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En Prenzlauer Berg*
Annett Gröschner
Cuando en 1983, procedente de una provincia de Alemania Oriental llegué a Berlín, capital de la rda , tenía bien claro dónde quería vivir. Tres años antes, a los dieciséis, había visto en el cine la película Solo Sunny , de Konrad Wolf. Sunny era una cantante que se resistía a adaptarse a las condiciones reinantes. Vivía en un pequeño departamento en el patio trasero de una casa muy venida a menos del barrio Prenzlauer Berg. Allí hacía lo que quería. Me pareció fascinante cómo vivía, totalmente libre e independiente. Me resultaba romántico imaginar que se calentaba en el invierno con horno de carbón y preparaba manzanas asadas en la chimenea. Por entonces aún no tenía idea de lo poco romántica que podía ser la vida en un departamento cuyos estándares de construcción correspondían al año 1898, donde el agua se congelaba constantemente en las cañerías, el retrete compartido por tres arrendatarios se encontraba afuera y los hornos estaban siempre taponados. Para eso, primero tuve que sobrevivir un invierno en Prenzlauer Berg. En ese entonces no era fácil para una joven conseguir un departamento en el sitio de su elección. Las viviendas eran escasas y en su mayoría administradas por el Estado. En el verano de 1983, cuando me mudé a este barrio, traía en el equipaje una máquina de escribir y un par de libros. Me acompañaba un amigo. En una acción relámpago invadimos un departamento abandonado en la Schönhauser Allee. El piso consistía en una cocina y la tristemente célebre habitación berlinesa: un cuarto largo, tubular, iluminado únicamente por una ventana localizada en uno de sus costados y por la cual jamás llegaba a penetrar un rayo de sol.
A inicios de los años ochenta se encontraban en Prenzlauer Berg un tercio de los 154 mil edificios antiguos de Berlín Oriental que requerían renovación. Uno de cada cuatro departamentos tenía el retrete afuera y la mitad no disponía de bañera ni de ducha. Esa fue de paso la razón por la que no fuimos echados inmediatamente a la calle, sino tolerados tras el pago de un alquiler simbólico de 30 marcos alemanes (orientales) al mes.
Bajo la mirada desconfiada de las autoridades, desde la Oficina de la Vivienda hasta la Seguridad del Estado (Stasi) – en los ochenta ya casi libre de amenazas serias–, floreció en el nicho Prenzlauer Berg una nueva cultura, a la que quizá se le podría dar el nombre de postmodernismo alemán-oriental. Cultura que, sin embargo, por hallarse dentro de una situación de dictadura y desentendida de todo lo oficial, era en esencia también política. En Occidente se seguía con atención el desarrollo de Prenzlauer Berg, convertido en insignia de cultura alternativa y del movimiento disidente de la rda .
La vida pública tenía lugar sobre todo en las cocinas de los departamentos, en las iglesias evangélicas y en unos pocos cafés. Entre la gente joven y los antiguos vecinos reinaba una coexistencia pacífica, entre otras razones porque debido a las catástrofes cotidianas de las casas en ruinas se dependía forzosamente de los demás. Cuando en los años ochenta hubo planes de demoler secciones completas, todos juntos se opusieron. A principios de octubre de 1989 salieron de la Iglesia de Getsemaní (Gethsemanikirche) las protestas en contra de la política del gobierno de la rda , las cuales finalmente, y a pesar de haber sido reprimidas por la policía popular, contribuyeron a que se dieran los cambios radicales de los años 1989-90.
La reputación de Prenzlauer Berg como plaza anarquista provocó en 1990 una afluencia de jóvenes de Alemania Occidental, Europa y otros continentes, quienes en el breve lapso de anarquía también ocuparon casas y departamentos. En locales cerrados desde hacía décadas se abrieron bares y cafeterías, en sótanos decrépitos o fábricas abandonadas se instalaron clubes nocturnos y se fundaron editoriales independientes, revistas, estudios de grabación e incluso un partido propio, se activó una radio pirata y se abrieron tiendas de productos naturistas y de artículos para niños. Durante un tiempo todo pareció una gran fiesta infantil permanente.
Pero la reunificación con su estatuto de la propiedad “devolución antes que indemnización” trajo al barrio a los antiguos propietarios y, entre su séquito, a los especuladores. En un sitio in , el espacio habitable es muy solicitado. A comienzos de los años noventa ocurrieron incendios, sobre todo en las casas ocupadas por gente joven. Con este mecanismo ardiente de desplazamiento se intentó desanimar pronto a la clientela poco solvente. Si bien esto no funcionó, la fiesta infantil había terminado. Al mismo tiempo, Prenzlauer Berg se convertía en la mayor zona de saneamiento de Europa.
De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas, sólo entre 1991 y 1996 la mitad de la población se había mudado de barrio. Sobre todo las personas mayores tuvieron que mudarse. Este rasante y radical cambio en la población, sólo conocido en épocas de guerra, llamó la atención de estadísticos y sociólogos urbanos. Hoy en día dos tercios de las casas del Gründerzeit han sido saneadas; los nichos, sótanos y cafeterías ilegales han desaparecido. Ahora resulta imposible conseguir un nuevo departamento por un alquiler razonable.
Prenzlauer Berg se halla en toda guía turística de Berlín en una posición destacada. El barrio más exclusivo de la Europa del Gründerzeit es elogiado, sus numerosos bares y un ambiente interesante, sobre todo alrededor de las Plazas Kollwitz y Helmholtz y de entidades culturales tales como la Kulturbrauerei y el Prater. Los jóvenes de 1990 que se quedaron han obsequiado al barrio en los últimos años con un babyboom, luego de que desde 1990 casi no habían nacido niños y muchas guarderías infantiles y escuelas habían tenido que cerrar.
Hoy en día prácticamente ya no proviene de Prenzlauer Berg innovación cultural alguna. Los sociólogos urbanos describen este fenómeno como una transformación que se da siempre en barrios desatendidos; la zona se reaviva con la presencia de jóvenes artistas o intelectuales, pero tan pronto como se vuelve económicamente rentable desaparecen los espacios libres necesarios para el arte y la cultura. Como sitio de vivienda sigue siendo muy solicitado, pero la caravana del arte siguió su camino en otra dirección. Algunos de los artistas de Prenzlauer Berg de la época anterior a la reunificación, que desencadenaron el boom con sus obras, murieron víctimas de sus adicciones o de la infructuosidad; otros tuvieron que mudarse porque sus ingresos no iban a la par con los incrementos en los alquileres. Uno de ellos, el pintor Gerhard Hillich, poco antes de su muerte, describió el lugar con todas sus contradicciones: “Si Prenzlauer Berg se convierte en un mito, entonces será algo duradero, algo que continuará por miles de años. Nunca tiene que haber existido realmente; el mito basta. El espíritu flota sobre él, y con ello todo está hecho.”
¿Y yo? Yo mientras tanto vivo en mi octavo departamento en Prenzlauer Berg. El actual está ubicado en la parte delantera del edificio y tiene un baño con tina, el agua ya no se congela en las tuberías en el invierno y ya no tengo que cargar carbón para calentarlo. Sin embargo falta algo. Tal vez es la solidaridad, la anarquía, el desdén por el dinero. Prenzlauer Berg es el centro donde se desarrolla mi vida, conozco aquí casi cada piedra, porque me he ocupado de la historia del lugar por años, pero también me gusta salir a otros sitios. Y la verdad es que sólo las estrellas saben si estaré dispuesta a seguir aquí cuando venga el próximo incremento en el alquiler...
Traducción de alemán Martha Villavicencio
*Tomado del catálogo Berlin/Buenos Aires , IAI / PK, 2004
Escena y panorámica del Prenzlauer Berg. Fotos: Christian Thiele
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