Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de agosto de 2008 Num: 701

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Santiago Hernández: de Niño Héroe a caricaturista genial
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Poniatowska: el compromiso de consignar
ROSARIO ALONSO MARTÍN

Tres poetas de Guatemala

Una deuda cultural pendiente
FABIÁN MUÑOZ entrevista con
LUIS LEANTE

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Verónica Murguía

Chiquita

Uno de los gajes más placenteros del oficio de escribir, trabajo solitario por definición, es leer los libros de los amigos. Y a veces la lectura nos da sorpresas: el amigo se revela bajo una luz insospechada, el tono y los temas contrastan con la persona a la que hemos conocido, y nos llenan de asombro. Otras, es como continuar en un diálogo silencioso las conversaciones que hemos sostenido con ellos, y cuando cerramos el libro nos quedamos con la sensación de haber estado muy cerca, en una suerte de viaje en el que fueron nuestros guías.

En la sabrosa lectura del libro Chiquita, de Antonio Orlando Rodríguez, Premio Alfaguara de novela 2008, me ocurrieron las dos cosas: Antonio supo sumar a sus intereses de siempre el estudio reflexivo de la literatura infantil, la historia de su natal Cuba, el interés por el mundo teatral y artístico de principios del siglo xx con la diestra fabulación de una vida: la de Espiridiona Cenda, nacida el 14 de diciembre de 1869 en Matanzas, provincia de la costa norte de Cuba, narrada en voz de un anciano malhablado, desenvuelto y dicharachero que contrasta con la personalidad sobria y la inteligencia reposada del autor, con quien establecerá un diálogo gracias al cual conoceremos las aventuras de la protagonista.

Espiridiona, de veintiséis pulgadas de altura, perfectamente formada y dueña de una inteligencia fuera de lo común, políglota, bailarina y cantante, llegó a convertirse gracias a su tozuda decisión de no sólo tener una vida normal, sino extraordinaria, en una estrella de vaudeville. Fue una mujer rica, amada, popular y además, según Rodríguez, una integrante involuntaria e importante de una cofradía secreta marcada con poderes sobrenaturales.

En Espiridiona, Rodríguez supo reunir las características de un heroína de cuento de hadas con una complejidad psicológica que la separa de la alegoría: Chiquita es como los niños que miran el mundo desde una altura menor a la normal, pero es una mujer brillante con una sexualidad desbordada y poco convencional. A lo largo de la novela la veremos como el centro de estampas salidas del canon de los cuentos de hadas: hay una gallina de huevos de oro, un rapto en el desierto africano, cerca de Tánger; un rescate providencial en el Sena, semejante al nacimiento de Venus y la reaparición de un amuleto en el vientre de un pez, pero estos son apenas vislumbres de un mundo ancestral en la urdimbre de una trama nueva.

Admirador de Cervantes en su libro de poemas infantiles El rock de la momia, Rodríguez incluyó ovillejos, esa encantadora forma poética inventada por el autor de El Quijote, el autor reproduce en Chiquita el encuentro fortuito con los papeles que consignan la vida de su protagonista. En lugar del sabio árabe Cide Hamete Benengeli, descubriremos en esta novela a un viejo cubano, Cándido Santovenia, a quien durante los años de la Depresión , Espiridiona Cenda acogió en su casa de Far Rockaway con el fin de dictarle su biografía.

En Cándido Santovenia el autor halla un cronista perfecto, cuya frescura dará colorido a un relato que retrata la sociedad conservadora que Espiridiona desafiará abierta o veladamente, según le convenga. Cándido es lenguaraz (“…era putísima”, advierte a Antonio cuando comienza su relato); memorioso y hábil en reproducir los sabrosos dialectos cubanos, desde el brusco castellano de un espectro congo invocado por una mayombera en un diálogo hilarante, hasta el sabio Francisco de Ximeno, un naturalista que regaló a la cubana un pez rarísimo, un ejemplar de Atractosteus tristoechus, o manjuarí.

Muchos de los comentarios que hace Rodríguez a la narración de Cándido aparecen y esto es un acierto que logra hacer aún más vagas las líneas divisorias entre realidad y ficción en forma de amenos pies de página.

Chiquita escucha en su niñez cuentos de espantos contados por esclavos, es testigo de la muerte de su padre por una bala perdida, se hace amiga de Sarah Bernhardt quien también aparece en Aprendices de brujo, la primera novela del autor, y participa activamente en la vida artística y política de la época.

Tuvo, en fin, la vida que había deseado. Como los personajes de las fábulas que el autor conoce tan bien, logra sus propósitos gracias a la fuerza de voluntad combinada con un impetuoso amor por la vida. Esta es una lección sonriente, impartida desde un libro lleno de fantasía y humanidad. Una delicia.