversos como el paisaje, los animales y la flora. A partir de entonces ha producido alrededor de treinta obras públicas de gran envergadura, entre las que destacan la Estación No. 1 de la Ruta de la Amistad (1968), Contoy (1974) en el aeropuerto de Cancún, el monumento al Trabajador del drenaje profundo (1974-75) en Tenayuca, Estado de México, Homenaje a la ceiba (1976-77) para el Hotel Presidente Chapultepec, y los vitrales escultóricos del Nuevo Santuario de Guadalupe en Monterrey, N. L. (1978-1981). Cabe señalar que en 1974 fue designada la primera artista mujer en la Academia de las Artes.
Deidad |
El humor y el espíritu lúdico han estado presentes en su obra desde sus inicios. Su trabajo temprano estuvo marcado por un acento religioso en piezas dedicadas a santos en las que su intención desmitificadora saltaba a la vista. Poco a poco, Gurría se alejó de las referencias explícitas para adentrarse en evocaciones poéticas que, si bien están inspiradas en elementos figurativos, se convierten en alusiones sutiles por la vía de la abstracción de las formas. Una de sus fascinaciones ha sido la estética y la cosmogonía del mundo prehispánico. La presencia de deidades y símbolos del pasado indígena ha sido un leitmotiv a lo largo de su creación. Sin embargo, lejos de buscar una interpretación o relectura de las obras del pasado, Gurría intenta captar la esencia de las formas, conceptos y símbolos a través de la representación de la dualidad y por la vía del esquematismo, pues su obra nunca cae en la abstracción definitiva, sino que siempre está presente la referencia con el mundo natural que nos rodea: las aves en pleno vuelo, el aleteo de las mariposas, el fluir de las aguas del río, el perpetuo devenir del ser que la escultora capta y plasma en sus obras sintéticas plenas de significados intrínsecos.
Paralelo a la búsqueda formal, la experimentación de materiales es otra característica notable de Ángela Gurría. Pocos creadores han incursionado en tantos y tan diversos medios y han conseguido el dominio irrestricto de los materiales: piedra, cantera, ónix, mármol blanco o negro, hierro, bronce, aluminio, madera, barro: la sutil correspondencia entre el material y la forma sintetizada hace de cada escultura una especie de haikú donde el espectador es seducido por la emoción de la sencillez. En Ángela Gurría la fuerza tectónica y el dramatismo de las formas precolombinas son matizados por la sensualidad y elegancia de sus líneas sutiles que fusionan poesía y monumentalidad.
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