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La Francia se Bruni
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J.M. Coetzee: ¿a dónde nos lleva el progreso?
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Felipe Garrido
Nocturno
Poco después mi madre apagó la luz de la recámara. Oí cómo
rogaba por nosotros. Esto me confortaba. Comenzaban a cerrárseme
los ojos. Si sus oraciones se hubieran alargado, me habría
adormecido, pero terminó de rezar y ya no pude dormir. Llovía
levemente. Nadie pasaba por la calle. El silencio era absoluto. En
la alcoba de al lado mi hermano suspiraba entre sueños. Mi padre
no se movía. Mi madre tampoco. Imaginé que la Muerte podría
estrangularlos, sin ruido; luego cruzaría de puntillas la habitación
y desaparecería por el corredor. Al andar crujiría la duela... Sus
pisadas crepitarían como sucede cuando se camina sobre hojas
secas... Y todo ocurría en tinieblas... Temblé de terror. Tuve un
momento de expectación en que no supe de mí; perdí la noción
del tiempo y de las cosas. No acertaría a decir cuánto duró aquello,
ni qué hice mientras tanto. De pronto, en medio del silencio,
el grito, los sollozos, el llanto de mi madre: acababa de verme. |