Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de abril de 2007 Num: 631

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poemas
JOHN MATEER

Festival de Medellín, la poesía en tiempos de desesperación
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con FERNANDO RENDÓN

Recuerdos y enseñanzas de Joan Miró
ALBERT RÀFOLS-CASAMADA

Miró: un espíritu vivo
ANTONI TÀPIES

Miró y sus constelaciones
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Reliliputiensear
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Javier Sicilia

El Cristo de Holbein

Abril 1867. Fedor Mikailovich Dostoievski, autoexiliado de Rusia por las deudas que lo persiguen, se encuentra en el museo de Basilea al lado de su joven esposa. Delgado, trabajado por el sufrimiento, sus ojos, que no han dejado de ir de un lado a otro, se detienen repentinamente ante el Cristo en el sepulcro, de Holbein. El cuadro es tan hermosamente espantoso que no lo olvidará nunca: "Es –lo describirá años después y lo evocará en un pasaje dramático de El idiota– el cadáver [encerrado en un cajón] de un hombre lacerado por los golpes, demacrado, hinchado, con unos tremendos verdugones, sanguinolentos y entumecidos; la pupilas sesgadas; los ojos, grandes, abiertos, dilatados, brillantes con destellos vidriosos." "Un cuerpo sin belleza –dirá Martín Descalzo–, sometido al más dramático dominio de la muerte."

Dostoievski lo mira largo rato con una fascinación aterrada, que horas después, de vuelta al hotel, le provocará un dramático ataque de epilepsia, y volviéndose hacia su mujer le dice las palabras que pondrá en boca del príncipe Mischnik cuando mira una reproducción del cuadro en casa de Rajogin: "Un cuadro así puede hacer perder la fe."

Dostoievski, acostumbrado, como hijo de la ortodoxia rusa, a mirar Cristos resucitados, tiene razón: el Cristo muerto de Holbein carece de esperanzas. A diferencia del Cristo en la cruz, de Velázquez, cuya serenidad, envuelta por una luz eucarística, anuncia la resurrección, o del Cristo de San Juan, de Dalí, en done la mirada del Padre –que es la perspectiva desde donde está visto– anuncia la compasión que responderá por él, el de Holbein es el cadáver de un hombre devorado por torturas infinitas y por el horror de la muerte y la putrefacción.

¿Quería Holbein, como dice Dostoievski, hacernos perder la fe? ¿Quería mostrar, en la crueldad de su naturalismo, el gran fracaso de la confianza de Cristo en un Dios inexistente, su ingenua arrogancia que pretendía la resurrección, y con ello decirle a todo el cristianismo que vana era su creencia? No lo sé. En todo caso, esa pintura, que, como toda gran obra de arte, dice siempre más de lo que artista quiere expresar, a mí, como a Dostoievski, me aterra, pero a diferencia suya llama a mi fe, a la más profunda de las fe: la que se mueve en el territorio de la desnudez y de la oscuridad sin amparo. ¿Cómo, de esa fiambre, de ese cuerpo vencido por la fuerza oscura, imperiosa y absurda de la muerte; de esa carne putrefacta y sin vida, que apenas si parece ya un hombre, de la que el pintor, con una audacia sin precedentes en la historia de la pintura sacra, arrancó el más mínimo signo de la esperanza, pueda brotar la resurrección?

Es la misma pregunta que algunos, como Marción, se hicieron al principio del cristianismo en relación con la encarnación: ¿cómo podemos imaginar a Dios nacido de las entrañas chorreantes que manipulan sabias mujeres y médicos, "coágulo de sangre –dice Marción– entre las inmundicias", y que arrancó las dramáticas páginas que Tertuliano le dirige en De carne Christi.

A lo que la fe responde con la alegría de su luminosa oscuridad: al igual que allí, en eso que Marción, con el escándalo de una vieja beata, llamaba "las inmundicias que pusieron en el vientre los órganos genitales sobre ese horroroso coágulo de sangre y agua", surge el Dios hecho carne, también en esa inmundicia que el odio de los hombre asesinó y lenta y aterradoramente se pudre en el cajón solitario del cuadro de Holbein; en ese cadáver abierto a los gusanos, que Dostoievski describe minuciosamente, está la carne vencedora de la resurrección.

Se necesita pasar mucho tiempo frente al Cristo de Holbein para lograr mirar esa luz inexistente en la evidencia primera del cuadro. Holbein no pintó una diatriba contra la fe; pintó más bien –en un siglo, el XV, que se abría a la duda– el llamado a una fe sin mediaciones, el llamado a esa fe que un siglo como el nuestro –el de la más absoluta negación de lo sagrado– nos pide: la de la afirmación del misterio allí donde las esperanzas han dejado de existir; la fe que sólo surge cuando hemos aprendido a descreer de todo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.