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Felipe Garrido
Narices
“La estupenda, aventurada, desmesurada nariz –el brazo de una grúa, el espolón de una galera, una sonda lanzada al espacio– avanza sobre los azucarados vapores del capuchino...” –escribe el joven de la sudadera naranja, en una libreta, mientras la muchacha, tres mesas más allá, escribe en un sobre de correo. El muchacho de naranja quiere llevar adelante la descripción, y subiendo y bajando los ojos va recogiendo rasgos que se le agolpan: la piel de cobre encendido, las uñas pintadas de blanco, el cabello ensortijado a los lados del rostro, los brazos desnudos, la voz extrañamente grave cuando llama al mesero, las pestañas bajas porque la joven sigue escribiendo, sin parar –da la vuelta al sobre–, mientras él mantiene la pluma en alto, indeciso, desconcertado por la nariz, enorme y bellísima, que apunta hacia el papel. Guarda él la libreta en un bolsillo del saco, dobla ella el sobre y lo mete en la bolsa. Se cruzan las miradas: punto final. |