Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de enero de 2008 Num: 671

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La ciudad y las bicicletas
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

La desaparición
YORGOS YERALÍS

Diplomacia cultural: elementos para la reflexión
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Santa María, California
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Un paso adelante hacia
El Paso

FRANCISCO CALVO SERRALLER

Cincuenta años del grupo El Paso
MIGUEL ANGEL MUÑOZ

La otra Frida
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Por una crítica del malestar* (II Y ÚLTIMA)

III

Fueron Deleuze y Guattari quienes hablaron de literatura y territorio. El territorio deleuziano no es sólo la demarcación física de un espacio, sino el sitio dentro de un sistema dado en el que nos sentimos seguros, cómodos, pertrechados; entraña algo de familiaridad y de propiedad, de hogar. Por esto mismo, envuelve un sentido de apropiación y agenciamiento; no basta con habitarlo sino que hay que sentir que nos pertenece, antes que nosotros a él. Este postulado territorial viene al caso para la crítica teatral en tanto que su transcurso natural es el de la fuga: la fuga de ese territorio que otros proclaman como suyo a partir de recorrerlo, de ocuparlo e incluso de construir estructuras sobre él, imposibilitados para saber que estar en un espacio no significa por necesidad habitarlo con sentido y sensatez. El espacio teatral, esa abstracción que por tantos siglos ha entretenido al hombre por su condición mutante y móvil, no puede pertenecer a nadie en tanto que es el mapa en cuyas coordenadas se configura una poética inestable. La representación, si todavía estamos para hablar de representación, no se repite a sí misma, no puede encerrar dentro de sus leyes de tensión un acto sin entretelones ni rendijas. El sentido entonces se fuga; la trascendencia posible del acto teatral radica, precisamente, en la movilidad de su discurso y en la manera en que nos repercute y nos afecta. Como supo pregonarlo Foucault hace cuarenta y tantos años, el teatro, con todo su formato milenario, y que muchos han considerado ya obsoleto ante la jovialidad aparente de otras expresiones artísticas, debiera ser el espacio de acción idóneo para una filosofía que persiga la subsistencia del pensamiento crítico mediante su puesta en movimiento. El espacio teatral, entonces, es el escenario de un pensamiento en acción, despliega dentro de sus límites la batalla de los cuerpos que, desdoblados de un Yo abstracto e incompleto como el del artista teatral, deambulan en busca de sentido y pertenencia. Poner en crisis este discurrir, objetivarlo para la crítica en su acepción menos espuria, significa fugarse de su apuesta por la totalidad, replegar la escritura sobre sí misma para dar cuenta, si fuera posible, de la inestabilidad poética del territorio, de la lucha del hacedor y del compareciente contra sus propios presupuestos. Sosegada y furiosa, serena y visceral, la crítica teatral hace constar en negro sobre blanco este tránsito perpetuo del pensamiento, del cuerpo y de la teatralidad toda en aras de evadir su inevitable finitud. En su condición de vínculo entre escritura y acción, en su papel fundamental dentro de este juego de yuxtaposiciones y paradojas, la crítica molesta más por lo que devela que por lo que oculta o convalida. El malestar, entonces, es compartido y general.

IV

Si he de ser sincero, no creo que estemos en condiciones –me incluyo– de dar paso definitivo a una crítica del malestar dentro del circuito teatral mexicano. Razones las hay demasiadas, a cual más deleznable: porque nos ocupamos en nimiedades, porque vivimos un tanto al día, porque la crítica no suele ser más que la nota que a los de este lado nos ayuda a completar el pago de la renta y que los de la otra orilla sólo consideran si les sirve para insertarla en su carpeta de turno. La condición insular del teatro mexicano, la incomunicación entre quienes de alguna u otra forma lo constituyen, también se manifiesta en la subestimación del ejercicio crítico por el crítico mismo: mientras se siga pensando que se trata de periodismo y no de escritura, su aislamiento como figura dentro de las categorías de hacedores teatrales en nuestro país estará garantizado. En todo caso, la situación de la crítica teatral en México, más allá de sus pequeñas particularidades, tiene como problema principal lo que también es la mayor carencia en nuestro teatro en general: la falta de identidad. Personalmente, llevo seis años en la crítica teatral y cada vez me siento más molesto. Supongo –espero, quiero pensar– que no estoy solo en este tren.

* Texto leído en el marco del Coloquio de Teatro Mexicano Contemporáneo, efectuado en el Centro Nacional de las Artes en otoño pasado.