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Caminos
Desde hace un año vivo arriba de una colina. Todas las noches, después de leer un poco, me abrigo para hacer mi consabida caminata, que consiste en bajar por la calle Brockville hasta la avenida Kaikorai y luego subir por Taieri, bordeando la línea de árboles. Siempre hago el mismo recorrido, pero la otra noche, por razones inexplicables, lo hice a la inversa, bajé por Taieri y subí por Brockville. Nunca pensé que este ligero cambio en mi rutina me trajera también un cambio en la perspectiva de las cosas. Mientras subía me di cuenta que, tal vez debido al esfuerzo, la sensación que me producía antes (bajando) el jardín de la escuela, con sus niños jugando juegos fatuos, era ya distinta, y lo mismo me pasaba con los pensamientos que me absorbían, pues mientras antes (cuando bajaba) pensaba en la piel delgada de una mujer, ahora (subiendo) me invadían imágenes voraces de guerras o huracanes. Subiendo me sentía menos creyente que bajando. Mi idea de la tristeza o de la dicha se modificaba según bajara o subiera, como si yo mismo fuera otro hombre y el mundo (o la idea que uno se hace de él) tuviera el rostro de todo aquello que nunca pudimos ser. |