Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de julio de 2008 Num: 699

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último beso
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

Resumen de una época
TASOS LIVADITIS

El erotismo de la escritura
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Luis Cernuda y la ética de Las nubes
RUBÉN D. MEDINA

Diario de viaje a Cuba
CLAUDIO MAGRIS

Aunque
JUAN GELMAN

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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El crimen del Hotel Palacio

Hay quien sostiene que el thriller es un género de moda en la joven dramaturgia mexicana; y puede decirse, siguiendo la línea de tal argumento, que lo que de tal género seduce a los noveles escritores escénicos de nuestro país, más que las claves estilísticas esenciales del noir, es la configuración de obras en torno a un hecho criminal y la consecuente resolución de un misterio. La dramaturgia thrilleresca nacional apunta entonces a erigirse detectivesca, con el consabido asomo a lo que se supone el bajo fondo de la nota roja, tan cotidiano en nuestro devenir como nación.

En esta estela se sitúa El crimen del Hotel Palacio, que le ha valido a Martín López Brie el Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera 2007, el galardón teatral que el Instituto Queretano de Cultura ha sabido posicionar como el más importante del país. Bajo la dirección del propio autor y de Gabriela Ochoa, la obra ha sido estrenada, como ya es costumbre, en el marco de la Muestra Nacional de la Joven Dramaturgia, realizada cada verano desde hace un lustro en la capital queretana.

López Brie trenza en torno a la figura del judicial Maco (Enrique Arreola) un par de hechos delictivos (un asesinato, la desaparición de un diamante) que desembocan en un enredo aderezado por ciertas convenciones típicas. Maco es un policía equidistante de la rudeza y la credulidad, dueño de unos modales mucho menos que refinados y de una fe excesiva en la información sesgada de una revista de fenómenos. Ha de enfrentar la estulticia gandalla de su comandante en jefe (Alcibíades Zaldívar), los coqueteos de una mucama casquivana (Paola García) y los datos nebulosos y contradictorios que le ofrecen un grupo de huéspedes freaks, convidados todos a una convención de cómic, para desentrañar el misterio que el caso le plantea. El autor incursiona a ratos en la narración escénica, aglutinando a los actores/personajes en torno a una suerte de corifeo, en aras de la expresión de los debates éticos y profesionales a los que el policía se enfrenta, y de la propulsión del relato en términos de progresión dramática. Hay que decir que la capacidad narrativa del dramaturgo se muestra más efectiva que en algunos de sus trabajos anteriores, aunque la utilización del recurso narratúrgico no siempre aporte sentido y significado; los monólogos interiores del último tercio de la obra, por ejemplo, se perciben accesorios y causales de cierta dilatación innecesaria. En rigor, puede decirse que el texto pormenoriza aspectos periféricos e innecesarios, confundiendo extensión con desarrollo e incluso operando en contrario al mantenimiento de la tensión propia del género en el que pretende incursionar.

López Brie y Ochoa desnudan en torno a un rectángulo metálico los conflictos del protagonista con su medio laboral, con su enamoramiento creciente hacia la criada Roberta y respecto a una tímida puesta en duda de la existencia de Dios. Maco tiene a la revista sensacionalista por una suerte de oráculo, y en esa confianza ciega se erige su oposición ética (la ética que puede tener un judicial) a las supuestas certezas que la parte racional de su realidad le plantea. La mancuerna de directores desnuda las transiciones de utilería y vestuario (notable en su diseño, a cargo de Marina Meza) en el espacio vacío y exprime de sus actores un rendimiento desigual. Al momento del estreno, es Enrique Arreola quien parece domeñar mejor su interpretación de un personaje a veces estereotípico; aprovecha hasta lo último el humor trillado que ciertos diálogos expresan y vuelve a Maco un barbaján entrañable, el único que logra una redención genuina. De los demás intérpretes destacan Leonardo Cruz y Viridiana Olvera, precisos al igual que Arreola en la enunciación y en el manejo corporal de sus creaciones, él como un fotógrafo policial plenamente ladero y un vaquero intergaláctico homosexual, y ella como una suerte de femme fatale con dejos ciberpunks. Al resto (Alcibíades Zaldivar, Paola García y Jorge Núñez) le queda recorrer el trecho que separa la caracterización formal del matiz sutil y orgánico, con toda la carga de exactitud que ello conlleva. Puede preverse que el montaje, batallando con los demonios de la hiperextensión y la superficialidad, terminará siendo una buena pieza de entretenimiento, con las consecuentes dudas respecto a las motivaciones que llevaron a sus creadores a darle cuerpo artístico.