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La casa de Watanabe (1946-2007)
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Huysmans y la cuadratura del círculo
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Rogelio Guedea
El oficio
Con el paso del tiempo, su propia escritura –las palabras que giraban en su página blanca como moscardones alrededor de un vaso de leche- fueron despojando a su hacedor no sólo de su pasado y su futuro sino, lo que era aún peor, de su presente. El escritor, sin darse cuenta, fue cayendo en pedazos, en trozos más o menos informes: una pierna un día, una mano otro. Sólo una imagen fija en un punto incierto: la de su propia sombra reflejada en la habitación donde escribía. Apartado de todo afuera –es decir: instalado en sus orillas-, el escritor iba extinguiéndose como una vela: una oreja un día, un ojo otro. Su obra, sin embargo, crecía en páginas que parecían olas que parecían diluvios. Aun cuando sus partes (boca, corazón, cabeza) habían quedado desperdigadas en el aire, una mañana se sintió completo, reconciliado, como si en realidad su escritura le hubiese devuelto a su nombre el cuerpo que había perdido.
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