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Y sin embargo es buena
Es cierto: la televisión mexicana es una colección de absurdos, de aberraciones, vehículo de porquería y mala leche disfrazadas de inocente entretenimiento y oportuna información, y en ello radica toda su perversidad de origen. Basta prenderla. Sin embargo también es cierto que la televisión revolucionó a la sociedad mexicana, y le ha ido ayudando, si bien con un pasito pa' lante y dos pasitos pa' tras, a deshacerse de comportamientos atávicos y –este puede ser, me temo, apenas un buen deseo y nada más, pero nada se pierde con imaginar– fanatismos innecesarios, pero que allí están.
Pero, decía, la televisión también es buena. Ha servido, por ejemplo, que su vocación naturalmente comunicadora sea un freno inobjetable a la vuelta al pasado, toda vez que es imposible que la televisión perviva en un medio social monolítico e inamovible; a pesar del indecente maridaje de la televisión con el poder político, es paradójicamente ése el medio idóneo para que los cercos informativos, aunque sean estrategia diseñada en el seno de las mismas televisoras, siempre sufran fisuras que por norma circunstancial no tienden a cicatrizar, sino todo lo contrario: una vez que la información de interés público encuentra una rendija, ésta termina por ensancharse. Esto, desde luego, no se debe a la bondad del medio, sino a la presión y movilización social de un México que afortunadamente es harto diferente de sí mismo hace apenas unos doce o quince años, por no decir treinta. Los vicios sin duda prevalecen, pero la credibilidad de las mismas caras de siempre ya no es invulnerable.
Por otro lado, la televisión, a pesar de su vena propaladora de basura comercial, también tiene destellos de divulgación cultural. Claro que esto poco se ve en Televisa y TV Azteca –con fabulosas excepciones que ya hemos comentado aquí–, pero hay canales y señales ya en televisión abierta, ya en sistemas de paga, que sí sirven al propósito de enriquecer el bagaje a la teleaudiencia, ofreciendo diversas producciones que suponen auténtica atención a lo pluricultural, al rescate de las culturas indígenas, a diversas manifestaciones verdaderamente artísticas en la música, la pintura, la danza, el teatro, la escultura o el vasto imperio de lo literario. Así, en la tele también aparece lo más brillante del pensamiento en documentales, películas, entrevistas. En la tele, además, han estado, en felices ocasiones, esos mismos intelectuales, escritores, dramaturgos, directores de ópera, en fin, hacedores artísticos y del pensamiento moderno como productores, conductores e intérpretes.
Quién mejor para hablar de ese amable quehacer televisivo que Alejandro Aura, hoy lamentablemente alejado del medio que lo adoptó por muchos años como espléndido hacedor de amenos programas como Entre amigos, aquella suerte de revista cultural e informativa de donde salió, también, Andrés Bustamante. Dice Alejandro en su renovado blog de internet (www.alejandroaura.net/wordpress), desde Madrid, cuando se pone a pensar en sus años de televisión como pan de cada día: “ Hay cuentas decrecientes que van al cielo. Una de ellas es la del floor manager en el estudio de televisión. Ya pidió silencio, ya tiene en un puño los ojos de las cámaras; él es la voz de los que están en la cabina de mandos y entre él y tú hay una corriente que te da la vida directa cuando baja la mano y recibes el soplo para comenzar a vivir esa otra vida que queda encuadrada en la pantalla. Una vez encendido el foco rojo de la cámara que te está viendo, el orden de las cosas tiene otro derrotero; la Creación tiene otras leyes, unas en las que tú intervienes. Todo empieza a ser nuevo hasta donde seas capaz; y todos te creen; están allí para eso, lo mismo si dices mentiras que si te sumerges en las aguas inverosímiles de la invención. Cuántas veces: ¡silencio!, está corriendo: cinco, cuatro, tres dos… cue… y tuviste la dicha de enmendar el mundo, la alegría saltarina de ponerle tantas cosas que le faltan, de distribuir en otra secuencia el orden de los parlamentos con que parecen destinadas a ocurrir las cosas. Porque todo, guión, producción, equipo técnico, personal, espectadores, queda sujeto a la chispa que salga de tu pedernal frotado contra la piel de tu creatividad personal. Los ojos, la voz, la cadencia, la oportunidad, el silencio, la ocurrencia; aunque tengas un libreto y sepas que vas de tal a tal punto, siempre hay un hilo tenso y peligroso por el que puedes caminar tú solo y hacer la acrobacia que esperabas de ti mismo.”
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