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MARTHA SÁNCHEZ:
VOZ INDÍGENA ACOMPAÑADA
Sabe
que uno de sus rasgos es la terquedad, incluso antes de nacer. Y
gracias a la tozudez, a Martha Sánchez Néstor (Guerrero,
1974) le ha sido posible ser escuchada y escuchar, lanzarse con
un temple de dignidad y respeto a un activismo social a favor de
las indígenas mexicanas y revertir así un futuro que
quizás le deparaba el servicio doméstico, o el maltrato
emocional, o la discriminación impune.
Fue hasta hace poco tiempo
que esta indígena amuzga de Xochistlahuaca fue consciente
de su crecimiento en un ambiente de violencia. Su padre golpeaba
a su madre y, a pesar de ello, dice que nunca agachó la cabeza
y pensó que no hay vida que no pueda cambiarse. Así,
aquella humillación ajena pero tan suya, le forjó
un carácter decidido a no permitir para ella ni para su congéneres
el desprecio, la burla y el sometimiento hacia (e incluso dentro
de) las comunidades indígenas en el país.
Tuvo oportunidades de
irse a Chicago, de quedarse a limpiar baños y cuidar niños.
Nada de eso forjó su camino, sino un empleo temporal en una
caseta telefónica en su pueblo, el apoyo en la elaboración
del censo agropecuario del inegi y un viaje a Iguala para estudiar
mecanografía y formarse como secretaria. Como la discriminación
no se hizo esperar, se trasladó a Chilpancingo para laborar
en un sitio de taxis y luego ser secretaria en el Consejo Estatal
Electoral de la capital guerrerense, donde vio la realidad política
de su entorno, la dinámica de los partidos y la problemática
indígena en especial.
Como sabía manejar
la computadora, ingresó al Consejo Guerrerense (cg), le hicieron
ponerse zapatillas y maquillaje, pero cuando los cambió por
el huipil aunque los demás no la reconocían
ella se sentía muy a gusto al escuchar a ciertas feministas,
asimilar documentos y acudir a la Selva Lacandona de "colada".
Allá en Chiapas, en el marco de la Convención
Nacional Democrática, aprendió a ver "los rostros
sin voz" de las chiapanecas, pero una espinita le molestaba
al sentirse alejada de las necesidades de sus compañeras.
Tres años después
ya era parte de la comisión de mujeres de aquel cg, y después
integró la Coordinación Nacional de Mujeres Indígenas
para aprender sobre derechos indígenas y asuntos de salud
y derechos de las mujeres, en una carrera no desprovista de fricciones
internas por el machismo en varios organismos.
Por dos años y
medio dirigió la Asamblea Nacional Indígena Plural
por la Autonomía (anipa) y desde hace tres forma parte de
la Coordinación Guerrerense de Mujeres Indígenas.
En 2005 coordinó el libro La doble mirada. Voces e historia
de mujeres indígenas latinoamericanas (Instituto Simone
de Beauvoir) donde se reúnen textos de sus colegas de todo
el continente sobre el paternalismo de los gobiernos latinoamericanos
hacia el indigenismo; los desafíos de equidad, justicia y
dignidad para las comunidades mayas, incas, otomíes
así como la exigencia de no más violencia institucional,
cultural, económica y política hacia ese sector que
ha roto la regla de que la mujer indígena sólo mira
y calla.
Viaja entre Panamá
y Nicaragua para ofrecer cursos y pláticas de salud materna,
violencia intrafamiliar, autoestima. Sobre todo, con la anipa Guerrero
forma cuadros de promotoras jóvenes sobre derechos sexuales
y reproductivos. Sobre ello, le anima la visión abierta de
las nuevas generaciones en todos los ámbitos. Dice que cada
vez más se discute a nivel comunitario el sistema de educación
bilingüe, se trabaja con organizaciones de médicas tradicionales
parteras y se adhieren mujeres en las comisarías
municipales y en la impartición de justicia.
El camino sabe
es largo. Y uno de los senderos será continuar trabajando
al interior de las comunidades. Y, frente al resto de la sociedad,
reforzar la educación desde los primeros grados escolares
para crear entre indígenas y no indígenas una cultura
de respeto hacia la pluriculturalidad que la Constitución
Mexicana reconoce y la vida cotidiana niega.
Así, hoy Martha
no se visualiza más como "una voz en el desierto".
Con su convicción de ser militante (sin partido) en los derechos
de la mujer indígena, tiene colegas amuzgas con ánimo
para denunciar y proponer nuevas formas de convivencia igualitaria.
Eso sí, lo que a veces no sabe es cómo explicarle
a su abuela que tomará un avión para volar por seis
horas y llegar a otro país, y tampoco cómo un pasaporte
sirve para cruzar cualquier frontera, al menos geográfica.
Porque los otros linderos, los culturales, los de pensamiento y
acción son a veces impenetrables.
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