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Un paso adelante hacia El Paso
Francisco Calvo Serraller
Antonio Suárez, Abstracción, 1968 |
Estamos próximos a celebrar el cincuentenario de la fundación de El Paso, que se dio a conocer en 1957, y basta con repasar la trayectoria de sus miembros para calibrar la importancia del grupo que inicialmente los lanzó hacia una proyección internacional, algo insólito en la todavía muy aislada España de entonces. Algunos ya han muerto: Manuel Millares, Antonio Saura, Manuel Viola, Pablo Serrano y Manuel Rivera, mientras que continúan venturosamente en activo Martín Chirino, Rafael Canogar, Luis Feito y Antonio Suárez, pero cualquiera de ellos forma ya parte, por mérito propio, de la historia del arte contemporáneo no sólo español, sino algunos ya del arte mundial. Conviene recalcar lo último, porque no siempre los artistas logran sobrevivir a lo que se constituyó en la plataforma de su lanzamiento. La duración de El Paso como movimiento organizado fue bastante efímera, apenas un par de años, pero tuvo un efecto catalizador formidable, que no se limitó sólo a dar a conocer la obra de sus integrantes, sino, en general, al muy pujante arte vanguardista europeo de la década de 1950, en cuyos inicios se terminó con el bloqueo internacional a España, y a cuyo final, tras el Plan de Estabilización, se inició la auténtica transformación económica-social de España.
Lo que los miembros de El Paso supieron expresar fue, en todo caso, la posibilidad de conjugar el peso de una identidad artística tan singular como la española con las inquietudes vanguardistas del momento, algo que casi nunca había sido posible de forma grupal durante la conflictiva historia de nuestra época contemporánea. La sabia conjugación de estos dos elementos, la creciente expectación internacional por lo que entonces comenzaba a pasar en España, una hábil promoción oficial en el exterior y, naturalmente, la calidad artística de sus componentes, hicieron que súbitamente se mirase, de puertas para afuera, con curiosidad y admiración, lo que hasta entonces no había despertado el menor interés.
En El Paso, en cuya evolución desempeñó un papel capital Antonio Saura, seguido por Canogar, Millares y, en menor medida, Feito, cada uno de sus miembros desarrollaron su lenguaje pictórico en sintonía con el informalismo; los estilos individuales quedaron relacionados entre sí, al margen de la aplicación de técnicas o contenidos comunes. Fueron más bien la sobriedad y aspereza, el violento claroscuro e, indudablemente, la áspera desmaña de su expresionismo, un expresionismo de entraña negra, sensual y desgarrado, muy a la manera española, lo que les dio un aire de vertebración común.
Si me detengo a explicar la suerte que corrió este movimiento de El Paso, lo hago por el valor referencial que cobraría posteriormente, incluso tras haberse disuelto como organización. En efecto, todas las generaciones posteriores tuvieron en cuenta al grupo de una u otra manera como modelo. Los sentimientos que suscitará serán contradictorios, pero el hecho es que se convirtió en punto de referencia internacional obligado, que se prolongó en el tiempo mucho después incluso de que perdiera completamente su vigencia.
De manera que el éxito internacional del informalismo español, cuyo vehículo más caracterizado fue El Paso, se debió a esa fórmula de expresión sintética, pero también hay que atribuir a ella el prestigio polémico –mítico– que alcanzó este movimiento dentro de toda Europa.
A pesar del éxito de El Paso y del reconocimiento general de su relevante papel histórico, no fue, sin embargo, fácil abordar retrospectivamente su memoria mediante una exposición, cuando llegó el momento de hacerlo; esto es: cuando se consolidó el proceso de transición democrática del pueblo español. Así, fueron pasando fechas conmemorativas, como la de los veinticinco, treinta, cuarenta y ahora cincuenta años de su fundación sin que cuajasen proyectos lo suficientemente rotundos. Y es que no había el consenso suficiente entre los supervivientes, que mantenían ciertos recelos mutuos. No es algo que pueda considerarse extraño en este tipo de experiencias colectivas, cuyas anecdóticas suspicacias se terminan borrando con el tiempo. En este sentido, el aniversario cincuenta es un hito más para la debida normalización de la memoria y el reconocimiento de El Paso, algo que sólo puede darse a través de la exhibición pública conjunta de la obra de sus miembros.
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