Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de julio de 2007 Num: 643

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los alzados
(farsa edificante)

JUAN TOVAR

La casa de Watanabe (1946-2007)
MIGUEL ÁNGEL ZAPATA

Huysmans y la cuadratura del círculo
ANDREAS KURZ

Heráldica de Conquista
RICARDO BADA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Teatro queretano hoy (II Y ÚLTIMA)

A Daniela Bojórquez

III

De la tentativa revitalizante de Mariana Hartasánchez respecto a la escritura de Wilde (y sobre la que habría que agregar a lo dicho hace quince días que nos regala un momento sobresaliente: cuando la propia directora se trepa a la escena e interpreta, retrotrayéndola para lo contemporáneo sólo con su voz, una canción isabelina) hemos de pasar al último eslabón de un proyecto largamente sostenido en el tiempo: el que comanda Omar Alain Rodrigo a través de la compañía teatral Espectros, con varios años dedicados a pensar para la escena el cuerpo dramático de August Strindberg, aquel intento de médico, bibliotecario y decidido bohemio y misógino que, de habitar la catacumba de la literatura y de su corazón, murió como celebridad multitudinaria en su Suecia natal. Tras el montaje de El pelícano, La señorita Julia y Acreedores, Rodrigo y el grupo bajo su tutela presentaron, cumpliendo cien representaciones de hecho, su versión de El padre en uno de los múltiples espacios del Museo de la Ciudad.

Casi todas las obras escogidas por el director pertenecen a la etapa realista de don August, aquella que aún no lo situaba en los extremos de su esquizofrenia, sino que lo hallaba batallando por su posicionamiento en la escena teatral de Estocolmo, contra las mujeres de su vida y contra los demasiados fantasmas de su pasado, principalmente su padre autoritario y su madre sumisa. En El padre se transluce mucho de esta configuración biográfica: la tensión eterna entre lo eterno y lo viejo, la lucha entre cierto egolatría ataviada de progresismo (encarnada en el padre de marras) y el conservadurismo subyacente en las ropas de la beatitud anodina (su señora esposa), puestas en choque en la decisión sobre el futuro educativo de los hijos. Realismo psicológico, estudio de caracteres puro y duro.

Rodrigo y su equipo han edificado un relato escénico que, lejos de la exégesis, apuesta por la evocación fidedigna del universo strindbergiano, así en su estética, en su proyección discursiva y en elaboración escénica. No nos encontramos con el redimensionamiento de la ficción desde una actualización crítica, por lo que el espacio reproduce, la dirección transmite y las actuaciones verbalizan lo que la textualidad persigue como núcleo temático y anecdótico. Que estos últimos sean aún pertinentes en más de un sentido no los actualiza de suyo, por lo que nos enfrentamos a un cortocircuito en el tratamiento formal y en el estilo de actuación. Por ende, no podemos dejar de admirar la cauda de energía de Guillermo Smythe en el protagónico, por ejemplo, pero tampoco podemos soslayar que el melodramatismo de su Capitán hace sonar las palabras de don August como la sintomatología visible de un azote innecesario y además impreciso: las mujeres, esas bestias despiadadas, no eran las culpables, o al menos no las únicas; la otra parte del contubernio nos ha correspondido a los hombres. Con esto se intenta decir que en la dirección de Omar Alain se echa de menos un espejeo crítico, una puesta al día a través de una exégesis impulsada hacia el aquí y el ahora histórico.

IV

Al final pero no al último: decía Carlos Bonfil a propósito del Roberto Zucco koltesiano que la nota roja es la tesis preferida del pesimista radical. En el caso del director defeño avecindado en la capital queretana, Uriel Bravo, la propensión juvenil estatal al suicidio le significó un detonante para querer urdir un estudio de motivos, una cartografía sociológica, un desmontaje de los resortes de la desesperación final. Pero, y reproduciendo de plano la sabia analogía del aún más sabio Bruno Bert, queriendo ir a Zacatecas terminaron en Acapulco. Su Muerto el perro... poco tiene de teatro social y en cambio ofrece un enfoque múltiple sobre la masculinidad desde lo femenino, todo en clave de un humor que, aunque intermitente en su gracia y decididamente irregular en su ritmo y estructura, alcanza pasajes más allá del mero decoro. Y casi todo se debe a Julieta Márquez, actriz que incorpora con fuerza expresiva y garbo a las muchas mujeres en la vida de un hombre que termina muriendo. Si a este talento interpretativo aunamos su indudable belleza, debemos ver en Julieta, formada en el Foro Teatro Contemporáneo, a una actriz que ha de asumir mayor injerencia en el circuito teatral queretano.