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Javier Sicilia
El Lecter de Roberto Ransom
A mediados de la década de los noventa, el escritor Roberto Ransom me envió el manuscrito de un libro a la vez precioso y aterrador del cual habíamos ya publicado una parte en la revista Ixtus: ¿Por qué aterra Lecter? Junto con el envío me pedía un prólogo. Lo hice con el asombro de un hombre que, en la minuciosa disección que Ransom hace del personaje principal de El silencio de los inocentes, veía aparecer muchas de las formas del mal moderno. El libro, sin embrago, sólo se publicaría hasta recientes fechas, ampliado y bajo un título mucho más sugestivo, Regiones de la desemejanza.
Volví a leerlo y debo decir que me asombró como la primera vez. No podría agregar ni quitarle nada a mi prólogo que, creo, captura la sustancia del mal que Ransom despliega a lo largo de 158 página y, como el título de la obra lo indica, contrasta con la lógica de la encarnación y de la redención del mundo cristiano: mundo donde la imagen y la semejanza quedan rotas en el mutismo de la negación, en la desemejanza de lo horrible, en la amputación de la palabra. Pero es precisamente esto lo que ahora me interesa. Entre todas las reflexiones a las que nos enfrenta Ransom, la noción del mal como destructora de la palabra, es la que mejor describe a Lecter como expresión del mal moderno. “Lecter –escribe Ransom– ataca el rostro, desfigurándolo, muerde y arranca los labios y la lengua de su víctima [...] La víctima, al quedarse sin lengua, se queda sin habla. Es un viejo tema de la literatura universal [...], pero quien le quieta a otro los labios, en realidad quiere arrancarle el corazón [...] Lecter despoja al otro de lo que él mismo ha perdido. Lo niega, le quita cualquier posibilidad de expresarse, de ser reconocible, de ser persona.”
El lenguaje media o nos revela al ser. “Es en las palabras y en el lenguaje –dice Heidegger– donde las cosas nacen y son.” Es también ahí, dice la tradición cristiana, donde el ser, como semejanza en Dios, se devela. El hombre a través de su palabra saca al mundo de la oscuridad y, al sacarlo, se revela a sí mismo. Su palabra es un acontecer revelador de la infinitud del ser, de su potencia de vida, de su presencia en el cosmos.
El mundo moderno, sin embargo, al desecar la palabra a través de la publicidad, de la uniformización del lenguaje, de la reducción de su papel significante al de moneda de cambio de la comunicación, aniquila al ser. Al igual que Lecter “le quita la vida a sus víctimas atacándolas donde mayor vitalidad muestran”, el mundo tecnológico nos la quita uniformando la palabra, atacando las diversidades culturales y expresivas, para convertirla en una lengua seca y sin vida: un mundo donde todos los hombres y sus significados son intercambiables, homogéneos, equivalentes, sin rostro; un mundo tan democrático como la muerte en la que Lecter se empecina.
Al releer Regiones de la desemejanza, esta evidencia se me fue imponiendo. Si Lecter es expresión simbólica del mal de nuestro mundo, es precisamente porque ha neutralizado la palabra –sólo en un mundo donde la palabra como manifestación del ser está aniquilada, el nihilismo de Lecter, que es el nihilismo absoluto, puede establecer su ley–; si aterra y es una región de desemejanza, no es por lo perverso y sádico que hay en él –personajes de este tipo hay muchas en el cien contemporáneo–, sino porque revela nuestra propia destrucción: un mundo en el que la lengua se deseca, en el que la palabra va dejando de ser creadora y develadora del ser, es un mundo sin alteridad en donde lo atroz hace su casa. Ahí, donde al otro se le ha amputado de la lengua, no queda nada: ni alma, ni individualidad, ni trascendencia y, por lo tanto, ya no hay obstáculo para destruirlo.
Libro terrible que, sin embargo, nos conduce, en sus partes finales, a evacuar de nosotros la tentación de creer que esas tinieblas son absolutas. Al analizar el mal de cara a la luz de la Revelación y de la gran tradición de Occidente, Ransom nos vuelve a colocar en ese sitio en donde la Palabra ilumina la tiniebla y puede, si queremos, redimirnos de un silencio sin significados y rescatar la inocencia.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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