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Hugo Gutiérrez Vega
APUNTES SOBRE EL TEATRO EN MÉXICO (IV DE X)
El gran momento del esplendor del Virreinato lleva el signo del barroco, entendido éste como una cosmovisión complementada por el pensamiento racionalista y por los primeros brotes de cientifismo. A pesar de que la corona decidió, de común acuerdo con la Iglesia , mantener a las colonias bajo la atmósfera teocéntrica de la Edad Media que el Concilio de Trento intentó perpetuar a través del predominio de la filosofía escolástica, en la Nueva España y en el Virreinato del Perú, el pensamiento racionalista se abrió paso y florecieron, a pesar de los embates inquisitoriales, la filosofía y la ciencia empíricas. Este hecho demuestra –en contraposición a los nuevos discursos del hispanismo cerril– que no se trataba de colonias en el sentido estricto de la palabra, sino de extensiones de la metrópoli en las que se daban, de una manera simultánea, los conflictos que sacudían a la capital del enorme imperio.
Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora son los personajes esenciales de nuestro barroco. Ambos tuvieron serios problemas con la Inquisición. La primera se rindió, dejó sus libros e instrumentos científicos y pasó los dos últimos años de su vida en un silencio monástico sobre el cual tenemos pocos datos que revelen su verdadero significado. El segundo, filósofo, poeta, astrónomo, matemático, investigador de las culturas precortesianas, no se dejó vencer y siguió adelante en su aventura racionalista y en su defensa del empirismo perseguido por el absolutismo escolástico.
Bernardo de Balbuena inicia su poema “Grandeza Mexicana” de la siguiente manera: “De la famosa México el asiento,/ origen y grandeza de edificios,/ caballos, calles, trato, cumplimiento,/ letras, virtudes, variedad de oficios,/
regalos, ocasiones de contento,/ primavera inmortal y sus indicios,/ gobierno ilustre, religión, estado,/ todo en este discurso está cifrado.” Y cuando habla del teatro novohispano, así lo describe: “ Fiesta y comedias nuevas cada día/ de varios entremeses y primores/ (dan) gusto, entretenimiento y alegría.”
Se refería a los activísimos corrales, a los autos y coloquios sacramentales que se presentaban en los actos públicos y ceremonias civiles, a los túmulos imperiales y reales que se levantaban en las ocasiones funerarias, a la cosmovisión teatral que informaba todos los aspectos de la vida novohispana. No olvidemos que el barroco es la etapa de madurez del Renacimiento, y que implica una voluntad de estilo de vida que se adaptaba a la exhuberancia y al individualismo característicos de la sensibilidad española. El barroco mestizo lleva al delirio esta voluntad estilística. Las iglesias barrocas de México y Ecuador, la poesía gongorina de Sor Juana, el racionalismo de Sigüenza, la presencia de Calderón en el teatro de la misma Sor Juana y algunos aspectos de la obra dramática de Juan Ruiz de Alarcón, testimonian el estallido provocado por el contacto entre el barroco europeo y las formas del pensamiento y de la creación del mundo precortesiano que latía poderosamente debajo de la superestructura virreinal. Creo que en este momento se consolida la cultura mestiza, signo inicial y permanente de la América de lengua española.
Sería imposible intentar, en estos apuntes, la síntesis del barroco novohispano. Su mundo laberíntico, su terror al vacío, las infatigables curvas de su estilo, las vueltas y revueltas de su pensamiento y su inagotable curiosidad por lo humano, me obligan a ser respetuoso y a limitarme a tratar dos aspectos relacionados con el carácter mestizo de las obras dramáticas de Sor Juana y de Alarcón.
El divino Narciso es el auto sacramental de Sor Juana en el que aparecen con notable claridad las grandes líneas del Renacimiento y del barroco. Su forma es calderoniana (se basa, en parte, en el auto Eco y Narciso, de Calderón), las reminiscencias clásicas y mitológicas las presta Ovidio y el propósito evangelizador se ve rebasado por la preocupación estética. Así, en la Loa del auto aparece un grupo de indios que celebra el rito de Huitzilopoxtli, el dios de las semillas del Olimpo azteca. Los oficiantes preparan un pan de maíz que riegan con la sangre de los sacrificados. Los exégetas ortodoxos han creído ver en esta Loa una defensa de la verdadera fe amenazada por el dominio de la herejía de la religión primitiva. Sor Juana era más sutil y nos indica que ese extraño rito no era otra cosa más que una premonición, crecida en medio de las tinieblas idolátricas, de la comunión cristiana que es, en última instancia, una introyección, el acto de comerse a Dios, de hacerlo formar parte de la carne y de la sangre del comulgante para que le ilumine las entrañas. Por otra parte, la monja escritora demuestra una admiración, exenta de paternalismo, por los ritos precortesianos, cosa bastante escandalosa para la ideología dominante.
(Continuará)
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