La entonación exacta
EMILIANO MONGE
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La entonación exacta
Emiliano Monge
La eternidad por fin comienza el lunes, una mañana lluviosa que el sol calcina al medio día. El olor del café engorda el aire. Los esfuerzos de una madre –no respeta esta señora las costumbres del silencio– se escuchan en el portal de la casa. Aquel día de 1920 Cuba esconde sus murmullos, se condensan todos los sonidos y todo se corresponde como adrede. La semilla entra en el vientre, se ciñe al alma del naciente. Tras la puerta esperan los hombres.
Entre todos los pujidos resuena el libertario: la cabeza de Eliseo, el cuerpo flaco de Diego, abandonan el encierro. Como por arte de magia se reanudan los sonidos. Es la entonación exacta: Cuba ha sembrado su semilla de rumores en la boca del infante, el alarido primero devuelve color y ritmo a las cosas y a los nombres. En 1920 una isla se muda a la boca de un hombre: será después de ser nombrada. En 1920 la vida de un niño es atada al rumor que silba entre las cañas: encierra su boca el latido de la isla, escondido permanece debajo de su lengua. El canto de la tierra aguarda sin prisa, esperando el día en que sea liberado: cuando el hombre encuentre la entonación exacta. Mientras tanto, reina el enorme silencio de allá afuera.
Crece el niño como cofre de sonidos, miman sus costillas mariposas coloridas. En dónde está el silencio, en dónde el río que corre rumoroso. El silencio habita fuera de Diego, el río rumoroso en las arterias de Eliseo. Abre la boca sin saber que al hacerlo nombra al mundo: nace el árbol cuando dice árbol y así sucede con la taza, la noche, el tigre, el mago, el elefante. Abre la boca y juega con el mundo, no sabe que crea todo aquello que imagina, que su saliva es la pasta con la que están hechos los días. No sabe que en su boca habita la entonación exacta.
Deja el niño la infancia, se van los días más veloces. El joven se convierte en Eliseo y se asombra con las hormigas que al ir vienen tan seguras de sí. Reconoce entonces lo que habita tras sus labios y hace arder las brasas inclementes: nombra el silencio, el espejo, la lluvia y el tiempo. Nombra, con sumo cuidado y escondido bajo un techo de piedras, la noche, la muerte, el asombro, el azoro. Y mientras nombra se da cuenta y se asusta, y entiende el sonido y el silencio. Y entiende el tiempo y nos lo hereda. Y calla y nombra y calla nuevamente.
En el joven languidecen los años del adulto. Eliseo Diego se torna uno y nos deja el instrumento necesario para hacer de lo inerme vida nueva. En su boca cabe más que una isla: el mundo, los hombres, la sangre y la lengua. En sus ojos habitamos como lágrimas fecundas de inocencia. Entonces la semilla que se esconde debajo de su lengua nos dice al oído: estoy cansado, parir los seres de la vida me ha dejado exhausto. Entre el oro del fuego, la caverna de la gran boca se abre y el último huracán susurra: había una vez... Eliseo busca la entonación exacta.
Todo se corresponde como adrede: la infancia con el alba, el mediodía con el joven fulgor de la alegría y la tarde con cuanto cae o cede. Eliseo Diego está cansado, bajo su lengua se mueve ardiente la semilla. Puf, Puuuf, Pufff, busca la entonación exacta, lo comprendido. El murmullo encerrado quiere ser liberadol. Puf, Puuuf, Pufff. Su hijo espera tras la puerta, ¿qué haces, papá?, pregunta el siguiente Eliseo. Estoy convencido, responde el grifo de las cosas y los nombres, estoy convencido que basta con encontrar la entonación exacta para desaparecer de este mundo. Puf, Puuuf, Pufff.
Tras la puerta esperan los hombres. Su tristeza –no respetan los señores la costumbre del silencio– se escucha en el pasillo de la casa. En 1994 Cuba recupera los murmullos que la encumbran. La entonación exacta ha sido pronunciada, corren sobre las cañas silbando de nuevo los vientos. El latido del mundo se escucha nuevamente. El poeta descansa en el silencio que ha nombrado: la eternidad ha comenzado.
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