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CLEMENT GREENBERG: UN CRÍTICO DE GENIO
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
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Clement Greenberg,
La pintura moderna y otros ensayos,
Edición Félix Fanés/ Editorial Siruela,
Madrid, España, 1996.
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A finales de mayo de 1994 murió en Estados Unidos Clement Greenberg. Tenía ochenta y cinco años y era uno de los críticos de arte más brillantes y respetados de la segunda mitad del siglo XX. Sus ideas políticas lo llevaron a participar, desde 1939, en la Partisan Review, donde al principio escribió sobre temas políticos y culturales. En 1942 empezó a colaborar como crítico de arte en la revista The Nation, con la que rompió en 1951 por ideas políticas. En esos años abandonó el artículo mensual, continuó publicando en diversos periódicos –Art News, Arts Magazine, New York Times Book Review o New York Times Magazine. A partir de esos años su actividad se centró en el comisariado de exposiciones y demostró el dinamismo de sus reflexiones teóricas.
Entre los críticos de su generación se multiplicaron las conversiones al arte moderno: Meyer Schapiro, Thomas B. Hess y el intempestivo Harold Rosenberg, todos dotados de una apreciable capacidad visual que los convierte en indiscutibles referentes casi intemporales del diálogo artístico. Pero el caso de Clement Greenberg (1909- 1994) era singular, y era apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva: el descubrimiento colosal de la pintura de Pollock, la complejidad cultural del expresionismo abstracto, considerado desdeñosamente desde una moral de guerra fría, y la grandeza artística de algunos de sus miembros, como Arshile Gorky, Mark Rothko, Robert Motherwell, Willem de Kooning, Esteban Vicente o Franz Kline, son hallazgos del crítico difíciles de disolver en la "prosa del tiempo".
Greenberg descubrió el arte a partir del arte y con el pretexto de Picasso. Diversas reproducciones, entre ellas Guernica, le impresionaron, de tal modo, que renunció al viejo didactismo decimonónico –toda pintura debe contar una historia–, y se lanzó a interpretar el vocabulario formal abstracto del arte: los ritmos formales generan la tensión expresiva que cautiva la mirada del espectador.
La reciente publicación del libro La pintura moderna, de Greenberg, donde se recogen algunos de sus ensayos más brillantes escritos entre 1939 y 1960, el período en que fraguó su prestigio internacional. Quizá tenga razón Arthur C. Danto cuando confiesa que a Greenberg lo perdió el triunfo de la cultura pop, que sigue determinando actualmente el destino de cualquier creación artística. Como si hubiera visto venir la catástrofe que se avecinaba sobre el arte, en 1939 publicó un artículo titulado "Vanguardia y kitsch", el primero de la recopilación antológica que comentamos, donde establecía una distinción entre ambos y cuya vigencia resulta sorprendente, principalmente en lo que afirmaba sobre cómo el kitsch se deja fascinar por los efectos de una obra de arte, mientras que la vanguardia lo hacía con el proceso de la misma; es decir, que el kitsch era, en esencia, efectista, y la verdadera vanguardia, intencionalmente al menos, creativa. Un gran acierto de Greenberg fue advertirnos de que el arte atravesaría una crisis profunda, a partir de un espectáculo mediático, dialogando sobre la banilidad, que es en la actualidad de una preocupación escalofriante.
MEMORIOSO PITOL
MIGUEL BARBERENA
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Sergio Pitol,
El arte de la fuga,
Ediciones Era,
México, 2007.
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El arte de la fuga, publicado primeramente en 1996 y reeditado ahora en formato de bolsillo, es la original memoria que sacó a Sergio Pitol de su fase esperpéntica y lo catapultó al Premio Cervantes 2005. El libro tuvo tal éxito que su autor repitió la fórmula, y a veces páginas enteras, en sus dos siguientes obras, El viaje (2001) y El mago de Viena (2005). En El arte de la fuga, Pitol dio con un género que mezcla autobiografía, ensayo literario, crónica de viaje, diarios íntimos y hasta algún esbozo de lo que podría haber sido uno de sus relatos o un fragmento de novela; un collage de textos armado a la manera geométrica del Torso, de Malevich, que sirve de portada a esta reedición.
"Toda mi vida no había sido sino una perpetua fuga", escribe Pitol para explicar el título del libro. Una fuga que empezó en 1961, a los veintiocho años, cuando tomó el barco que lo llevó por primera vez al extranjero. Allá se quedó, entre Roma, Barcelona, Pekín, Varsovia, Moscú, Praga, con un pie en la diplomacia y el otro en la literatura, hasta 1988, cuando regresó a Xalapa, tierra chica. "Yo me sentía arrinconado en México", dice Pitol al emprender la partida. Con el tiempo se convertiría en el cosmopolita de la literatura mexicana moderna, un verdadero excéntrico.
Este libro no fue su primer ejercicio de memoria. Ya en 1965 había publicado una Autobiografía precoz de la que renegó después. "Nunca la había releído – escribe Pitol–. Cuando lo hice (en 1988) me sentí asqueado, sobre todo de mi lenguaje. No me reconocí para nada en la imagen esbozada en Varsovia en 1965."
La primera parte del libro, titulada Memoria, arranca en Venecia, como hizo en la primera novela, El tañido de una flauta (1972). Aquí Pitol cierra un circulo, en la ciudad de los canales, "la más excéntrica y espectacular de todas": muerte en Venecia, Pitol á la recherche
Muchos de acá debemos a los ensayos y traducciones de Pitol el descubrimiento de escritores como Tabucchi, Vila-Matas o el polaco Gombrowicz ("El lunes cobraré parcialmente la traducción de Cosmos", escribe Pitol en el Diario de Escudillers, el 9 de junio de 1969), nombres que aparecen repetidamente en la memoria de Pitol. Otros protagonistas de El arte de la fuga: Thomas Mann, Chéjov, Faulkner, José Vasconcelos, j. l. Borges, Perez Galdós, Henry James y, desde luego, el ubicuo Monsiváis. Todo está en todo, nos dice Pitol, only connect: "Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas." En pintura, Pitol es Max Beckmann y Vermeer; en música, Mozart y Stravinsky; las calles recorridas están en Samaracanda, Atoyac, Sródborow, Viena, San Cristóbal de las Casas.
"El lazo que conecta todas estas experiencias es la literatura", escribe Pitol. Una literatura de alto nivel, un libro fundamental en la obra del escritor.
SIN TAPUJOS
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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Fernando Vallejo,
La puta de Babilonia,
Planeta,
México, 2007.
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Opinar sobre un tema, asumir cierta postura, avalar a una persona, descalificar a una institución o sumarse a una causa suele ser bastante simple; no requiere de mayor compromiso (aunque debería), ni de un proceso reflexivo que lleve a comprometerse con cada una de las palabras que la persona emite. Irse a los extremos ya no es tan sencillo. Sobre todo porque quien lo hace se vuelve carne de cañón. Sea cual fuere la postura ostentada por ese habitante de los límites, es preciso aplaudirle su valentía.
Tal es el caso de Fernando Vallejo. Los lectores lo sabemos escritor intenso, gráfico y violento; de cualquier forma nos sorprendemos. También lo pensamos novelista y la sorpresa se acrecienta. Porque La puta de Babilonia no es una novela. Tampoco un ensayo o una simple investigación. Para no caer en calificativos incompletos, evitemos clasificarla dentro de un género concreto. Digamos que es su libro más reciente. Digamos, también, que es una crítica sobre la Iglesia católica
no, sobre la religión
tampoco, sobre las Iglesias y las religiones
más o menos.
Partamos del principio. La puta de Babilonia es la Iglesia católica y, según el propio Vallejo: "Aquí estoy sosteniendo dos cosas: que Cristo no existió y que Dios no existe." Sin duda, no es el primero que lo hace, de innovador no podemos tildarlo. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre un cúmulo de autores que ha atacado a la Iglesia y Vallejo? Muchas en realidad.
De entrada, Fernando Vallejo no pretende descalificar a la institución en sí misma. Él no se suma a la consuetudinaria excusa de respetar la fe de las personas atacando sólo a un grupo humano que se ha ocupado de vilipendiar la voluntad de cientos de millones de individuos. Además, ataca al dogma, a las creencias, a los personajes históricos y, de refilón, al resto de las religiones. Hacerlo podría resultar sencillo desde una postura facilista. Pero Vallejo recorre el camino más árido para llegar a sus conclusiones.
De entrada, porque sabe que será carne de cañón y que pocos le aplaudirán su valentía. Se cura en salud (o en enfermedad) llevando a cabo una exhaustiva investigación que parte de las fuentes históricas para trascenderlas en los argumentos. Se necesitaría ser un estudioso muy familiarizado con los planteamientos para poder refutarlos. Da igual, La puta de Babilonia es capaz de generar una duda razonable que hace del texto un manifiesto que va más allá de la crítica, aunque tenga que terminar en ella siendo pasto de las llamas inquisitoriales.
El nuevo libro de Fernando Vallejo no es una obra fácil. Sus más de trescientas cuartillas no ofrecen pausa alguna y el cúmulo de referencias agota al lector más puesto. Su temática conseguirá más detractores que empatías. Dentro de ese espectro, se tiene que aplaudir, se esté o no de acuerdo con lo que plantea. Y, al hacerlo, uno se puede permitir olvidar ciertos defectos estructurales que no contribuyen a una mejor interacción entre el texto y el lector, pero, a esas alturas, parece ser lo de menos.
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Ursúa,
William Ospina,
Alfaguara,
Colombia, 2007.
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Poeta, traductor, narrador y ensayista, el colombiano Ospina ha obtenido innumerables premios por su labor literaria, entre ellos el Nacional de Poesía colombiano por El país del viento, en 1992. Acerca de "nuestro siglo XVI en estas tierras equinocciales", según sus propias palabras, Ursúa es su primera novela, que con ésta suma la octava edición.
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Basiliscos sur le cité,
Rodolfo García L.,
SIC Editorial,
Bucaramanga,
Colombia, 2006.
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Puesto que "un poemario es un golpe de dados al azar por creer en la imaginación", como afirman Gustavo Ortiz y el propio autor, "este libro es una apuesta a los que todavía creen en la otra orilla". Tal apuesta se patentiza en este pequeño volumen con sabor a edición marginal, sin que eso demerite una notable calidad editorial.
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Cartas a México, 1954-1988.
Correspondencia de Cesare Zavattini,
Gabriel Rodríguez Álvarez (compilador),
UNAM/Dirección General de Actividades Universitarias,
México, 2007.
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El guionista más relevante del neorrealismo italiano -de quien se ha hablado ya en este suplemento- sostuvo abundante correspondencia con innumerables personalidades: Siqueiros, Barbachano Ponce, Diego Rivera, Dolores del Río, Carlos Velo, Fernando Gamboa... Un rescate que merecería ser editado más dignamente.
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De asuntos literarios,
Eduardo Moga,
col. Al margen,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
México, 2004.
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El barcelonés Boga abre esta colección de ensayos de crítica literaria con un demoledor epígrafe de Steiner: "La crítica literaria procede de la falta de amor"... El volumen reúne textos sobre Monterroso, Bukowski, Yeats, Pizarnik, Saki, Simic y varios más. Poeta, traductor y antologador, ha escrito, entre otras publicaciones, para Letras Libres, El Crítico y Turia.
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Poemas en rojo.
El erotismo en la poesía mexicana del siglo XX,
María Ema Llorente,
Instituto Mexiquense de Cultura,
México, 2006.
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En sus conclusiones, sostiene la autora que el erotismo es "algo sutil y contrario al encasillamiento o la definición reductora", y es precisamente al enriquecimiento de la comprensión del erotismo en la poesía mexicana contemporánea que ha escrito este largo y muy bien sustentado ensayo.
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Esplendor del árbol de la memoria.
Ensayos casi ficticios,
Hernán Lavín Cerda,
col. Al margen,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
México, 2005.
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El maestro chileno, autor de medio centenar de títulos –como La crujidera de la viuda (1971), por el que obtuvo el Premio Vicente Huidobro–, reúne aquí textos en los que aprendemos de su mirada sobre Hölderlin, Rimbaud, Pessoa, Ionesco, Saramago, Eco, Tabucchi, Paz, Edwards, Bonifaz Nuño y varios más.
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