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Javier Sicilia
Carbonell, el artista y la inconsciencia
Platón, con la agudeza del filósofo, decía que el poeta, el artista, devela la verdad, pero que ella no es como el artista dice. La afirmación, a la que en sus Diálogos le dedica cientos de páginas, es dura, pero no por eso menos verdadera. La razón está en la mirada: mientras el filósofo revela algo del sentido profundo de las cosas mediante un razonamiento, el artista lo hace mediante la creación de una forma. Uno y otro beben de la misma fuente, pero entre ambos se yergue el abismo de sus maneras de conocer: el saber del artista es oscuro –resplandece en el misterio de la belleza–, el del filósofo es claro –resplandece en el argumento que despliega. De ahí que el artista –cuando no es consciente de su arte como Baudelaire o como Miguel Ángel– ignore en el orden de la razón la profundidad de lo que su arte revela, al grado de equivocarse hasta la banalidad cuando pretende decirlo de manera racional.
Si Platón hubiese nacido en este siglo y hubiese podido contemplar la obra que Santiago Carbonell expuso durante todo el mes de diciembre en la galería principal del Jardín Borda, en Cuernavaca, no habría hecho más que confirmar el argumento: Carbonell no es sólo un gran artista, es tan absolutamente inconsciente de lo que revela, que cuando nombra su obra, Gracias paganas, y trata de explicárnosla, se equivoca hasta la banalidad.
Foto: archivo La Jornada |
Cuando, después de enfrentarnos al título de la exposición y su texto introductorio, y nuestros ojos salen del asombro de toparse con el primer cuadro, nos damos cuenta de que esos rostros femeninos, esos torsos desnudos en la soledad o en el abrazo erótico, y los símbolos que los acompañan, nada tienen que ver con el paganismo ni con las Gracias del mundo griego, sino con el cristianismo y las gracias teologales. Si algo, la perfección apolínea del mundo pagano, aparece en esa exposición, ésta no le viene a Carbonell de la tradición helénica, sino de la renacentista que –al igual que el cristianismo de los primeros siglos lo hizo con el lenguaje de la filosofía griega– la deselhenizó para hacer resonar en ella los misterios de la revelación cristiana. Aunque su vergüenza de moderno y su incapacidad filosófica lo hagan y pretendan hacernos creer que su obra nada tiene que ver con el cristianismo, el universo de Carbonell no sólo está ahí, sino que al reactualizarlo nos introduce en algunos de sus misterios sustantivos: la oración, las gracias teologales –la fe, la esperanza y la caridad– y la experiencia mística. Como el gran artista que es, Carbonell no ilustra ni explica, simplemente devela mediante la belleza la percepción carnal que acompaña a las experiencias indecibles del cristianismo. No nos dice cómo es la oración o cómo es la esperanza o la experiencia de Cristo, simplemente nos las muestra mediante gestos, en particular, los de la mirada o –cuando no sucumbe a la tentación de destruir sus obras con la simbología degradada del graffiti y del cartel comercial, lo que nos confirma la inconsciencia en la que vive– de símbolos como los estigmas o la sangre. Sus obras, al menos en esta exposición, no son paganas, son reintroducciones a la sustancia de la vida espiritual cristiana. En ellas el artista busca lo maravilloso no en las descomposiciones del cubismo o en el phantasma del surrealismo, mucho menos en la vaga equivosidad del abstraccionismo o en la inanidad de la instalación y el arte-objeto, tan en boga en nuestra época, sino en la figura humana y lo cotidiano de una mirada, de unas manos entrelazadas o de un simple abrazo. En Carbonell, la carne –una verdad que sólo puede nacer de una profunda intuición de la encarnación– es la mediadora entre el mundo de allá y el de acá. ¿Cómo no ver en sus cuadros un renacimiento de la faz carnal del cristianismo tan oscurecida por la moralina de una Iglesia aterrada ante el desmantelamiento postmoderno?, una cara que en Carbonell es ya nuevamente discernible. Arte de la carne, no como forma en el espacio, sino como un aquí que, a pesar de la inconsciencia del artista, irradia los misterios de lo eterno.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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