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Zapatos
He descubierto, de pronto, que el hombre de traje negro que está sentado en el asiento opuesto al mío lleva los mismos zapatos que yo. Para evitar cualquier error, reviso meticulosamente la cintilla en zig-zag que los cruza, la abrochadura y el borde rugoso de la punta. . No hay duda. Son iguales a los míos. Miro de arriba abajo al hombre que le una revista mientras espera el vuelo que nos llevará a Nueva Caledonia y me doy cuenta de que en él los zapatos negros adquieren un aire distinto, una distinción particular que en mí ni siquiera alcanza a esbozarse. En el hombre de expresión cortés parecen zapatos de piel, de buena marca, comprados en una de esas tiendas fashion que suele uno encontrar en los grandes centros comerciales. En mí, en cambio, los zapatos son lo que son. Ni más ni menos. Zapatos de un negro más bien paliducho, sin marca reconocida, comprados en rebaja y guiados por un perro ciego que los lleva siempre hacia ninguna parte. |