Condición anfibia
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA
Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
José Luis González Vera
Condición anfibia
Es
cálido el tableteo de las teclas. La pantalla de mi ordenador
se alza, a la vez, como ventana y trinchera en la que me agazapo,
para defenderme del mundo al que accedo, a través de los
cables. Me gusta el chat. Me erijo en mi propio dios, soy
quien quiero: incluso pago deudas conmigo mismo porque me convierto
en personajes que me hubieran gustado ser. Según cada circunstancia,
he sabido representar el papel de un médico, sinceramente
preocupado por la humanidad, ante una chica de dieciocho años
a la que hasta hice llorar de emoción cuando le relaté
que acababa de ayudar a dar a luz a un niño que venía
al mundo en las peores condiciones clínicas; en otra ocasión
logré convencer a una señora casada de que me dijera
las obscenidades que siempre ansió oír de la
boca de su marido; ahí representaba yo a un tipo de mundo,
de ésos que suelen tener muchas chicas a la vez, que no sienten
nada por ninguna, pero que a todas comprenden y escuchan como si
fueran la única. Incluso un vendedor de colonias me confesó
todo el asco y desprecio que sentía por su mujer y por sus
hijos; estaba al borde del suicidio, según él, y le
calmaban las noches en que yo lo dejaba hablar y le respondía
bajo la máscara de un sugerente nombre femenino; nunca imaginó
que yo también era un hombre sin mucha experiencia en la
vida; de hecho, tuve serias dificultades para seguirle cierto juego
de masturbación simultánea que propuso, no sabía
decirle qué estaba sintiendo con las caricias que ordenaba
que me hiciera.
Ahora debo tener mucho
cuidado cuando me encierro en mi cuarto con el ordenador. Mis padres
me han prohibido, tajantemente, que me conecte a internet. Ellos
no comprenden nada. Mis amigos, tampoco; no me importa que ese club
de hermanos del aburrimiento me hayan dejado en paz, al fin. Los
últimos meses siempre era lo mismo cuando salíamos.
Yo los miraba con mi copa en la mano. La música molesta en
la conversación y suele haber demasiado humo, lo que es fatal
para mis ojos. Además ¿no hacían ellos, delante
de las chicas, lo que a mí me reprocharon?
Los observaba. Me resultaba
patético ver a Julián, un tipo serio, cómo
sonreía de forma exagerada cuando se encontraba con Lina,
una chica gris y mentalmente plana, cuya mayor virtud era que se
iba pronto a casa; a ninguno de los dos le interesaba lo que el
otro le contaba métodos estadísticos y vida
rosa pero había que seguir esos rituales de comportamiento
para justificarse a sí mismos que habían pasado una
buena noche. Peor era Alfredo, al que le gustaba la paz de su colección
de sellos; sin embargo, se acercaba a las chicas como un bailón
compulsivo y, siempre, con las mismas preguntas: "¿Eres
Piscis, verdad? Te lo digo porque me pareces acuática, sinuosa;
no sé... distinta." Marina una vez casi escupió
el cubata. Si esta frase de asalto le fallaba, entonces acudía
a la segunda bala: "Perdona, es que no he podido evitar ver
tu mano; permíteme: eres una persona muy humana, ¿verdad?
Esta línea indica que te preocupa lo espiritual." Nunca
ha comprendido por qué le va tan mal con las mujeres.
Tampoco las chicas escapan
al comportamiento triste del cazador nocturno. Con sus amigas en
la barra, dejando que el tirante del vestido permanezca caído
sobre el brazo unos segundos; o cuando miran al chico que les gusta,
vuelven el rostro, alzan el vaso de tubo y chupan la pajita de modo
insinuante. De todos modos, considero que las mujeres están
en una posición mucho más digna que los hombres y
mucho más fácil; ellas no quieren reconocerlo cuando
se lo digo, pero siguen siendo las que seleccionan al macho que
se les acerca. Con que sean un poco inteligentes, tienen clavado
junto a su taburete al que deseen.
Pero ya estoy lejos de
todo esto; me he liberado gracias a mi ordenador y a internet. Puedo
hablar con quien quiera, y creo que las relaciones son más
sinceras si sabes detectar las mentiras. Como toda sociedad, ésta
también es una selva para los más fuertes, para los
mejor preparados y deja fuera de ella a los torpes o débiles.
No es cruenta esta nueva lucha por la supervivencia social, pero
quien no aprenda los códigos del comportamiento de las personas
en la red, no podrá moverse en este mundo, quedará
abocado a las relaciones primitivas y convencionales que encontrará
en la calle. Humildemente, me considero entre los elegidos, entre
los buscadores de oro que intuyen el exacto lecho del río,
incluso la orilla donde desenterrarán las mejores piezas;
esos triunfadores que se topan de cara con la fortuna que justifica
el trabajo de una vida, mientras, a pocos metros, los demás
saben que finalizarán sus días en la pobreza y el
anonimato. Igual que cualquier espacio, internet es para los supervivientes.
Ya he aprendido, por
ejemplo, a distinguir a esos graciosos que se hacen pasar por mujeres,
o a quienes nunca acusan interés en las conversaciones colectivas
del chat y, para que los llamen, se ponen nombres sugerentes:
"dominadora", "divorciado solo", "maldito35";
atraen igual que los pájaros de muchos colores, o los adagios
tristes, pero después de un rato, la persona, a quien inspiraron
lástima o morbo, se da cuenta de que no saben hablar, no
tienen profundidad ni gracia sus conversaciones y, con su tristeza,
dejan gris la pantalla del ordenador con el que se conecten. Sería
un error grave pensar que aquí sólo pueden entrar
quienes han acumulado muchas experiencias en su vida. No, eso sería
mezclar dos planos de la existencia que nunca tienen por qué
tocarse. El adaptado a esta nueva sociedad subterránea y
universal, sabe que lo importante no es que sean reales los personajes,
sino probables, atractivos por su coherencia al contar las cosas.
No hay engaño, sino recreación, y todo consiste en
saber detectar la impostura.
Mis padres me han prohibido
que me acerque al ordenador, pero si sabes por qué has perdido
una batalla, la guerra puede ser tuya. Mi fallo se justifica en
nuestra humana condición anfibia. Mezclé dos mundos.
Sin duda, había
encontrado una persona interesante; éramos capaces de hablar
durante horas y las risas, el humor lleno de ironía, los
leves ataques mutuos, nos hicieron alcanzar, pronto, un grado de
confianza increíble aunque, en realidad, nos conociéramos
desde hacía pocas horas. Las relaciones en la red son intensas.
Nada te distrae, no puedes detener tu conversación para comer,
bailar o ver un vídeo con tu interlocutor. Estáis
los dos frente a frente, sin tono de voz, sin nada tangible que
te demuestre que el otro está ahí. Llegué a
pensar que me llevaba tan bien con "Ann3", como ella se
llamaba en el chat, porque era un programa simulador, que
mi computadora tenía para generar conversaciones.
Desnudez absoluta frente
a la pantalla. Pusimos nuestras vidas sobre el tapete, como si fuéramos
dos jugadores que se enseñan las barajas completas, para
indicarse, mutuamente, que no quieren hacer trampas. Así
fue; en un mes sabía todos mis miedos, mis traumas, las relaciones
con mis amigos, con mis novias. Supongo que si hubiéramos
impreso nuestros diálogos, serían más de dos
mil folios, dos novelas aburridas para cualquiera que no fuéramos
nosotros.
No aguantaba más
aquella situación. Le robé el coche a mi padre y,
algunas horas después, estaba a quinientos kilómetros
esperando que saliera de la oficina. Me fue fácil reconocerla,
no me mintió con las fotos que me había enviado por
el correo electrónico; sin embargo, jamás me dijo
que su marido también trabajaba con ella. El único
secreto importante que se guardó en la manga.
No hay indignidad en
la derrota. He aprendido que el ser humano no evoluciona al ritmo
de sus máquinas y los sentimientos se pueden convertir en
una imperfección que atenace nuestras nuevas formas de comportamiento.
Creo que ahora estoy preparado para abandonar esta torpe condición
anfibia.
José
Luis González Vera nació en Antequera, Málaga,
en 1964. Es poeta, narrador y cuentista. Filólogo, crítico
literario y profesor de literatura, es también articulista
de opinión en varios diarios.
|