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JUAN DOMINGO ARGÜELLES
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CENTENARIO LUCTUOSO DE MANUEL JOSEeacute; OTHÓN
Hace
cien años, el 28 de noviembre de 1906, en la ciudad capital
de San Luis Potosí, murió Manuel José Othón,
que había nacido en esa misma ciudad el 14 de junio de 1858.
A decir de Octavio Paz, Othón es, junto con Manuel Gutiérrez
Nájera, Amado Nervo y Salvador Díaz Mirón,
uno de los fundadores de la poesía moderna mexicana.
Poeta de trágica
intensidad, como lo llama también Paz, Othón nos dejó
en sus Poemas rústicos (1902) algunos de los momentos
más memorables de la lírica mexicana en el siglo xix,
entre ellos su "Himno de los bosques", "La canción
del otoño", su "Canto nupcial", su "Poema
de vida", su "Pastoral", "Frondas y glebas",
su "Elegía", pero sobre todo su "Noche rústica
de Walpurgis" y su incomparable "Idilio salvaje"
que, más de un siglo después de escrito, sigue siendo
uno de los grandes poemas de nuestras letras.
Admirable
a plenitud, en su poco más del centenar de versos, el "Idilio
salvaje" no es, seguramente hoy, un poema muy leído,
pero en su momento lo fue: uno de los más populares, con
estancias de tal intensidad que los lectores que no lo conocen se
han perdido de mucho, pues es un poema que admite la lectura una
y otra vez sin que nuestra emoción decaiga. El soneto que
corresponde a su ultima estancia ("Envío") es absolutamente
extraordinario: "En tus aras quemé mi último
incienso/ y deshojé mis postrimeras rosas./ Do se alzaban
los templos de mis diosas/ ya sólo queda el arenal inmenso.//
Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso!,/ ¡qué
andar por entre ruinas y entre fosas!/ ¡A fuerza de pensar
en tales cosas/ me duele el pensamiento cuando pienso!// ¡Pasó!...
¿Qué resta de tanto y tanto/ deliquio? En ti ni la moral
dolencia,/ ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.// Y en mí
¡qué hondo y tremendo cataclismo!,/ ¡qué
sombra y qué pavor en la conciencia,/ y qué horrible
disgusto de mí mismo."
Manuel José Othón
es de los poetas que reivindica con mayor énfasis la poesía
de la emoción, por encima del verso intelectual y muchas
veces vacío que hará de las suyas en el siglo xx y
acerca del cual Ramón López Velarde dirá, sin
más, que es una desviación de la poesía. Othón
tiene una plena conciencia de lo que escribe y lo que persigue con
su escritura. En el prólogo de sus Poemas rústicos
explica lo que él llama sus principios y su teoría
estética. Explica:
"El artista ha de
ser sincero hasta la ingenuidad. No debemos expresar nada que no
hayamos visto; nada sentido o pensado a través de ajenos
temperamentos, pues si tal hacemos ya no será nuestro espíritu
quien hable y mentimos a los demás, engañándonos
a nosotros mismos. Pero no basta con esto. Es necesario considerar
en el Arte lo que es en sí: no sólo una cosa grave
y seria, sino profundamente religiosa, porque el Arte es religión,
en cuanto a Belleza y en cuanto Verdad, y uno de los vínculos,
acaso el más fuerte, que nos liga con la eterna Verdad y
con la Belleza infinita; porque en suma, el Arte es Amor, amor a
las cosas que están dentro y fuera de nosotros."
Es sintomático
que, por esos tiempos, Anton Chejov (1860-1904), contemporáneo
de Othón, protestara del siguiente modo contra la literatura
inauténtica: "No seamos charlatanes y digamos con franqueza
que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes
y los imbéciles creen comprenderlo todo." Y luego añadía:
"Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que
no conozco y no comprendo."
En uno de sus últimos
poemas ("Remember"), que es preludio de la poesía
moderna del siglo xx, Othón exclama, atormentado por la conciencia,
con acendrado espíritu nihilista: "Señor, ¿para
qué hiciste la memoria,/ la más tremenda de las obras
tuyas?.../ Mátala por piedad, aunque destruyas/ el pasado
y la historia."
Neoclásico por
empeño, Othón es, a decir de José Emilio Pacheco,
un modernista involuntario. En su Antología de la poesía
mexicana del siglo xix, Pacheco sostiene que los incomparables
sonetos del "Idilio salvaje" honran al idioma en que están
escritos "y constituyen, fuera de la cuenta cronológica,
el mejor poema de nuestro siglo xix".
En El San Luis de
Manuel José Othón y el Jerez de López Velarde
(1998), Marco Antonio Campos nos recuerda que, para Othón,
"el arte fue una cosa profundamente seria y pensó que
uno debía consagrarse a él con todas las energías
del corazón, del cerebro y la vida."
En el momento de su muerte,
Othón tenía cuarenta y ocho años. En 1964 sus
restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres,
en la ciudad de México.
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