Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Al Sur
JORGE VARGAS BOHORQUEZ
El verano
DÍNOS SIÓTIS
Pedro Henríquez Ureña, el militante
NÉSTOR E. RODRÍGUEZ
José Carlos Somoza: el estilo fluctuante
JORGE ALBERTO GUDIÑO
Carta desde (La) Resistencia
ESTHER ANDRADI
Los inmigrantes en la era Obama
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN
El alfaquí
PAUL BOWLES
Leer
Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Poema
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Verónica Murguía
La Inquisición jalapeña
El 4 de noviembre de este año, el Diario de Xalapa publicó en la
primera página una nota que reza: “Obligan a estudiantes a leer
textos violentos.” La fotografía que acompaña la nota es de la madre
de familia Maricarmen Sifuentes con el libro Cartas del interior, de
John Marsden, en las manos. El gesto de la señora Sifuentes es elocuente:
sostiene el libro con repugnancia y tiene el ceño fruncido.
Pero el gesto es lo de menos: la señora Sifuentes ha emprendido
una protesta con un vigor digno de mejor causa contra la maestra
que dio a leer el texto a sus alumnos, Alejandra Solís.
Según la nota, la maestra Solís, quien en la escuela secundaria
general número dos “Julio Zárate”, imparte a los alumnos de tercer
grado de secundaria la materia de literatura, les dio a leer tres libros:
el mencionado Cartas del interior, Buscando a Alaska, de John Green,
y Sobibor, de Jean Molla. La señora Sifuentes protestó antes de leer
los libros, pues no quería comprarlos. Argumentó que “en ninguna
cláusula del reglamento interno de la escuela se señala que los padres
de familia están obligados a comprar materiales extraordinarios
a los pedidos por la Secretaría de Educación de Veracruz”.
John Marsden |
Por supuesto que está en su derecho de no querer comprarlos,
pero que se haya quejado antes de leerlos descalifica completamente
su objeción, basada, según ella, en un asunto puramente
educativo, o como se dice en algunos círculos –todos ellos con una
circunferencia intelectual muy estrecha– “de valores”. Si fuera así,
la discusión tendría sólo una vertiente. Pero, ¿por qué la señora
Sifuentes, según la nota del Diario de Xalapa, se entrevistó con la
maestra para saber qué pasaría con las calificaciones de su hija si se
negaba a comprar los libros?
Cartas del interior es una novela dura. Marsden retrata la violencia
familiar y social por medio de un intercambio epistolar
entre dos adolescentes,
Tracey y Mandy. Mandy
decide contestar un
a n u n c i o p a ra tener
amistades por correspondencia
a Tracey,
quien poco a poco cae
en una serie de contradicciones
que revelan
que no tiene una vida
perfecta, como al principio
manifestó. El mundo
de las dos está lleno
de amenazas: la que se
cierne sobre Mandy es la
violencia familiar. La de
Tracey es la de la cárcel y,
desde allí, al principio
ocultándolo, es desde
donde escribe como un
paliativo para una soledad
inimaginable.
Marsden, metido en
su tema, usa un lenguaje
punzante. Tracey es una presa, y sus
cartas son ásperas y llenas de “malas palabras”
con las que describe fantasías
sexuales y deseos de venganza espeluznantes,
justificadas por el contexto.
La señora Sifuentes dice que “es una
lectura grotesca e inadecuada para
alumnos de catorce años”. Escribió una
carta al director de la escuela, Mario
Melchi, en que explica “que son párrafos
aberrantes que por ningún motivo
pueden ser literarios ni informativos”.
Además, asegura que averiguó que la
maestra percibe, por parte de la editorial,
el treinta por ciento de regalías sobre
las ventas. Esto es un misterio; los autores
que en este mundo han sido ganan
por lo general el diez por ciento del precio
de tapa. Cómo una persona que recomienda
los libros gana una comisión
tan generosa, es inexplicable.
Esto me recuerda el
escándalo que se suscitó
alrededor de la lectura
de Aura, de Carlos
Fuentes, protagonizado
por el entonces Secretario
de Gobernación,
Carlos Abascal, y
que terminó con la reivindicación
pública
d e l libro –que es magnífico– y el despido de
la maestra.
Se pueden esgrimir
argumentos literarios: ¿acaso la señora Sifuentes
le prohibiría a su hija
la lectura de Francisco
de Quevedo porque algunos
de sus poemas
están llenos de obscenidades,
o de Twain porque
Huckleberry fuma, miente y se
hace amigo de un esclavo fugitivo? Tal
vez, pues la ignorancia suele ser sinónimo
de aplomo, y sospecho que a la señora
Sifuentes no le importa la educación
más que como ella la concibe: un
sistema, por lo menos en lo literario, de
censura. Pero el enemigo real de su hija
no es la maestra Solís; es la ignorancia.
No tengo idea de lo que a esta señora
le puede parecer recomendable.
Pero me gustaría defender a los libros
en general y Cartas del interior en particular.
No son los libros los que crean la
violencia: los libros la retratan y algunos
la explican. Si la violencia se solucionara
con dejar de leer, en México,
donde nadie lee, todos dejaríamos la
puerta abierta y dormiríamos como
angelitos.
|