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LOS PROBLEMAS DEL VERSO EN LA POESÍA MEXICANA
EVODIO ESCALANTE
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Versos comunicantes III.
Poetas entrevistan a poetas iberoamericanos,
José Ángel Leyva (coord.),
Alforja-Universidad Autónoma de Nuevo León,
México, 2008.
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Concibo este libro de entrevistas como un testimonio múltiple y como una invitación a la crítica. El arco de poetas mexicanos que aquí se incluyen, de Rubén Bonifaz Nuño a Eduardo Milán, pasando por Carlos Montemayor, Antonio del Toro, David Huerta y Efraín Bartolomé, obliga a revisar algunos asuntos pendientes que requieren discutirse con las herramientas de la crítica. Las preguntas acerca de si hay que continuar con el proceso de la vanguardia o más bien ponerle un alto e intentar otra cosa, acerca de si vale o no seguir utilizando el endecasílabo, o de hasta qué punto la teoría de la impersonalidad poética de Eliot sigue siendo un referente obligado de la poesía en México, son cuestiones que merecen una discusión pública que sea a la vez atenta y consciente.
El asunto mayor lo plantea a mi modo de ver Rubén Bonifaz Nuño cuando pone en duda el valor actual del verso endecasilábico. A una pertinente observación de José Ángel Leyva, quien comenta la variedad de posibilidades métricas que explora la poesía de su entrevistado, Bonifaz acota: “Si usted escribe con métrica clásica, digamos endecasílabos clásicos, va a ser muy difícil que diga algo, ya no digamos mejor, algo distinto a lo que dijeron los grandes poetas del Siglo de Oro español.” Parafraseando a Mallarmé, Bonifaz señala: “Los poemas no se hacen con palabras, se hacen con ritmos.”
Desde hace más de cincuenta años, Bonifaz se propuso reventar el esquema del endecasílabo que ha sido el metro no sólo de Garcilaso sino también el de López Velarde o Gorostiza, e incluso el metro predominante entre los muy diversos cultivadores de ese verso libre de algún modo canónico que alguien ha bautizado como silva moderna. Según Bonifaz, el esquema del endecasílabo condena al poeta a repetir una y otra vez lo que ya dijo la tradición. Por eso hay que abandonarlo. Lo expuso de manera suave en su “Poética”, un poema de principios de los años cincuenta: “No siempre en las alas del italiano/ verso cristalino vuele sonoro/ el endecasílabo.” Si reparamos en la métrica en la que está escrita esta declaración, en la que el endecasílabo se conserva aunque sea en la ironía de la letra, caeremos en cuenta que son versos acentuados invariablemente en la quinta sílaba, justamente la acentuación que propone el autor para sacarle la vuelta al metro en cuestión. Lo interesante de la solución de Bonifaz es que para evadir el endecasílabo, en lugar de entregarse al versolibrismo contumaz y descabellado, propone como alternativa el modelo del verso acentuado en la quinta sílaba. “Los gobiernos cambian, pero la prosodia permanece intacta”, decía Mallarmé y, en ese contexto, creo que el ataque de Bonifaz contra el endecasílabo es en esencia revolucionario.
Carlos Montemayor tampoco parece darse por enterado, o bien supone que el asunto está enteramente asumido y que no hace falta agregar nada. Lo más que llega a decir Montemayor, en su entrevista con Leyva, es que la mayoría de los versos de su libro Transterra están integrados a partir de una transposición de los ritmos que él ha encontrado en los hexámetros latinos.
Antonio del Toro, por supuesto, es harina de otro costal. No se ha cobijado Antonio del Toro a la sombra de un gran prestigio, y esto por estricta vocación literaria, quiero decir: por la índole nerviosa y exploratoria de su verso. Se trata de un poeta que me gustaría llamar de la empiria, de la experiencia, que se descubre o redescubre a sí mismo en el momento mismo en que escribe sus escenas de infancia o en que retrata su trato con ese mundo de los objetos que se dejan patear como se patea una piedra. ¿Qué papel le das al azar en tu creación poética?, le pregunta Leyva. A lo que Del Toro contesta: “Uno muy importante. Creo que la distancia que hay entre un verso y otro verso, en ese vacío, y en el que hay en el poema, está el azar. La poesía no se escribe de manera continua sino a saltos, y allí reside el azar.” La contestación me parece espléndida y creo que define de cuerpo entero a un poeta que se disloca de la tradición, que salta por encima de toda herencia en virtud de que entiende el verso precisamente como salto, como hiato silábico en la proximidad aterradora y deleitosa a la vez del alto vacío.
La entrevista con David Huerta, realizada por el poeta y filósofo Carlos Oliva, es para mí la más sustanciosa. Acaso los dos asuntos más destacables en las respuestas son el de la reivindicación actual del endecasílabo y la peculiar interpretación de la teoría de la impersonalidad poética formulada por Eliot. El contraste con Bonifaz Nuño no podía ser mayor: mientras Bonifaz considera obsoleto el endecasílabo, Huerta estima que el gran mérito de su Incurable es que, disimulado entre los versículos alienta, persistente, el metro “clásico” por excelencia.
Incurable se abre con un endecasílabo: “El mundo es una mancha en el espejo.” Lo puedo citar de memoria porque hace años escribí una reseña en la que juzgaba que la publicación de este libro era un fracaso. Volvería a suscribir punto por punto aquella reseña en la medida en que el ambicioso libro de Huerta me parece un yerro motivado por una ausencia de autocrítica, no sólo de su autor, sino igual de los amigos cercanos que no supieron ver hasta qué punto el legajo podría volverse, como se volvió, ilegible. Aprovecho lo anterior para aclarar dos cosas. Primero: mi juicio acerca de Incurable no lo hago extensivo a otros de sus libros. Pienso que Huerta es uno de los poetas imprescindibles de nuestra hora actual, y textos suyos como Historia y Versión representan para mí tentativas de enorme valor, en la medida en que Huerta capta en ellos como muy pocos entre nosotros lo que llamaría el ritmo y la oscura belleza de la existencia contemporánea. La famosa frase de Pound, cuando éste establecía que los poetas eran las antenas de la raza, no la entiendo en un sentido profético ni trascendental, sino en un sentido a la vez inmanente y, por esto mismo, contemporáneo: las antenas del poeta lo convierten en el invaluable sismógrafo de esos movimientos de tierra que los hombres comunes no alcanzamos a registrar. En este sentido, y a pesar de los desniveles que puedan señalarse, estimo que Huerta hace honor a la frase de Pound.
Segundo: en el caso de que yo tuviera razón y se concediera que Incurable es una suerte de débâcle poética, tendría que señalar que sólo puede fallar de esta manera quien se atreve a arriesgar en grande. En el actual panorama de conformismo mexicano, en el que pululan los escritores de medias tintas que han renunciado a su vocación de búsqueda para especializarse en ganar concursos, becas y premios concedidos por el Estado, cómo me gustaría que cada año o dos años pudiéramos ser testigos de uno de estos fracasos.
En el asunto eliotiano de la impersonalidad poética, de plano no puedo estar de acuerdo con el autor. En uno de sus influyentes ensayos, Eliot declaró: “El progreso de un artista es un continuo auto sacrificio, una continua extinción de su personalidad.” En otro pasaje de este mismo ensayo, abundó: “Entre más perfecto sea el artista, más completamente separados estarán en él el hombre que sufre y la mente que crea; más perfectamente digerirá y transmutará la mente las pasiones que son su material.” Estilista consumado, Huerta interpreta la consigna de Eliot en términos estilísticos, como si lo que éste propugnara fuese la elaboración de una escritura neutra, incolora, carente de personalidad, cuando en realidad Eliot lo que niega es el inmediatismo de la emoción, el culto a las epifanías del yo, el recurso a una poesía confesional en la que un ego protuberante asume en todo momento la conducción del verso. No veo de qué manera nuestro Gorostiza –como pretende Huerta– se habría apartado en este aspecto de la tesis de Eliot; al revés, como lo explico en un libro que dediqué al tema, el ego protuberante sólo campea en los primeros ocho versos de Muerte sin fin, para ser sustituido en seguida por una enunciación impersonal que demostraría hasta qué punto Gorostiza ha sido obediente a la lección del autor de La tierra baldía.
Lo anterior viene a cuento porque el siguiente entrevistado, Efraín Bartolomé, sería el ejemplo más contundente de un poeta que basa toda la eficacia de su verso en la enunciación personal. A Efraín Bartolomé le habla directamente la diosa de la poesía, y él lo único que hace es seguir su dictado. Así lo dice Bartolomé entrevistado por Marco Antonio Campos: “El poeta es un elegido por la diosa para que hable a sus hermanos en nombre de todos ellos.” Abro un poco al azar un libro de poemas de Bartolomé y encuentro esta declaración: “Soy un poeta: soy una veta de oro/ escondida en el pecho de mi generación.” ¡Enorme! Confieso que a mí me satura y me cansa esta poesía egocéntrica, que radica su presunta eficacia en las inefables epifanías de un yo que por lo visto nunca corre riesgos. Prefiero aquellos otros poetas más humildes a los que les habla la úlcera del estómago o la uña enterrada en el pie.
Me temo que este es el caso de Eduardo Milán. A él le duele la uña enterrada en el pie, pero no lo digo por supuesto en el sentido inmediatista que tiene que ver con el nivel de la “certeza sensible”. Poeta crítico y crítico poeta, las dos cosas a la vez, Milán se exilia desde hace más de dos décadas en México huyendo de la represión en Uruguay, país donde su padre sufre prisión por motivos políticos. Este dolor muy concreto de exiliado, me parece, está en el trasfondo de sus averiguaciones poéticas. Tanto el lenguaje de su crítica como el de su poesía es un lenguaje reflexivo, que se desdobla de modo inesperado apenas acaba de rasgar el espacio exterior, como dudando de sí e inquiriendo, como buscando una certeza que de algún modo se sabe inconseguible. Este desdoblamiento de algún modo estocástico, imprevisible, sin duda puede irritar a un lector demasiado apegado a su costumbrita. Yo diría que esta incomodidad es una prueba de que Milán sigue dando en el blanco.
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Armas y Letras, Revista de Literatura,
Arte y Cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León,
números 62-63,
enero-junio 2008,
México.
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Una “miscelánea textual” de “letras en desbandada” es el tema principalo que ofrece este doble y nutrido número de la revista editada por la UANL. Ilustrada por Gustavo Villegas, incluye una entrevista con Enrique Vila-Matas, un ensayo de Jorge Dubati sobre teatro comparado, así como textos de René Char, Agata Orzeszek y Ryszard Kapuscinski.
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La Palabra y el Hombre,
Revista de la Universidad Veracruzana,
núm. 4,
abril-junio 2008,
México.
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El texto principal del cuarto número de la nueva época de esta publicación, “Una literatura embargada”, es la traducción que Irlanda Villegas ha realizado de un texto originalmente publicado en 1995 por Edward W. Said. Se ofrecen también dos homenajes: uno a Dagoberto Guillaumin y otro a Emilio Carballido, así como un texto de Rosa Beltrán, “Pitol traductor”, y un dossier de artes plásticas a cargo de Pepe Maya.
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Cantera Verde, Arte, Testimonios, Literatura,
núm. 46,
enero-marzo 2008,
México.
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Oaxaqueña de origen, esta revista obtuvo recientemente el Premio Edmundo Valadés para publicaciones. El presente número forma parte de su “Serie 20 aniversario” e incluye un especial de literatura contemporánea de Yucatán, con textos de Adán Echeverría, Patricia Garfias Cáceres y Roberto Azcorra, entre otros, así como poemas de Raúl Renán, Israel García Reyes y Ramiro Pablo Velasco, entre otros vates.
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Discursare. Reflexiones sobre el discurso,
el texto y la teoría de la literatura,
Angélica Tornero (coordinadora),
Casa Juan Pablos/Universidad Autónoma del Estado de Morelos,
México, 2007.
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Este es el número 1 de la sección Letras de la colección Ediciones mínimas, dedicado al estudio de la noción del discurso, en el que la coordinadora ha reunido textos de Ma. Elena Barroso Villar, Sultana Wahnón, Óscar Cornago, María Ema Llorente, Ángel Luis Luján Atienza y uno de su propia autoría.
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La infancia en los siglos XIX y XX.
Discursos e imágenes, espacios y prácticas,
Antonio Padilla, Alcira Soler, Martha Luz Arredondo, Lucía M. Moctezuma (coordinadores),
Casa Juan Pablos/Universidad Autónoma del Estado de Morelos,
México, 2008.
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Este es el número 1 de la sección Educación de la colección Ediciones mínimas, “cuya intención es reflexionar en torno a uno de los temas y sujetos sociales que más tinta y papel ha demandado el último siglo: la infancia o la niñez”.
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El cuezcomate de Morelos. Simbolismo de una troje tradicional,
Óscar Alpuche Garcés,
Casa Juan Pablos/Universidad Autónoma del Estado de Morelos,
México, 2008.
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Este es el número 1 de la sección Agropecuarias de la colección Ediciones mínimas, en donde el autor, doctor en antropología y profesor de la Facultad de ciencias Agropecuarias de la UAEM , elabora un muy completo estudio del cuezcomate, un granero tradicional de origen mesoamericano vinculado a “deidades y figuras emblemáticas” de esta región.
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