Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de julio de 2008 Num: 699

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último beso
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

Resumen de una época
TASOS LIVADITIS

El erotismo de la escritura
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Luis Cernuda y la ética de Las nubes
RUBÉN D. MEDINA

Diario de viaje a Cuba
CLAUDIO MAGRIS

Aunque
JUAN GELMAN

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
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ROGELIO GUEDEA


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Verónica Murguía

De la “crueldad” en la naturaleza

Para Alberto Carral

A veces, entre la vida cotidiana en la ciudad y la lectura de lo que ocurre en el país y en el mundo, me parece que soy un extra aturdido en una película gore de la que quiero escapar. Si por ejemplo, en una semana cualquiera un lector leyese, digamos, El señor de las moscas, de William Golding, y El apando, de José Revueltas, quedaría con un sedimento de escepticismo que no excluiría ni a los niños, ni a las mamás, sólo atenuado por el asombro de que dos prosas tan distintas puedan ser igualmente deslumbrantes.

Si añadimos a la lectura de los libros una hojeada a los periódicos, queda uno planchado, pues la actitud generalizada en este país martirizado por la violencia y la corrupción parece ser “sálvese quien pueda”. Unos matan, otros corren, y el que puede transa al prójimo. Algunos, que no sé si calificar de serenos o cínicos, se encogen de hombros. Yo me azoto un poco, la verdad. Y no hay oasis adonde volver la mirada: para el observador la violencia está en todo el planeta, a veces disimulada debajo de máscaras inmundas como el racismo, la pedofilia y la pobreza.

Pero, ay, yo tiendo a idealizar al mundo animal, pues hasta los depredadores más feroces son inocentes de algunos rasgos que hacen la crueldad humana un fenómeno terrorífico: ni los tigres, ni los tiburones matan por dinero, ni en gran escala, por ejemplo. Pero los antiguos lo sabían: la naturaleza es cruel, y se dice que Darwin quedó muy deprimido después de su largo trabajo de observador del mundo natural, de comprobar de forma palmaria que en este mundo sobrevive el más fuerte o el que mejor se adapta. Lo humano sería, pues, aquellas conductas que amplían la vida más allá del comer o ser comido.

Yo no soy fuerte, y como revela este artículo, tampoco particularmente adaptable, así que es una suerte que yo sea una señora de Coyoacán, pues en nuestras sociedades existe el ideal de que haya un lugar para los débiles y los neuróticos. Si fuera perro, ya me hubiera llevado Pifas.

Se me olvida que un día leí un artículo de Stephen Jay Gould sobre animales aficionados a matar: narraba, con la amenidad de siempre, la historia de un perro que había matado y enterrado (pues era como si supiera que no estaba bien), a centenares de conejos. No se los comía. Los conejos no invadían su territorio ni se robaban sus croquetas. Era un loco, un asesino serial de conejos.

En otra lectura, ésta de Gerald Durrell, supe de un combate bastante abusivo de dos tigres contra un elefante que terminó con el elenco destripado; mi admirado Jim Corbett cuenta en sus libros de tigres cómo algunos se zampaban a una bola de hindúes y ni se los comían completos. En un desafío extrañísimo, una noche un tigre se metió entre los cazadores que lo seguían, mató a uno ¡que dormía en medio de todos!, lo arrastró fuera del campamento y lo dejó ahí tirado. Nomás le faltó el “narcomensaje”, y si no lo dejó es porque los tigres no saben escribir.

He visto, apachurradísima, documentales de jóvenes elefantes que debido a la ausencia de un elefante adulto que los guiara, mataban a los rinocerontes de la reserva donde viven. Afortunadamente los biólogos se dieron cuenta de que si ponían elefantes mayores entre los jóvenes, los viejos a trompada limpia educaban a los elefantes asesinos. Un joven reincidente fue sacrificado.

En el National Geographic Channel vi a un pingüino que, con esa facha de señor educado que tienen, correteó y mató a otro a picotazos por invadir su territorio. Que el invasor huyera espantadísimo, aterrorizado por el encarnizamiento del perseguidor, fue inútil. El perseguidor picó al otro hasta que murió, una cosa horrible.

El otro día me fui a caminar por los Viveros, actividad que suele ser tranquilizadora. Iba feliz cuando de pronto se oyó, fuerte, una queja. El poli nos dijo a todos que seguramente un halcón había atrapado una ardilla. No quise ver y me alejé, según yo, del lugar donde se había escuchado el chillido. Me fui por una vereda y entonces escuché el ruido de algo que caía entre el ramaje. ¡Pas!, me cayó una paloma destripada a los pies.

Ni modo. Aunque sea cosa de instinto, me entristece. Y aunque suene ingenuo, me gustaría no participar en esta trama sanguinaria. Lástima que ya no existan los ermitaños. Como en las leyendas, me gustaría vivir en una cueva, ser vegetariana y platicar con animales. Herbívoros, exclusivamente.