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Hay, como pocos escritores, dos Álvaro Pombo. El primero nació en Santander en 1939, publicó pronto su primer libro de poesía a los treinta años de edad y estudió filosofía en el Birbeck College de Londres. El segundo Pombo vió la luz narrativamente a mediados de los setenta. En esos años publica Relatos sobre la falta de sustancia, una volumen de cuentos que rompía con su visión del mundo y de la literatura, y daba paso a una etapa de experimentación nacida por el desencanto respecto a las ortodoxias ideológicas y culturales. Ese segundo Pombo acaba de publicar La fortuna de Matilda Turpin, la novela con la que ha ganado el Premio Planeta 2006. Novelista, poeta y filósofo, Pombo ha escrito El héroe de las mansardas de Monsard (Premio Herralde de Novela); El metro de platino iridiado (Premio de la crítica); Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa); El cielo raso, Los delitos insignificantes, La cuadratura del círculo, entre muchos otros relatos que han cambiado el rumbo de la novela en España. – En el epílogo de su novela Una ventana al norte afirma que no existe la novela histórica. Usted, que ha trabajado todos los géneros de la novela, ¿cree de verdad en ellos? – Es un concepto absurdo. O es historia o es novela. En el momento en que la ficción se introduce en la historia, ésta se convierte en ficción. Incluso los Episodios nacionales , de Pérez Galdós, porque aunque los trate como una historia son hechos históricos ficcionalizados. Mi discurso para ingresar a la Academia versa sobre esto y se titula “Verosimilitud y verdad” , y planteo la verdad de la ficción, no de la verosimilitud, de la clase de verdad que contiene una novela. Porque yo prefiero reservar cualquier otro nombre para esa clase de novela. Eliminaría lo de histórica, aunque es complicado, porque hay magníficos novelistas, como Gore Vidal, que han escrito casi exclusivamente sobre hechos o personajes históricos, y debemos llamar a esos trabajos novelas porque no son ni ensayos ni tratados de historia. – ¿Entonces no es correcto hablar del género novela histórica? – Es posible hablar de ella en cuanto a descripción de una esencia eidéticamente construida, pero no en cuanto a descripción de una existencia. Porque la existencia fue como fue y el novelista no puede decidir seriamente sobre lo que hubo. – Usted ha hablado acerca de los “proyectos de trascendencia”, que ya ha abordado en otros libros, en especial en El metro de platino iridiado, pero no de forma tan explícita como en su reciente novela, ¿logró lo que quería con el texto? – Yo quería hacer una novela sobre la búsqueda o el rechazo de la trascendencia, y plantearla de manera comprensible. Era más difícil verlo en la situación actual y, en cambio, históricamente el tema estaba muy claro: los monjes, las cruzadas, etcétera. Hoy en día no hay realmente un proyecto monástico de vida, tampoco hay cruzadas, aunque no hace tanto tiempo llamaron cruzada a la guerra española. Es la perpetua tentación de quienes consideran que están en posesión de la verdad. – ¿Podríamos decir que La cuadratura del círculo es una novela anticlerical y también antibélica?
– Siempre he sido duro con la Iglesia, la de entonces y con la de ahora. La Iglesia no puede llegar a lo que quiere hacer con el hombre, no puede conducir las almas hacia Dios llevándolas a las cruzadas a matar moros. Creo que la novela está tratando asuntos contemporáneos porque la Iglesia es una sociedad, un grupo de personas. Después vino la Reforma, pero, visto con distancia, se presentan como intermediarios de Dios o Cristo y los hombres. Naturalmente Iglesia y Reforma tienen que cargar con las complicaciones que lleva el hacer ese papel de intermediario. La medición es muy imperfecta, realmente es separadora. En este sentido, la novela es anticlerical. También es antibélica. – La cuadratura del círculo transcurre en el siglo XII y estamos en el XXI, ¿cree que hay paralelismos lógicos entre ambos períodos? – Hay muchos que he tratado con cierto detalle en varios estudios. Por ejemplo, a quién corresponde la responsabilidad de una guerra. Ya sabemos que no sólo a una persona. Cuando Max Scheler [Alemania, 1874-1928] predica que la guerra es impulsora del destino de los pueblos, ¿en qué sentido lo dice?, ¿en el del positivismo o en el negativo de confusión y descomposición absoluta? Podemos discutirlo. Pero, si alguien nos dice hoy que la guerra es la impulsora del destino de los pueblos y vemos las estampas de humillación de las gentes andando por la carretera, andando sin saber a dónde ir, nos cuesta creer que el destino de esos pequeños pueblos sea morir en el barro. Hoy sabemos que la guerra es la guerra, y que es impulsora del dolor y de la amargura. – Este año fue muy criticado por haber ganado con su novela La fortuna de Matilda Turpin el Premio Planeta, ¿cree que se rebajó su calidad de escritor? – No lo creo, es absurdo. Que me lo digan en mi cara, porque considero que La fortuna de Matilda Turpin es mi mejor novela. Yo no he escrito una novela para ganar ningún premio, sino la mejor que he escrito. Y cualquiera que conoce el gremio sabe que digo la verdad. Pero, bueno, siempre ganar este tipo de premios produce miles de cosas, entre ellas el enojo de los colegas, pero a mí…. – El tema de la novela son las relaciones de pareja y de familia marcadas por la decisión de Matilda de dedicarse a los negocios, al comercio. ¿Cómo salvar ese desgarramiento entre las exigencias de la maternidad y la realización de ser más que una ama de casa? – Creo que lo de “babosas exigencias de la maternidad”, que es la frase real en la novela, es muy agresiva. No es que yo piense que las exigencias de la maternidad sean babosas, de hecho el libro es un elogio de la maternidad, pero sí creo que el cuidado de la prole no es fácil. Es que la gente es frívola incluso con la paternidad, cuando es un compromiso. – ¿Cree que Matilda es en el relato un lince en un mundo de almejas? – Sí. Es una mujer de acción, y la acción nos hace inteligible el mundo. Hace algunos años se entendía que teoría y praxis caminaban separadas, pero hoy la teoría sin acción es impensable. Esto no es un elogio simple de la acción, pero sí del vivir resueltamente y del obrar frente al contemplar. El marido de Matilda entiende el mundo como una especie de lectura reposada, pero la contemplación se convierte en hedonismo duro y puro. Por otra parte, la idea de Matilde es ser activa siempre. |