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Una joya setentera
Dijo Rosa María Aponte en un artículo que publicó hace una década (“La comunicación política en la televisión mexicana”, Razón y Palabra, agosto-octubre, 1997): “ Mirar la televisión es la actividad más importante del tiempo libre de la mayoría de la gente y constituye su principal fuente de información. Las imágenes y las temáticas televisivas se convierten en las claves a través de las cuales se da sentido al mundo.” Ese sentido suele estar distorsionado de origen y resulta en torcida jerarquía de la información, puesto que para la mayoría de la masa social, enajenada con telenovelas, futbol, festivales de tambora o cumbia y programas de albures y humor cutre (pero mojigato, autocensurado, conservador, sexista y homofóbico muestrario de intolerancias) resulta más importante la golpiza a un conductor de programas de farándula, o el pleito de pareja de un futbolista, que el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara o si un mexicano suena entre los candidatos al Nobel. No es solamente, claro está, culpa de un público indolente: es raro encontrar algo más que ese entretenimiento adocenado para el que, según los hacedores de televisión en México, fue inventada la cuestión. Siendo tan pocos los programas que van más allá de pasar el rato mientras inoculan consumismo idiota y preceptos perversos, cuando uno encuentra algo que de veras informa, educa o enaltece memoria y conocimiento, no puede menos que ponderarlo aunque suene malinchista porque casi nunca se trata de algo cocinado en México.
Una de esas rarezas está en la barra programática de Televisión Española Internacional a media mañana, horario que suele ser territorio exclusivo de programas para discapacitados intelectuales en Televisa y TV Azteca, y lejos de ponerse a decir estupideces y cantar chismes vulgares y notas rojas y amarillas, y anunciar y anunciar y anunciar cremas, detergentes y tintes para el cabello (que también lo hace la tele en España, baste ver Antena 3 ya sin Buenafuente) la televisión obsequia rescate histórico de la literatura hispanoamericana. Las mañanas de los viernes, a las ocho cincuenta horas, empieza transmisiones la revista Televisión Educativa Iberoamericana que, aunque con ese título suena más bien a chicloso episodio de edusat y aburridas lecciones de álgebra o de ciencias sociales para párvulos, sí ofrece contenidos interesantes y, si se me permite el arrebato propio de juntapalabras, apasionantes. Tal es el caso, a pesar del formato plano (apenas un par de encuadres distintos en cada emisión), y que para mayor prejuicio pertenece todavía a la televisión monocromática del blanco y negro, porque se trata de programas realizados entre 1976 y 1981, cuando España no sin dificultad salía del agostadero mediático y tecnológico en que durante cuarenta años la mantuvo la dictadura de Franco, de A fondo , conducido por Joaquín Soler Serrano. Allí Soler Serrano entrevistó largamente a algunos de los principales hacedores del bagaje cultural de Hispanoamérica, y si bien la edición es rudimentaria, los contenidos valen mucho la pena: hablando de sus vidas, de las cosas que los marcaron como futuros creadores artísticos, filosóficos, pilares de la plástica, la literatura, el teatro y en general el pensamiento moderno, vemos a Juan Rulfo , Salvador Dalí, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Atahualpa Yupanqui, Severo Ochoa, Josep Trueta, Rafael Alberti, Josep Pla, Camilo José Cela y Octavio Paz, por mencionar sólo algunos.
A fondo y Televisión Educativa Iberoamericana son prueba de que la televisión es también memoria artística y legado vivo de la cultura. Ojalá Televisa y TV Azteca lo tomen en cuenta, y de no hacerlo (cosa más probable que lo otro), cedan, vendan o alquilen los programas culturales que mezquinamente tienen embodegados, y que tv unam o el Once o Canal 22 se avienten el trompo a la uña y rescaten, para todos y para siempre, a Juan José Arreola y su hierática presencia de vate teatrero y teatral, de exquisita conversación y memoria prodigiosa; a Ricardo Garibay y su inteligencia sólida, cortante y exacta; a Paz y sus conversaciones no siempre políticamente atinadas, pero siempre pródigas en agudeza y acervo cultural, y que la televisión mexicana sin tener que inventar el agua tibia se reencuentre con esa muy pequeña faceta suya, pequeña pero infinitamente valiosa, en que alguna vez se constituyó vehículo realmente importante de una de las memorias culturales y literarias más importantes de Occidente.
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