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Procacidad como virtud
En una televisión como la mexicana, plagada de absurdas correcciones políticas, dobles discursos y mojigaterías que mantienen paternal sonrisa en las Buenas Conciencias, la procacidad supone contradictoria, dialéctica virtud. Hubo y habrá variopintas producciones que intenten romper los viejos cuñetes que preservan lo que se puede decir en tele y lo que no. La mayoría seguirán estrellándose con muros de fracaso, mediocridad y servilismo. Algunos programas, sin embargo, logran saltar la valla hacia el movedizo territorio que separa lo simplemente vulgar (allí casi todas esas revistas y programas de humor alburero o los que pretenden humor familiar en cualquier serie de comedia, ya en la misma Televisa o en TV Azteca que suele agregar al caldo, además, cucharadas de insufrible catecismo), y aquí entra en juego el muy personal criterio de cada quien: qué es vulgar y qué es chistoso, o qué tanto puede definirse como auténtica picaresca una atrocidad en las muy mexicanas formas (otra vez, llenecitas de dobleces y esquinazos) de percibir e interpretar el mundo. Algunos programas del pasado lograron pulsar ese interruptor que no solamente será colegido por el individuo como teleaudiencia, sino por el entorno social e histórico en que le tocó salir a cuadro: Los Polivoces , Sábado de medianoche (sobre todo en su primer par de temporadas), ¿Qué nos pasa? (sobre todo en la primera), Ensalada de locos o las primeras emisiones de La carabina de Ambrosio tuvieron éxito más allá del gag de sus chistes porque lograron hacerse eco de un humor corrosivo y sanamente pesimista que es el que realmente forma parte de la idiosincrasia mexicana, el mismo espíritu que alimenta nuestra fascinación por la máscara y el monstruo, por la muerte y la fatalidad; oscuros rincones y fetiches de nuestra demosofía que parecen resistir, quién sabe si todavía por mucho tiempo, las avanzadas del mercachifle y sus puntas de lanza del mercantilismo global (allí, por ejemplo, modernas ridiculeces como que niños mexicanos canten “jalogüín” o personifiquen escolares montajes escénicos del gringuísimo día de acción de gracias).
Hoy, ejemplos similares a los mencionados son rareza. Parece que en la televisión abierta (a riesgo de estar cometiendo una injusticia con esta pésima memoria mía) no hay ni uno. Lo poco que se puede poner en la mesa estará entonces indefectiblemente en la programación de los sistemas cerrados, sea por cable o por recepción satelital. Allí se cocinan, por ejemplo, las todavía frescas Pellizcadas de Márgara que se orean en Telehit, canal de música y programas de variedad para un nicho de mercado específico, de adolescentes y jóvenes menores a los cuarenta, que realiza esa que al parecer es la filial más progresista e insolentona de Televisa.
Las pellizcadas de Márgara es un programa de entrevistas que en principio sabe a pan con lo mismo: artistas de la empresa y bajo presupuesto, pero con altos niveles de una heterodoxia formal que se agradece ante las acartonadas fórmulas de conducción que parecen ser materia única en las escuelitas de actuación de Televisa. Conducción, por cierto, que está a cargo de una “quesadillera” salida del heroico lumpenaje nacional, tal vez oriunda de la Portales, la Bondojo o cualquier colonia de la periferia, de ésas que suelen llamarse Luis Donaldo Colosio, Yecapixtla o Porvenir: Márgara Francisca (interpretada por el humorista Eduardo España, quien parece que ha encontrado un espacio propio, más libre, menos censurado) es una luchona y malhablada madre mexicana, lépera que ha engendrado media docena de léperos, a su vez arquetipos postmodernos que sectorizan la “raza de bronce”: el mecánico, el maricón de la estética, el raterillo. Luchona, obcecada y sobre todo insolente dueña de su espacio, Márgara lleva las entrevistas por donde le da la gana con comentarios procaces y todo el léxico de la calle, y donde algunos ven exceso otros vemos catarsis, porque si bien es cierto que a ratos Márgara-España hacen del lenguaje un cliché abusivo, es más cierto que el contexto empresarial del que proviene el histrión es de suyo morigerante y bobamente homogéneo. Siendo de reciente aparición, habrá de verse cuánto dura el fresco a las quedadillas; por lo pronto España ha sabido darle a su personaje un talante de insolencia, de enojo permanente con el que la señora , muy dueña de su quesadillería, es perfectamente capaz de mandarnos a todos, público, invitados, censores y ejecutivos de televisora a la puritita chingada. Provechito.
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