Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de febrero de 2007 Num: 623


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La entonación exacta
EMILIANO MONGE
John Berger: el golpe poético de la mirada
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Poemas
JOHN BERGER
Tambuco: golpe a golpe
ALONSO ARREOLA
Acerca de la supuesta hibridez del ensayo
EVODIO ESCALANTE
Alejandra Pizarnik y sus personajes
ELIZABETH DELGADO

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Minicuento
JESÚS VICENTE GARCÍA


Directorio
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SENSACIONAL DE MARICONES

Son tiempos de queer studies, de solemnidad ataviada de corrección política, de "normalización y tolerancia", y lo primero que hay que celebrar en la pieza del multipremiado Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio es el desenfado: el primer episodio de la saga de Jaimito no es ni gay ni queer, sino el detonante decidido de un compendio de jotería. En la parodia sarcástica de un melodrama mil veces visitado, legom se distancia de la otredad que retrata y nos la presenta, inserta en una realidad atrofiada y anómala (pues los "normales" pronto se desenmascaran), como materia para un estudio de la frustración y de la incapacidad. Como en algunos otros de los miembros de su galería de desilusionados, legom atribuye el infortunio de Jaimito a razones casi congénitas o, en todo caso, insalvables por arraigadas; su inocencia y candor naturales lo harán, al mismo tiempo, fomentar y albergar esperanzas absurdas y desproporcionadas (abandonar su pueblo en pos de la gran urbe, enamorarse del patrón, huir con él a Acapulco a habitar plenamente su homosexualidad) y sabotear inconscientemente su cumplimiento. Estamos, como en mucha de la producción del autor, ante un abordamiento contemporáneo (y a la vez hilarante) de la tragedia, entendida como el fracaso y el absurdo cotidiano, como el dolor, visto con cierto dejo de ternura, de saberse incapaz de contravenir esa suerte de predestinación, de mal sino originario.

Sensacional de maricones homenajea y subvierte la literatura folletinesca y le sirve a legom para inmiscuirse en terrenos anteriormente inexplorados para él: los de la narración escénica tan en boga. El recurso de distanciarse del relato subraya las habilidades del autor (extraordinarias dentro del contexto de la dramaturgia nacional) para la elaboración del lenguaje y complejiza, aún más, las exigencias para quien ha de incorporar su teatro en la escena. No obstante estos logros estilísticos, la narraturgia legomiana parece quedarse corta respecto a otros trabajos del dramaturgo de Guadalajara en términos de diégesis (impensable antes cierta puesta del desarrollo al servicio de la presentación de gags, casi todos relacionados con el desdoblamiento enunciativo de quien narra y no participa en tanto que personaje de la escena), aunque en su descargo debemos decir que el humor, abundante, funciona y detona la carcajada casi en todo momento. El triángulo compuesto por Jaimito (Alejandro Morales), el patrón don Juan Eleudoro Castro y Castro (Juan Carlos Vives) y su esposa doña Mariana Bribiesca (Mahalat Sánchez) ofrece, pues, pasajes de hilaridad pura y desenfadada, en un rendimiento general compacto y con instantes de una comicidad notable.

Boris Schoemann, encargado de la puesta en escena que se presenta en el Teatro La Capilla, se enfrenta a la narración escénica y al dilema de evitar su ilustración burda, y acaso a ello busca oponerse de igual forma la escenografía de Noé Casillas, que divide el escenario en compartimentos (dos de ellos retretes, en donde transcurre, no del todo justificadamente, buena parte de las acciones de la obra), otorgando mediante la austeridad plena libertad a Schoemann para recrear, en combinación con el diseño lumínico de Carlos Guzmán, la multitud de atmósferas por las que discurre la fábula de legom. La fragmentación del espacio escénico, la enmarcación de las escenas en áreas específicas, vincula la puesta de Schoemann con el carácter pop de la obra; son sus recuadros en escena los recuadros de la "fotonovela escénica", la cara visible de una articulación discursiva basada en otra perfectamente reconocible, la comisura más próxima de un palimpsesto, de un ejercicio de reescritura.

De igual forma, Schoemann debía guiar a sus actores en un proceso complejo, que comprendía no sólo la caracterización de personajes fársicos, sino la habitación plena de los recursos de la narración: enunciar, caracterizar y relatar a un tiempo y sin fisuras. Debemos decir de este elenco (pues hay otro que alterna las funciones), que cumple con creces su tarea, cada uno desde su trinchera: la organicidad de Morales, un actor ya referencial del teatro joven nacional, la obcecación gestual y corporal de Mahalat, el formalismo efectivo de Vives. Una puesta, en suma, lacerantemente divertida, una celebración oblicua e irónica de la diferencia, una notable empresa actoral.