Las Musarañas
JUAN BONILLA
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Juan Bonilla
Las Musarañas
Sonó
el teléfono a las tres de la madrugada. Una voz grave me
preguntó si me despertaba. Quién es, le pregunté.
Hace tres noches de esto y no he podido volver a dormir desde entonces.
Estoy esperando que vuelva a sonar el teléfono de madrugada
y sea aquel hombre. Llamaba porque no podía dormir, me dijo.
Hacía seis meses que no podía dormir. Tampoco lo procuraba:
dormir no es indispensable, pero sí lo es no aburrirse, y
uno acaba aburriéndose por las noches sin hablar con nadie.
Eso me dijo. Así que se le había ocurrido llamar a
cualquiera, llevaba unas semanas haciéndolo, se pasaba las
noches hablando con desconocidos, despertándolos. Muchos
reaccionaban mal, le colgaban después de insultarle. Otros
le atendían generosamente como si fueran presentadores de
un programa nocturno de radio. Para elegir a quien llamaba abría
la guía por una página y el número que señalaba
su dedo, ése marcaba. Luego, cuando había hablado
con el desconocido, lo tachaba si éste había sido
amable, para impedir que la suerte le obligase a volver a molestarlo.
Había ido al médico al principio, para saber por qué
no conseguía dormir, hasta que se dio cuenta de que el médico
trataba de derivar el asunto y convertir la terapia en psicoanálisis.
Lo dejó. Además, ya no se preocupaba. Disponía
de mucho tiempo. Más del que podía ocupar. Leía,
oía música, veía televisión, y aún
le sobraban horas que necesitaba ocupar con llamadas nocturnas.
Me hizo la cuenta de cuántas horas perdemos durmiendo en
nuestra vida. Ocho cada día por 365 días al año
por unos cincuenta años de vida, por ejemplo. Supuse que
esa era su edad. También me refirió no sé qué
idea de formar una banda de insomnes que se encargara de mantener
despierta constantemente la ciudad con llamadas telefónicas.
Dormir es reaccionario, me dijo. El mundo sigue girando y es de
los que no duermen. Hay que combatirlos con sus mismas armas. El
nombre de la banda sería Las Musarañas. Pregunté
por qué y me dijo que porque las musarañas eran los
únicos animales que no dormían nunca. Dormir no estaba
entre sus capacidades. Luego suplió la palabra capacidades
por defectos. Además, la única manera de descansar
que tenían los insomnes como él era precisamente la
de mirar las musarañas: perderse, trasponerse en un punto
indeterminado en que la percepción personal del tiempo queda
anulada, en la que el tiempo muere, y sólo cobramos conciencia
de que lo hemos matado cuando resucita, cuando volvemos a ser esclavos
de su transcurrir. Se había aficionado tanto a hablar con
desconocidos por teléfono, que quizá se atreviera
a experimentar con los países en los que es de noche cuando
aquí es de día, porque no sólo se trataba de
hablar por teléfono: era el hecho de despertar a alguien
lo que ansiaba, de librar de la cadena del sueño a un desconocido.
Me dijo que una moto a escape libre que cruzara la ciudad sin detenerse
despertaría a 150 mil personas. Era otro de los proyectos
para la banda de insomnes Las Musarañas. Le dije que
me parecía una buena idea. No sé cuánto tiempo
estuvimos hablando. Al final le pedí que no tachara mi nombre
de la guía: concedámosle a la suerte la decisión
de ser elegido de nuevo por su dedo, convine. Él aceptó
con agradecimiento. Cuando colgó ya no pude dormirme. Cogí
la guía, la abrí al azar y señalé un
número. Lo marqué y comunicaba. Pensé que tal
vez era el del hombre que me había llamado. Luego repetí
el ejercicio. Esta vez sí desperté a alguien: una
mujer. No me atrevía a decirle nada y colgué cuando
insistió preguntando quién era. No sé qué
me pasa que no puedo dormir desde entonces. Tampoco me preocupo
porque aún no acuso cansancio. Sólo se cierne sobre
mí la sombra del aburrimiento. Leo, oigo música y
veo televisión, pero aún restan varias horas hasta
que el sol limpie de sombras por completo el cielo. Sé que
en cualquier momento volverá a sonar el teléfono y
será ese hombre al que yo le diré: sí, quiero
formar parte de Las Musarañas, comenzaré
a despertar a desconocidos para decirles: el mundo sigue girando,
despiértate, no vuelvas a dormirte
Juan Bonilla
nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, en 1966. Es
poeta, narrador y periodista. Ha ganado el Premio Biblioteca Breve
2003, entre otros. Los personajes de sus cuentos hacen que el lector
se sienta afortunado de no ser uno de ellos.
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