Carlos Edmundo de Ory
Parábola del bolso
Seguí
a una mujer por las calles hasta que oscureció. La persecución
era cada vez más opresiva y obsesionante y la distancia que
me separaba de ella cada vez más opresiva y obsesionante
también. Estaba cansado de seguirla sin embargo, a causa
de un vago temor a que hubiese empleado en vano mi tiempo.
Al fin reducidos,
ella a ser seguida; yo a seguir (¿lo sabía ella?)
henos hundidos ambos en la oliente oscuridad de una calleja lúgubre.
Ella misma dirigía su camino sin duda; yo la obedecía
sin plan fijo. Pero ella ahora sí, sabía que yo era
un hombre nocturno que venía siguiéndola hacía
tiempo, como pegado a su órbita y al aire perfumado que despojaba
en su lento avance. Mi concupiscencia me guiaba a ciegas sin apartar
los ojos de sus curvas. O curvae in terras animae et coelestium
inanes.
No sabía si era
bonita ni me importaba. Era joven y llena de carnes y, aunque ofrecía
a mi vista sus espaldas continuamente, pude ver, al doblar una esquina,
el evidente bulto doble de unos pechos tentadores, bajo su blusa
blanca. La calle era larga y ella amainó el paso. Yo tragaba
saliva.
Sufría a causa
de mi sangre que estaba tremenda al acercarse el otoño. Estaba
hundido en miel. Una orquesta salvaje de guitarras asomaba por todos
mis poros. Yo quería hacer algo esa noche. Quería
hacer algo fuerte y vulgar.
Iba cerca de la mujer,
tras ella. Miraba embelesado su movimiento trasero de dobles plenitudes
donde los tirantes de las bragas se dibujaban asimétricos.
Donna cui camminando il cul traballa se puttana non e, proverbio
falla.
De súbito se volvió
hacia mí, que le pisaba los talones, y me dijo:
¿Qué
quiere usted? ¿Por qué me sigue?
Avergonzado, fingí
ser un extranjero:
Ieri sera
ò sognato con te murmuré en mi mejor pronunciación
italiana.
Verdad es que incesantemente
sueño con una prostituta. Pero no podía ser ella.
¿Hablas chino?
dijo la mujer, tuteándome.
Era muy bonita.
No prosiguió su
marcha y estábamos en silencio. Entonces fue cuando, sin
saber lo que decía, le dirigí la pregunta:
¿Qué
llevas en ese bolso negro?
No pareció asombrarse
de mi despropósito. Al contrario, esgrimiendo una sonrisa
lánguida, exclamó:
¡Ah! ¿Quieres
ver mis papeles?
Ni siquiera me miró
a la cara. No dijo nada y esperé. Ambos nos habíamos
detenido en el momento de iniciar ese breve diálogo.
Abrió el bolso
y, con un gesto seco y no obstante expresivo, me invitó a
mirar lo que había dentro, después de haber desistido
de meter su mano libre allí. En efecto, lancé una
curiosa ojeada y, escrutando el fondo del bolso, vi algo indefinido
y sin forma, una apariencia confusa. Escasa era la luz de un farol
próximo y me fue difícil distinguir la identidad de
la cosa. No pude comprender, hasta que ella, con una voz casi familiar
y persuasiva, dijo:
Son huevos. Sólo
que se han roto y han producido ese desaguisado.
Cuántos
huevos eran? le pregunté.
Y me contestó
que media docena. Luego se alejó, lentamente, pensando sin
duda que yo era un policía benévolo.
Carlos
Edmundo de Ory nació en Cádiz en 1923. En 1942 se
traslada a Madrid y en 1955 a Francia, donde reside desde 1967.
Poeta y narrador, en su obra mezcla lo cómico con lo grave
y con lo lúdico. En 2006 la Junta de Andalucía le
concedió la distinción de "Hijo Predilecto de
Andalucía."
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