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Tamayo: una nueva lectura (II Y ÚLTIMA)
La exposición Tamayo reinterpretado que se presenta en el museo que lleva su nombre está integrada por pinturas representativas de cada etapa creativa de la extensa trayectoria del autor oaxaqueño. A mi parecer, lo que resulta más atractivo de esta selección de obras es que se incluyeron numerosas piezas de los años 1920-1960, período de formación, experimentación y consolidación en el que Tamayo realizó las pinturas más interesantes de su producción, por su sutil fusión de lo conceptual y lo plástico en imágenes poderosas que encierran misterio y poesía entreverados a sus reflexiones filosóficas. Todavía hoy, el público mexicano está poco familiarizado con la obra temprana de este genial creador –una gran parte de este corpus se encuentra en colecciones privadas y museos en Estados Unidos– y de ahí la importancia de poder verla en nuestro país.
Rufino y Olga Tamayo se instalan en Nueva York de 1936 a 1948, período de profundos aprendizajes y experimentaciones técnicas y formales. La producción de estos años está marcada por un desasosiego anímico provocado por la situación caótica internacional que generó la segunda guerra mundial. De estos momentos de terror y angustia surge una serie de telas que trasminan una gran violencia e intensidad. Destacan sus animales feroces, pájaros, caballos y los perros ladrando, los cuales, por un lado, remiten a las figurillas prehispánicas de barro de Colima conocidas como itzcuintli y, por el otro, recuerdan a Gauguin y a Van Gogh en la alteración cromática que acentúa el trasfondo dramático y provoca efectos emocionales perturbadores.
Por esos mismos años, Tamayo utilizó los recursos formales del futurismo para plasmar el dinamismo en figuras que expresan con vehemencia la angustia existencial de la época. En obras como El atormentado, el pintor descompone la perspectiva tradicional a partir de la multiplicación de las líneas de fuga para sugerir el movimiento como metáfora de la ira y de la desesperación. “El hombre es el centro de mi pintura” declaró Tamayo en repetidas ocasiones a lo largo de su larga vida. La figura humana fue, en efecto, el axis mundi de su amplio y pródigo universo, como quedó plasmado desde sus pinturas más tempranas –a principios de los años veinte– hasta su último cuadro realizado en 1990.
El atormentado |
Tamayo abordó el tema del humanismo desde distintos ángulos de percepción e interpretación. Sus personajes, extraídos de la vida cotidiana –los amantes, el médico, el borracho, el loco, el fumador, o cualquier figura anónima– se transfiguran en seres enigmáticos y asombrosos que evocan el misterio inasible de la condición humana. Resulta fascinante la serie de pinturas dedicadas al hombre en confrontación con el universo. Empequeñecido ante la magnitud del cosmos, arrobado bajo la bóveda celeste, el ser humano intenta alcanzar las estrellas en un acto de reivindicación espiritual ante la progresiva deshumanización y las amenazas de la era atómica.
Entre 1948 y 1960 vivió en París y, a lo largo de estos años, se hizo cada vez más notoria la necesidad de plasmar su mexicanidad, recurriendo a las cualidades plásticas de la pintura y restando importancia a los temas. Sin llegar a ser abstracta, su obra se encaminó poco a poco hacia una expresión desligada de la realidad objetiva. Tamayo se alejó definitivamente de la representación “realista” y deliberadamente alteró las proporciones de sus figuras hasta convertirlas en sugerencias simbólicas, como bien señala: “Ahora busco más simplicidad. Mis figuras deben convertirse en un mero núcleo. Eliminaré más y más. Quizá en mis próximas pinturas no aparezcan ni boca ni ojos.” Durante las últimas décadas, las pinturas de Tamayo siguieron la línea del informalismo y remiten a las figuras semiabstractas de Jean Fautrier y Jean Dubuffet, con quienes el oaxaqueño también coincidió en la experimentación matérica para crear sus extraordinarias superficies texturadas.
En esta impresionante y gozosa exhibición, queda patente que la grandeza de Rufino Tamayo consiste en su capacidad de asimilación de las vanguardias internacionales y la vinculación de éstas con su propia tradición cultural. Así lo expresa este creador cabal que aún precisa de un mayor reconocimiento internacional entre los más grandes artistas del siglo xx : “Tener los pies firmes, hundidos si es preciso en el terruño, pero tener también los ojos y los oídos bien abiertos, escudriñando todos los horizontes es, en mi opinión, la postura correcta.”
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