Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Universidad Veracruzana: medio siglo editor
JESúS GUERRERO
Cuentística del
pordiosero amor
ALFREDO PAVóN
El mundo de la fábula y las heridas de la realidad
JUAN CORONADO
Imágenes en una linterna mágica
SERGIO PITOL
El corazón del hombre
MARCO ANTONIO CAMPOS
Leer
Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Angélica Abelleyra
Gabriela Ortiz: hacer música con riesgos
Se recuerda niña, escuchando a Beethoven y a Mahler desde el amanecer, cantando las canciones de Cri-Crí diez veces durante el día o disfrutando a su madre pianista y a su padre apasionado de la ópera. Vivió desde niña en la música, así que a Gabriela Ortiz Torres ( DF, 1964) no le fue difícil aclarar su horizonte de vida y convertirse en una de las compositoras de música contemporánea más propositivas en el panorama mexicano.
Hija de María Elena y Rubén, fundadores de Los Folkloristas, inició su camino tocando charango y guitarra en La Peña que instaló aquel grupo que prodigó de canto latinoamericano al mundo. Pero como paralelamente Gabriela estudió piano, éste la atrapó y empezó a alimentar su gusto por la música de concierto. Además, en su escuela primaria había conocido a Mario Stern, el director del coro, y tuvo un taller de creatividad musical que le reveló un mundo desconocido: la invención de melodías que después sería su sendero y vocación creativa.
Otra presencia fundamental fue su maestra María Antonieta Lozano, quien la introdujo al microcosmos de Béla Bartók con sus volúmenes de música didáctica para piano. Fue su contacto no sólo con la música de concierto, sino con la veta contemporánea que le planteaba retos del siglo xx y no de centurias tan lejanas. Y fue precisamente ese el momento en que Gabriela Ortiz decidió que no sería pianista sino compositora de música contemporánea.
Al concluir la preparatoria, fue un año al Conservatorio Municipal de París, y si bien tenía una beca para instalarse en Francia, la salud de su madre provocó que retornara a México e hiciera su licenciatura en la Escuela Nacional de Música (ENM) de la UNAM. Aquí sus presencias nodales fueron Mario Lavista, en el Taller de Composición del Conservatorio Nacional de Música, y Federico Ibarra en la ENM. Tras esa formación sí volvió a Europa para concluir su maestría y doctorado en Londres. Para ella resultaba indispensable vivir fuera, seguir creciendo en lo que a composición se refiere, escuchar piezas actuales que no eran tan accesibles en el México de hace tres lustros, además de que no había entonces estudios de postgrado en la unam .
Autora de las obras Altar de piedra (2003), Puzzle-tocas (2002), Altar de muertos (1996) y Altar de neón (1995), dice que para ella no hay fronteras a la hora de componer. Mezcla lo folclórico y lo clásico, lo popular y el jazz, porque son los mundos que le han permeado la sensibilidad y el gusto. Asume que una de sus características es mantenerse abierta a todas las influencias, tal y como el siglo XXI se caracteriza por el eclecticismo que resulta benéfico siempre y cuando uno no se disperse. “El que tiene una voz propia, la tiene siempre”, afirma con ojos brillantes al enlistar a sus entrañables: Stravinsky, Debussy, Mahler, Beethoven, Ligeti, entre una amplia gama de autores.
Amante de la multidisciplina, ahora está atenta al trabajo de compositores como Steve Reich, John Adams o Tan Dung, pues hacen confluir en su trabajo musical al cine, al video y otras formas creativas de acercarse a la realidad a través del arte.
Eso es lo que hizo de alguna manera con su hermano, el videoasta Rubén Ortiz, en la cinta Fronterilandia (1995), y piensa ahondarlo más en el proyecto que planea concluir en su presente estancia en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos. Se trata de una vide-ópera basada en el personaje de Camelia la Tejana y una noticia de Alarma!
Para ella, la apuesta es la experimentación. Le aburriría seguir haciendo lo que sabe hacer, así que se lanza al ruedo de la renovación y el riesgo para construir, con su hermano, una ópera que ni siquiera es eso, pues no hay libreto ni guión dramático, sino que los personajes interactúan a partir de una nota roja y en ello se combinan la construcción visual y la musical.
Trabajar con creadores y disciplinas diferentes la saca del ensimismamiento y soledad natural del trabajo del compositor. Son condiciones extra musicales que la enriquecen y la divierten, a tal grado que tiene en puerta otro proyecto con el artista Jesse Lerner en donde habrá una búsqueda visual, documental y musical sobre la Revolución, en una especie de oratorio o cantata.
Por lo pronto, la autora de la banda sonora de películas como Por la libre (2000) y Síndrome de línea blanca (2003) anda en eu para concluir ese trabajo sobre Camelia La Tejana, seguir disfrutando a su hija de diez años y medio y construir sus microcosmos musicales donde la confluencia de intereses y el riesgo son el sello.
|