Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La ciudad y las bicicletas
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
La desaparición
YORGOS YERALÍS
Diplomacia cultural: elementos para la reflexión
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Santa María, California
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA
Un paso adelante hacia
El Paso
FRANCISCO CALVO SERRALLER
Cincuenta años del grupo El Paso
MIGUEL ANGEL MUÑOZ
La otra Frida
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ
Leer
Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
La ciudad y las bicicletas
Ricardo Guzmán Wolffer
Foto: Roberto García Ortiz/ archivo La Jornada |
Primero intenté andar en bicicleta en calles y avenidas donde hay un carril para los locos suicidas como yo. Milagrosamente salí ileso de dos empujones que me dieron sendos microbuseros: uno venía borracho, el otro más. De la bicicleta ni hablamos.
Luego me sumé a los paseos dominicales de bicicleta. Quedé peor. En cada esquina con paso de coches, los policías, vueltos súbitamente guardaespaldas de los bicicleteros, insultaban a los automovilistas con tal enojo que daba pena y culpa cívica estar en la bici (si le hubieran pegado a algún chofer, que poco faltó, hubiera regresado a terapia).
Finalmente tuve la ¿brillante? idea de usar la bicicleta en las mañanas, entre semana, abajo del Castillo de Chapultepec. No lo hubiera hecho. Ya sea ir en la bicla hasta el Castillo o subirla al coche para llegar y luego usar la bici, es súper riesgoso driblar tanto a los vehículos que van volados por Constituyentes, como a los usuarios de una universidad que está enfrente, que dan unos volantazos chulísimos para dejar a sus vástagos en la mera puerta escolar. Supongamos que uno llega sin taquicardia a la puerta del paseo de abajo del Castillo. Pues el primer problema es entrar. Más de una vez he tenido que aventar la bici y saltar cual gacela en cacería, al ver cómo los camiones con logotipo de chapulín de Chapultepec entran sin prender sus luces, sin frenar y sin gritar el clásico: voy derecho y no me quitoooo.
El siguiente trabajo hercúleo es sobrevivir a los policías que están pasando lista en pelotón. Ocupan medio paseo, y no sólo no se mueven, sino que te echan unas miradas que acalambran a cualquier ciudadano. Y no faltan las mujeres que te susurran “piropos” sexistas; quién lo diría. Para cuando uno inicia las vueltas en el circuito que rodea al Castillo, parecería que uno está curtido, pero no: de la nada salen camiones del ejército, camionetas de escoltas con veinte antenas, patrullas sin luces prendidas y todos circulan como si no hubiera peatones o ciclistas, ciertos de que ni hay quien los pare, ni habrá quien les diga algo. Luego hay que añadir a los tiernos soldados y demás cuidadores de Los Pinos que salen a pasear con unos perros (y conste que se supone que no puede haber canes en tal área) que ya hubiera querido Aníbal para sus batallas. Sin correa, por supuesto. Así, no sorprende que los demás deportistas, ya enloquecidos, se te crucen enfrente o que hagan formaciones militarizadas para defenderse de los vehículos, y terminen empujándote en su recorrido. Todo esto hay que hacerlo temprano, pues si te tocan los vendedores que entran con sus autos a dejar la mercancía, con la velocidad derivada de que las fritangas no durarán diez minutos más sin ser vueltas al hielo, es posible ser rematado sin misericordia.
He dejado la bicicleta por deportes más suaves: luchar con cobras rabiosas, jugar correteadas con los cacos de Tepito o intentar ganarle al Metro, pero sobre los rieles. Me siento más seguro.
|