Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA ARGÜEZ
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Miguel Ángel García Argüez
Unas
cositas verdes que saltan
y hacen croa, croa, croa
Monseñor
Leoneri, alto y narigudo, delgado y miope, suda porcinamente por
sus episcopales sobacos, y se limpia cada doscientos treinta y nueve
segundos sus gafitas pequeñitas con los faldones negros de
la sotana. Anda a paso rápido sujetando nerviosamente un
portafolios y por el gigantesco pasillo resuenan sus pisadas amplificadas
por la quirúrgica blancura del mármol que todo lo
cubre. tactoctactoc. El mármol limpio, lácteo y brillante,
como perpetuamente húmedo. Y todo está lleno de ranas.
Las paredes anchas, las grandes columnas y el techo largo estiran
el incesante canto de los bichos. Ranas croando por todos lados,
saltando por las escaleras, por los salones, por los claustros,
como manchas verdes, negras y amarillas, blandas y limosas, brillantes,
oscuras y gordas, saltando paso a paso y metro a metro. Fuera, en
el patio exterior, Monseñor Leoneri ha tenido que esquivar
una desaforada muchedumbre de periodistas febriles y de fieles aterrorizados,
acosándolo los unos con preguntas, micrófonos y flashes,
y los otros con ruegos, cilicios y rosarios. Ahora, dentro del palacio,
hay que enfrentarse a patadas con millones de ranas ruidosas y blanduzcas.
Camino del despacho de Su Santidad, da un violento puntapié
a un bicho que le ha saltado sobre el pie. Tiene apenas tiempo el
animal de hinchar el buche y croar desagradablemente antes de salir
despedido y estrellarse contra una gruesa columna de mármol
haciendo un ruido más o menos así: bflofshshsh.
Ante la puerta pulcramente
barnizada del despacho, se quita una rana que se le ha encaramado
sobre el hombro. Siente la mano húmeda y viscosa y, limpiándosela
en los hábitos, pregunta:
¿Permiso?
Su Santidad está
sentado tras la mesa opulenta sobre la que saltan unas cositas verdes
y babosas.
Santidad, vengo
a rogarle que salga Su Santidad. La junta lleva dos horas esperando
a Su Santidad, hay medio millar de periodistas pidiendo a gritos
un comunicado público de Su Santidad, cientos de miles de
fieles vienen hacia aquí en peregrinación histéricos
y asustados, somos portada en los periódicos de todo el mundo,
Santidad, hay que hacer algo... y Su Santidad lleva aquí
encerrado todo el día sin decir nada. Su Santidad debería
salir ¿Me oye usted, Santidad?
Y Su Santidad sonríe
levemente sin apartar los ojos adiposamente azules de una ranita
que acaricia con parsimoniosa lentitud entre sus manos temblorosas.
Luego mira dulcemente a Monseñor Leoneri y, sin desdibujar
del rostro su rictus de idiota, suspira lentamente:
Ay, Paolo... siempre
te tomas todo tan a pecho... las ranas son bellas... Míralas...
Son criaturas del Señor... hemos de tratarlas con amor y
cariño...
Monseñor vuelve
a quitarse nerviosamente las gafas y contesta atropellándose
sus propias palabras:
Estoy preocupado,
Santidad, muy preocupado... Todos estamos muy preocupados... Todos
menos Su Santidad...
Vamos, Paolo...
dime qué te turba... ¿qué dicen fuera?
croa, croa, croa. Cantan
las ranas con desesperada insistencia.
Es terrible, Santidad.
Muchos dicen que la invasión de ranas en la Ciudad Santa
es una señal divina, como hablan las Sagradas Escrituras,
Santidad, las plagas de Egipto, una señal, la Gran Señal...
Muchos fieles dicen que es un aviso contra la corrupción
de nuestra Santa Madre Iglesia. Los testigos afirman que es una
prueba de que en la Santa Sede mora el Anticristo y se preparan,
mientras asustan a la gente, para la llegada del Juicio; hay manifestaciones
y revueltas en muchas parroquias, muchos templos están siendo
saqueados, el ejército se ha apostado en la plaza para defendernos
de la muchedumbre, Santidad, Lefebvre ha saltado a los medios y
exhorta a las masas católicas, estamos ante un nuevo cisma,
quizás el más terrible de todos, Santidad. Nuestra
Madre Iglesia peligra, Santidad, tiene Su Santidad que hacer algo.
Y Su Santidad, sin dejar
de sonreír como un bobo y acariciando su ranita con mórbida
ternura, habla torpemente:
¿Habéis
oído, ranitas?.. Sois un castigo del Señor... como
en el Éxodo... ¿no os hace gracia, ranitas?.. Ay, Paolo...
siempre fuiste un hombre pusilánime y eso va a ser tu perdición...
Nunca llegarás a nada, hermano Paolo... ¿Cómo
pueden todos esos idiotas creer que las ranas sean algo maligno?
¿Es que son tan imbéciles que se creen todo lo que dicen
las Escrituras?... Ay, Paolo, la Iglesia va mal, en eso llevan razón...
Dirigimos un rebaño de borregos ignorantes y cobardes. Corderitos
con miedo que esperan la muerte como el que espera un prado florido.
Pobres infelices. Si por lo menos, en lugar de borregos, fueran
ranas, Paolo. Una Iglesia formada de ranas ¿imaginas, Paolo?
Dile a todos, Paolo, que Dios Nuestro Señor es una rana.
Ni más ni menos que una enorme rana verde. Anda, corre, transmíteles
mis palabras y luego diles que no tengo nada más que decir...
Baja desconcertado Monseñor
la cabeza. La luz de la tarde, tamizada por la cristalera, traza
extrañas sombras en la pared del fondo. Una mosca verdinegra
revolotea por la habitación. Su Santidad, quieto y recostado
sobre el sillón, acariciando con lujuria a su ranita, deja
de sonreír y sigue con los ojos al insecto. La mosca se posa
sobre el crucifijo que hay en la mesa y comienza a frotarse la cabeza
graciosamente con las patitas, como si tratase de hacer cosquillas
al oscuro cristo de bronce. Su Santidad la mira con los ojos muy
quietos. Alarga en un segundo una lengua fina, roja y elástica
y la caza.
Sonríe feliz.
Luego eructa.
Miguel Ángel
García Argüez nació en La Línea, Cádiz,
en 1969. Es poeta, narrador y autor de textos teatrales. Actualmente
imparte cursos y talleres de creación literaria, colabora
con revistas y publica en la prensa artículos de crítica
literaria y teatral, así como de opinión.
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