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Juan de la Cabada:
imagen y palabra
Amalia Rivera
El pasado 26 de septiembre se cumplieron veintidós años del fallecimiento del escritor y luchador social Juan de la Cabada, cuya obra está en peligro de caer en el olvido, ya no se diga porque cada vez se le recuerda menos en el aniversario de su muerte, sino porque su producción ya no se reedita, “está agotada” en librerías que suelen estar muy bien surtidas, o en la bodega, donde suele depositarse lo que no se pide. De ahí me trajeron Cuentos y sucedidos 2 y 3: Pasados por agua y El duende.
Publicados en 1981, cuando a las editoriales aún les parecía importante editar cuento, género que Juanito, como le llamaban todos, definió como “de lo más antiguo que hay en la literatura”, contienen once cuentos en los que las imágenes y las historias van brotando de una pluma diestra que parece conocer todos los recovecos donde las palabras suelen ocultarse, así como elegir el término preciso de entre un amplio vocabulario que maneja, y que incluye el abanico de la diversidad regional, en especial la del mundo maya. Todas sus historias están contadas y escritas con una sintaxis impecable y una puntuación estricta. Paradójicamente, él, que toda su vida fue un irreverente, que tanto detestaba los formalismos, en cuestión de estilo siguió al pie de la letra las normas clásicas que ordena la lengua española, pero sin dejar de recoger “el habla de las gentes” –como destacó José Bergamín– y captar además la sabiduría popular mexicana.
La temática que aborda en los cuentos aquí reunidos, que datan de los años cuarenta, así como en el resto de su breve pero intensa producción cuentística, recoge historias de mar, de barcos madereros, de selvas mayas pobladas de tigres, coyotes, lagartos y seres mágicos; de hombres consumidos por el amor de una mujer de la que no queda sino el tatuaje en el brazo; de marineros que se embarcaron y ya no saben sino paladear el mar áspero y salobre; de negros y esclavos que comen pejes crudos, de campesinos, pescadores y trabajadores con los estómagos vacíos, siempre explotados, perseguidos por la desgracia, la injusticia y la pobreza que se pega a sus personajes como una sombra.
De la Cabada figura entre los autores mexicanos que dirigió su mirada al indio, cuando éste no era tema de moda y permanecía en el más absoluto olvido. Conocedor de la idiosincrasia indígena, admirador de la cosmogonía maya, que plasma en diversas narraciones, así como de la vida y costumbres de los pueblos del sureste, dado que su estancia en Quintana Roo, pasando por Yucatán, Champotón, Tulum, El Carmen, Cozumel, se extiende de 1936 a 1943, pone de relieve un elemento importante para empezar a comprender el porqué de la barrera infranqueable entre el indio y el mestizo: el idioma, porque, “el indio vive traduciendo y casi es imposible traducirlo a él”, como señaló no pocas veces.
Esta comprensión de la situación del indígena se manifiesta con claridad en otro cuento ya inconseguible, escrito a su regreso de la urss : “Llovizna”, en el cual se basó Sergio Olhovich en 1977 para llevar al cine una historia del mismo nombre que recrea el profundo racismo y discriminación que vive el indígena en México, porque no son lo mismo nuestros admirados ancestros indígenas, orgullo nacional, que erigieron las pirámides de Teotihuacan y Chichén Itzá y que inventaron el cero, que el manojo de indios que trabajan como albañiles a la vuelta de la esquina y que son flojos, borrachos, sucios, y hay que temer porque son naturalmente violentos, rencorosos y ladrones.
Fotos: Héctor García/ archivo La Jornada |
El cine fue otra de las pasiones de De la Cabada. Pasados por agua contiene un fragmento de guión cinematográfico Sean Flynn, el aventurero, que deja ver su talento como guionista, otra aventura en la que se embarcó sin saber nada y que luego, como todo lo que emprendió, abrazó con pasión. Cuando José Revueltas lo invitó a escribir un guión de cine –según refiere Rafael Fernández Pineda–, objetó que no sabía, que él únicamente sabía contar cuentos, a lo que Revueltas le contestó con simplismo irónico: “Es lo mismo, sólo tienes que quitar las descripciones del paisaje y tus reflexiones.” Y así, siguiendo esa fórmula infalible, en 1951 se inició formalmente en el cine con Luis Buñuel, Luis Alcoriza y José Revueltas en la adaptación de Subida al cielo, que acaba de retransmitirse en televisión cerrada. La buena adaptación de un argumento débil cuenta con humor la historia de un Adán y una Eva cachondos, abandonados en las playas de Guerrero. Lilia Prado y Esteban Márquez –quien luego dejaría su carrera de actor y se dedicaría al diseño y la astrología y es mejor conocido como Esteban Mayo– llevan los estelares. En 1953 adaptó un relato de Mauricio de la Serna para La ilusión viaja en tranvía, de Buñuel. Los chispeantes diálogos que logró impiden que el filme envejezca.
Sus guiones para cine siempre fueron sencillos, pero profundamente conmovedores, como el de Canasta de cuentos mexicanos, que hizo en 1956, invitado por Julio Bracho; inteligentes y agudos como el de Las señoritas Vivanco, escrito en 1958 junto con Elena Garro.
Hizo un alto en el cine durante prácticamente una década, porque en esos años hacer y escribir cine era un lujo que Juan de la Cabada no podía darse debido a su siempre precaria economía, y porque otras tareas ocupaban sus días, como su militancia en el Partido Comunista, que combinaba con recorridos por todo el país para dar conferencias, sin dejar las colaboraciones en revistas literarias como Mañana, Bellas Artes, Universidad, Rehilete, o en los diarios Oposición y Voz de México.
Regresó al cine en 1973 para escribir, con Eduardo del Río (Rius), el guión de Calzonzin Inspector, recreando los personajes de la entonces famosa historieta de sátira política Los Supermachos. Su adaptación en 1975 de Las fuerzas vivas, de Luis Alcoriza, ganó un premio al mejor guión en el festival de Cartagena, Colombia.
Se cumplieron veintidós años de la ausencia de Juanito. Sin duda el mejor homenaje para este escritor, editor, viajero, cuentacuentos, comunista, luchador social y gran mexicano será la difusión y redición de su obra.
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