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PINTORESCA VIDA, ALLÁ EN 1906
El año pasado la española Televisión de Galicia lanzó al ruedo un interesante reality show. ¿Otro? ¡Mal fario lo acogote!, pero espera, se trata de algo nuevo. ¿Nuevo? ¡Eso dicen todos! Pero sí, novedoso, y entretenido, aunque la idea original no fuese española, sino inglesa, adaptación de un formato creado por Wall to Wall y distribuido por Zeal Television. El programa se llama La casa de 1906, y consistió básicamente en una prueba de resistencia para dos familias (padre, madre, prole de tres o cuatro), avecindadas en sólidas casas labriegas de piedra, a ver quién aguantaba eso de vivir a la antigua, esto es sin luz eléctrica, sin baños con agua corriente y obviamente sin televisión, sin licuadora, sin microondas, sin lavadora. Sin tostador de pan, vaya, como no fuera de leña. Se trata de cómo se vivía en los albores del xx, un año hace ciento. El año importa porque señala la fundación de la embotelladora Aguas de Cabreiroá y el patrocinio comercial de la empresa por su centenario fue proverbial. Año interesante, ese 1906: morían Pierre Curie y Paul Cezánne; los gringos invadían Cuba (qué tal, ya andaban llevando guerra a paisitos) mientras los hermanos Wright se alzaban del suelo en brevísimo vuelo inaugural; Picasso pintaba sus hipertróficas Señoritas de Aviñón; Pancho Villa, de veintiocho años, simulaba un honrado carnicero de Chihuahua; se inventaban los corn flakes y el café instantáneo. Algunas de estas noticias se propalaban en aislados rincones del mundo con las primeras emisiones radiales, pero difícilmente habrían llegado a casa de un granjero gallego: el mundo, a diferencia de la actual inmediatez informática del tiempo y la distancia, se componía de tenues intuiciones, monolíticas tradiciones, férreos dogmas y ocasionales retazos de asombro que acaso lograban horadar el homogéneo aislamiento del que sabía leer y conseguía una gaceta. Hacía que reinaba en España Alfonso xiii, y el chaca desde Roma era Vincenzo Gioacchino Pecci, alias León xiii, mientras Porfirio Díaz era en México dueño de vidas y destinos.
La casa de 1906 |
Las labores diarias de las familias concursantes en La casa de 1906 se salpicaron de retos, como fue ofrecer la venta, convertidos los labriegos por un rato en artesanos y feirantes, de hortalizas y artesanías en una villa vecina. Pero es en esa frase sencilla, "las labores diarias", donde radican la dificultad y el encanto del programa. Las familias no tenían experiencia en eso de mantener vacas, cabras, gallinas o cerdos, de hacer productiva la huerta, de tener que hacer su queso, cocinar el jabón para lavarse ni de moler el grano, amasar con habilidad, hornear el pan sin sacar chamusquinas por hogazas. Y tuvieron que aprender.
Participaron dos familias gallegas, los González y los Peña. Los Peña ganaron por votación pública el premio, un viaje con lujos pagados al Caribe absolutamente contrapuesto al ayuno de confort padecido en 1906. La convivencia no estuvo exenta de pleitos, roces, acrimonias y continuas incomodidades, desde la ausencia de regaderas hasta tener que calzar tradicionales suecos de madera, y sin embargo supuso también ingentes cantidades de buena voluntad y vena solidaria para afrontar en común los diferentes retos que supuso un viaje en el tiempo cuyo único desmentido era la presencia de cámaras y micrófonos por todos los rincones.
La producción fue un esfuerzo conjunto de la emisora A Galega en colaboración con Filmanova sl y Continental Producciones sl, y de acuerdo con Alberto Pereira, responsable de Marketing y Publicidad del proyecto, se planea repetir en 2007. No estaría nada mal que Televisa o tv Azteca, que cuentan sin duda con abundantes recursos materiales (que no de la imaginación), hicieran algo similar pero sin histéricas actricitas trufadas de silicona, sin afectados galanes de tocador. Qué tal un reality sin agua potable entubada, sin luz, sin teléfono celular o internet; una vida sin venenos modernos como el cloro o la tele y sin el vulgar sonsonete del reguetón. Un mundo sin policías judiciales ni cocacolas, sin alcohol a raudales. Bueno, si regresamos alcohol y música para abotargados mentales, y plástico y veneno y sumamos policías corruptos y canalillos de aguas negras a cielo abierto, ya tenemos la escenografía. Sólo faltan las cámaras, aunque a ver si no se las roba o las rompe algún resentido. Podríamos situarlo en las siempre crecientes fronteras arrabalescas de Ciudad de México o en cualquier rincón de Veracruz, San Luis Potosí, Coahuila, Oaxaca...
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