Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de febrero de 2007 Num: 623


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La entonación exacta
EMILIANO MONGE
John Berger: el golpe poético de la mirada
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Poemas
JOHN BERGER
Tambuco: golpe a golpe
ALONSO ARREOLA
Acerca de la supuesta hibridez del ensayo
EVODIO ESCALANTE
Alejandra Pizarnik y sus personajes
ELIZABETH DELGADO

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Minicuento
JESÚS VICENTE GARCÍA


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Acerca de la supuesta hibridez del ensayo

Evodio Escalante

¿Quién podría renunciar a una imagen afortunada? ¿Alguien desdeñaría el bronce reluciente de un escudo retórico? El poder persuasivo de las imágenes, y su capacidad para reconcentrar en unos pocos trazos la luz de la inteligencia, es algo que se da por sabido desde la más remota antigüedad. Las imágenes resplandecen y persuaden mucho mejor que los dilatados discursos y la prolija secuencia de sus cláusulas. Son sintéticas y apodícticas. José Pascual Buxó tituló del siguiente modo uno de sus libros, dedicado a los emblemas que se utilizaban en la literatura de la Colonia: El resplandor intelectual de las imágenes. Cito este hermoso título, de procedencia plotiniana, como el mismo Pascual Buxó reconoce, para reforzar lo que acabo de decir, pero también para situarme del lado de la reticencia escéptica, y para afirmar que a menudo la luz de las imágenes no brilla sino a costa de oscurecer todo lo que está a su alrededor, y de sepultarlo en las tinieblas. Hay imágenes que en lugar de irradiar claridad, ofuscan el entendimiento, como si de modo subrepticio absorbieran y apagaran todas las reservas de luz disponibles en sus inmediaciones. Me atrevo a pensar que la conocida imagen de Alfonso Reyes, con la que afirma que el ensayo es el "centauro de los géneros", pertenece a esta última categoría. La frase ha hecho fortuna y es casi inevitable recurrir a ella cuando se trata de ubicar el ser del ensayo. Lo que me pregunto es si ella le hace justicia al ser del género que trata de definir, y si le hace además justicia al discurso de Reyes acerca del ensayo, esto es, si la frase no tergiversa u oscurece lo que el pensamiento de este autor ha tratado de establecer.

De entrada, la expresión juega a ser una imagen de la hibridez. Lo peculiar del ensayo, en tanto, género, sería la de ser un género híbrido, que conjunta maneras encontradas, lo que da por resultado un ente "machihembrado", si se me permite usar una palabra también empleada por Reyes en este contexto. Ni bestia ni hombre, sino una extraña (por no decir siniestra) mezcla de los dos. Esto es lo que se contiene en la figura mitológica del centauro. El Diccionario de autoridades establece, en términos muy precisos: "Centauro. Monstruo que fingió la antigüedad; se componía la mitad de hombre, y la mitad de caballo." El mismo diccionario agrega, en posterior entrada: "metafóricamente significa el hombre compuesto de contrarios genios e inclinaciones".

¿Basta con que haya mezcla para que se dé el ensayo? ¿Donde el metafórico "genio" del texto tira por un lado hacia el relato y por otro hacia, por decir algo, nociones intelectuales, hay ensayo? La seductora imagen se nos convierte muy pronto en una fuente de dificultades, pues salta a la vista que no hay un texto donde los rastros de la inteligencia no se hagan notar en algún grado y proporción. Incluso en el más exaltado poema lírico debe haber al menos unas gotas de raciocinio, de iluminación racional, pues no hay emoción que no esté tamizada por un sentido del orden que impone la inteligencia. Si todo se vuelve ensayo, dado su ingrediente intelectual, entonces la noción de ensayo que estoy utilizando no me sirve de nada. Esto me obliga a volver a los textos en los que en propio Reyes había considerado el asunto, para reconsiderar el contexto y ver cuál podría ser el significado más preciso de la imagen "centauro de los géneros".

En dos de los libros de Reyes localizamos la expresión. En Los trabajos y los días, en un artículo titulado "Las nuevas artes", Reyes da cuenta del impacto que producen las nuevas tecnologías de la comunicación en una sociedad que a menudo ha reaccionado a la defensiva. La radio y el cine, por ejemplo, representan revoluciones tecnológicas que amenazan, se ha dicho, la existencia del libro y del teatro. Sin suscribir estas alarmas, Reyes acepta que estas y otras innovaciones modifican de manera notoria las tres funciones lírica, épico-novelística y dramática. Arriesga incuso el pronóstico de que la función épico-narrativa, la que campea lo mismo en los poemas de Homero que en los textos de los novelistas, "poco a poco derivará hacia el cine." Las nuevas artes revolucionan de tal suerte los contornos de las funciones literarias, que algunas desaparecerán o al menos estarán obligadas a depurarse a grados extremos que nos eran desconocidos. El cine desbanca a los dramaturgos y los narradores. Así lo vislumbra Reyes en un apretado párrafo final, en lo que viene a ser una suerte de profecía a la vez positiva y negativa: "La literatura se va concentrando en el sustento verbal: la poesía más pura o desasida de narración, y la comunicación de especies intelectuales. Es decir, la lírica, la literatura científica y el ensayo: este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al ‘Etcétera’ cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía."

Dado que la novela y el teatro desaparecerán ante la seducción imperiosa del cinematógrafo –y de la pantalla de televisión, podríamos agregar por nuestra cuenta–, sólo quedarán tres géneros: la poesía más depurada, carente de anécdota, la literatura científica, es decir, los tratados, sean de química, sean de filosofía, y el ensayo, género abierto en el que cabe todo. ¿En el que cabe todo? ¿En el que se vale de todo? Las palabras de Reyes, me parece, se prestan de modo natural a un lamentable equívoco, pues, en efecto, el ensayista parece afirmar que el ensayo es un animal híbrido, siendo, como lo es, el "hijo caprichoso de una cultura" moderna, abierta y siempre en movimiento, que ha dado por muertos los paradigmas cerrados de otras épocas culturales, lo que lo torna particularmente receptivo al famoso "etcétera" que cantaba un poeta contemporáneo cercano a la filosofía. ¿Y qué de cosas no habrán de cobijarse, me pregunto, bajo ese indeterminado "etcétera"? Gracias a una "y" conjuntiva, que en este caso es además constitutiva, el ensayo se vuelve hospitalario para esto y lo otro, para lo de aquí y lo de más allá… Para lo demás y para la demasía, si puedo hacer un juego de palabras. Esta capacidad "receptiva", desfigura el contorno del ensayo y lo convierte en un saco demasiado holgado en donde puede meterse todo.

No creo que esta interpretación le haga los honores al pensamiento de Reyes. Sí, por supuesto, en el ensayo cabe todo y de todo, su flexibilidad es asombrosa, pero siempre que no se pierda de vista que el propio Reyes lo ubica dentro de una función que él llama comunicación de especies intelectuales. Esto quiere decir, que por narrativa, poemática, dramática o informativa que pueda ser su vestidura, la médula del ensayo tendrá que ser intelectiva o no será. Lo dominante en el ensayo ha de ser el pensamiento, abrupto o razonado, intuitivo o escalonado, pero pensamiento al fin.

En lo que intenta ser su libro más sistemático, El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria, con frases sembradas de "noemas" y "actos noemáticos" que provienen de la terminología fenomenológica de Husserl, Reyes plantea el asunto en términos parecidos. Tanto así, que el equívoco vuelve a quedar flotando en el ambiente. Transcribo el párrafo decisivo: "De la filosofía se ha dicho que empezó en el poema, llegó al sistema o tratado, y luego ha venido a refugiarse en el ensayo monográfico. Tal esquema no tiene sentido estrictamente cronológico, sino meramente descriptivo. El ensayo, género mixto, centauro de los géneros, responde a la variedad de la cultura moderna, más múltiple que armónica."

La pezuña del Reyes clásico y a la vez clasicista se deja adivinar aquí. En efecto, además de reiterar la noción del ensayo como un género mixto, amante de la amalgama, que responde de manera eficaz a la variedad de la cultura moderna, un Reyes resignado no se priva de anotar que ésta le parece "más múltiple que armónica." Si mi olfato no falla, se perfila en esta frase una cierta crítica a la cultura de la época, que se dispararía en múltiples direcciones a costa de perder la "armonía" alcanzada en tiempos más equilibrados. Se diría que el noema husserliano no se aviene bien con la heteróclita cultura contemporánea.

No es el caso, por supuesto, de subrayar esta nostalgia de algún modo "conservadora" que se desdice de las audacias juveniles de, por ejemplo, las Cuestiones estéticas (1911), libro en el que los elogios de Góngora corren parejos con los de Mallarmé. La tesis de una mixtura que no discrimina nada, sin embargo, debe matizarse con lo que se insinúa en el arranque de la cita. El ensayo sería, en la concepción de Reyes, que no hay que perder de vista, el último o más reciente vástago de la filosofía. Ésta, que habría comenzado con el Poema de Parménides –y con los aforismos de Heráclito, podríamos agregar–, siguió con el tratado sistemático, como podrían ejemplificarlo las tres críticas de Kant y El ser y el tiempo, de Heidegger, para confluir en esa forma mucho más suelta representada por el ensayo. La apertura del ensayo, y su holgura, tan amplia como se quiera, no deben hacernos olvidar que ha de tener un eje eminentemente intelectual. No debe hacernos olvidar que en ella deberá hacerse presente la filosofía. No importa que se trate de una filosofía "bicornuta", como podría decir Borges, o "heterodoxa" como pretendería Adorno, pero filosofía al fin.

Aunque creo que sería una falta de oído y de probidad ponerle tache a la moneda del "centauro de los géneros" acuñada por Reyes, al recurrir a ella habría que recordar, primero, que los movimientos del animal están gobernados por la cabeza; y especificar, segundo, que la cabeza de este engendro tendrá que ser siempre la de un filósofo. Sólo así podríamos ser fieles a la imagen de Reyes sin traicionar la médula de su sentido.

Si el ensayo, tal como se lo concibe, es un género que permite comunicar por una vía muy diferente que la del tratado sistemático las consabidas especies intelectuales, restaría por esclarecer cuáles son las notas características o constitutivas del género como tal. Frente a los planteamientos convencionales, es decir, frente a aquellas posturas que presuponen que el ensayo es un género objetivo, dicho de otro modo, una especie textual identificable en los escaparates de la realidad literaria, me gustaría comenzar poniendo entre interrogaciones esta certidumbre preliminar. De esta suerte, cabría preguntarse si el ensayo es un género textual determinado, identificable a partir de cierto número de rasgos constitutivos, en los que nos podemos poner de acuerdo, o bien una expectativa de lectura que en mucho depende de las circunstancias y del contexto.

La pregunta puede antojarse errática y arbitraria, pero creo que en el fondo no lo es. Aunque seguramente estaremos de acuerdo en que el ensayo es un típico producto de la modernidad, que surge en parte como un acto de rebeldía ante los paradigmas cerrados impuestos por la academia universitaria, y que constituye un intento por reanimar el debate intelectual sirviéndose de la vía abierta por el periodismo y por la edición masiva del libro (y aquí vale tener en mente una constelación en la que caben Montaigne, Rousseau y los Enciclopedistas), no puedo dejar de mencionar la enorme impresión que me produjo hace varios años la lectura de un ensayo acerca del ensayo del joven Lukács. Me refiero a El alma y las formas, en el que señala que los primeros ensayos que se escribieron en Occidente son los diálogos de Platón. La afirmación de Lukács me rompió mis esquemas. De la Ilustración y la modernidad, me vi transportado hasta la venerable antigüedad griega. Todavía mayor fue mi desasosiego al enterarme que hace varios siglos el Pinciano, preceptista notable, reputó estos mismos diálogos platónicos como formas acabadas de la "poesía dramática".

¿Quiere esto decir que la ubicación genérica no tiene nada de firme, como se da por sentado, y que depende más bien de una cierta expectativa de lectura? ¿Cómo puede ser posible que los mismos diálogos de Platón sean catalogados, por uno, como poemas dramáticos, mientras que otro (más cercano a nosotros) los clasifica como ensayos?

Lo diré de otro modo: ¿No tiene el ensayo como género algo en sí mismo indecidible, algo que ya no depende de un "criterio objetivo", en el supuesto de que demos por bueno que un tal criterio exista?

Estoy tentado a pensar que más allá de ciertos atributos intelectuales, que por supuesto que deben acompañarlo –y uno de ellos es sin duda su carácter antidogmático y provocador–, el texto ensayístico depende en mucho para ser considerado como tal de una determinada expectativa de lectura.

Hace unos días volví a leer uno de los cuentos de Borges que más me impresionaron desde que lo descubrí. Me refiero a "Los teólogos", que se incluye en la recopilación titulada El Aleph. Como todos recuerdan, este relato explica la historia de dos teólogos, Aureliano y Juan de Panonia, entre quienes existe una rivalidad no por velada menos encarnizada, que termina conduciendo al último de ellos a la hoguera inquisitorial. Aunque se trata, bien visto, de la rivalidad mortal entre dos escritores (o mejor dicho, de uno de ellos contra el otro) al servicio de la institución religiosa, el cuento concentra de manera admirable varios estratos de lectura. Admite ser leído como una alegoría de la lucha entre los creyentes en el tiempo lineal, en el que todo conduce a un fin predeterminado, y quienes piensan que el universo es una rueda en el que todos los acontecimientos están condenados a repetirse hasta el infinito; pero también puede leerse como una alegoría de la pugna inconciliable entre ortodoxia y herejía, entre el pensamiento correcto y el heterodoxo, con el agravante que se trata de una pugna tan escurridiza y sutil, que –como enseña el texto de Borges–los ortodoxos de hoy pueden ser muy bien los herejes de pasado mañana. Sin desmentir lo anterior, y para traer agua a nuestro molino, el cuento puede ser leído por nosotros, los interesados en el tema del ensayo, como una alegoría entre el pensamiento rectilíneo y cabal, que se expresa a través de tratados y opúsculos inspirados en el pensamiento políticamente correcto… y el pensamiento rebelde, ensayístico, que sería, que tendría que ser… el de los herejes.

Léase desde esta perspectiva el párrafo que cito a continuación, tomado como he dicho de "Los teólogos", de Borges:

Agustín había escrito que Jesús es la vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos. Aureliano, laboriosamente trivial, los equiparó con Ixión, con el hígado de Prometeo, con Sísifo, con aquel rey de Tebas que vio dos soles, con la tartamudez, con loros, con espejos, con ecos, con mulas de noria y con silogismos bicornutos.

Esta laboriosa refutación de los creyentes en la teoría del eterno retorno, empero, no llega a ser publicada. Nueve días le toma a Aureliano el trabajo de redacción de este opúsculo… Al décimo, le llega una copia de la refutación que su rival Juan de Panonia acaba de dar a las prensas. La he destacado, empero, porque creo que se dibuja en este párrafo de Borges, probablemente sin que él lo intentara –lo cual no importa mayormente–, la consabida oposición entre el ensayo y el tratado, entre el pensamiento libre y el sistemático. Agustín, en este caso el teólogo ortodoxo de La ciudad de Dios, y no (me importa aclararlo) ese otro precursor del ensayo que ya se anuncia en las Confesiones, aparece aquí como el defensor de Jesús, esa "vía recta que nos salva del laberinto circular en que andan los impíos". Por contraste, el bueno de Aureliano ataca a los devotos de la rueda invocando comparaciones y analogías a veces estrafalarias. Los equipara con Ixión, los iguala a Sísifo, los compara a ese rey de Tebas que habría visto dos soles, y por último, con silogismos bicornutos. Subrayo esta última frase porque creo que el ensayista, simulando razonar, en realidad lo que hace es emplear simulacros de razonamientos, en lugar de aplicar procedimientos lógicos, hace como si los aplicara, de donde resulta que en lugar de silogismos hechos y derechos, echaría mano en realidad de silogismos bicornutos, pequeños mecanismos paradójicos que terminan apuntando en direcciones contradictorias, y que dejan suspendida en la atmósfera un efecto de pensamiento.

Me gustaría adoptar esta expresión de Borges y postular que encuentro en ella una definición, o cuando menos una insinuación de lo que es el ensayo. La condición del ensayo sería de este modo la de la parataxis, quiero decir, la del razonamiento lateral y a menudo incompleto, no la linealidad del discurso encadenado y consecuente que llega hasta el final. El ensayo parece apostar en favor de un pensamiento paradójico que no concluye nunca, pero que queda resonando en el éter de la inteligencia con el valor de una insinuación, o si se prefiere, con el aleteo de lo probable, como sucede, por poner un ejemplo, con la famosa "Palinodia del polvo", de Alfonso Reyes.

Regreso al cuento de Borges. ¿De verdad se trata de un cuento? Sólo recuerdo que el final sorpresivo del texto agrega otro estrato de interpretación, acaso todavía más impresionante, y que nos interpela con mayor efectividad. El texto puede enmarcarse en el paradigma moderno que cuestiona la subjetividad, y si puedo decirlo de otro modo, la identidad personal. La famosa "muerte del autor", predicada por Barthes y los estructuralistas franceses, no es sino un episodio de este cuestionamiento global de la subjetividad que ya aparece en varios textos de Borges. Juan de Panonia, como dije antes, muere envuelto en las llamas de la Inquisición. Tiempo después, Aureliano, refugiado en un bosque, muere a causa del incendio que provoca la caída de un rayo en las inmediaciones. Parecida muerte e idéntico destino en las alturas. Al llegar al cielo, a donde como ser bien pensante tenía que llegar, resume Borges: "Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona."

Hemos leído siempre este texto como un cuento, como un relato fantástico. Diré que por su contextura es también de algún modo un ensayo, en el que se nos comunican, como diría Alfonso Reyes, prominentes especies intelectuales.

Aquí es donde interviene el asunto del marco de expectativas. Lo hemos leído como un cuento porque está incluido en un volumen de cuentos. El esquema predeterminado del género no deja lugar a equívocos. Pero qué sucedería, me pregunto, primero, si la figura de Borges fuese únicamente la de un extraordinario prosista, y si, para continuar con mi hipótesis, no hubiese publicado nunca libros de poemas ni de relatos, sino únicamente libros de ensayos. Qué sucedería, continúo, si "Los teólogos" hubiese aparecido no en un volumen como El Aleph, sino, por ejemplo, en Otras inquisiciones. ¿No lo habríamos leído de pleno derecho en este caso como un ensayo?

Yo, la verdad, no sabría qué responder. Estimo, como lo saben los hermeneutas, que los prejuicios, los presupuestos y los haberes previos, marcan de modo definitivo la manera en que se lee un texto. La atribución ensayística –no descubro el hilo negro– también depende mucho de estos supuestos previos de los que por otra parte nos sería imposible prescindir.