Los violentos desdichados
Roberto Garza Iturbide
Desdichado el gobernante que profese el culto a la violencia. Promover el odio, la agresión y el asesinato, que son males tan contagiosos como adictivos, es el primer paso hacia la autodestrucción.
Quien enfrenta al enemigo con sus mismos medios a la larga termina comportándose como él. Esto sucede, por ejemplo, cuando se involucra al ejército en el combate al narcotráfico. Al principio se cacarea la honradez y rectitud de las fuerzas armadas, pero pronto aparecen militares que actúan como narcotraficantes.
Sabemos que en las zonas de conflicto el ejército procede como si fuera un cártel: aplica la pena de muerte preventiva, asesina por venganza, tortura para obtener información, desaparece sospechosos, cobra víctimas inocentes y se deja corromper.
El cinismo de los violentos es tan descarado que graban sus crímenes en video de alta definición y los difunden editados vía comunicación social. Los medios audiovisuales, por su parte, se muestran orgullosos de presentarlos en los horarios de mayor audiencia.
“¡Enfrentamiento en Culiacán deja media docena de muertos!”, anuncia en voz alta el conductor de un noticiario mientras exhibe imágenes de uniformados, que pueden ser narcos o militares, acribillados en plena vía pública.
Con variaciones en el número de muertos y lugar de los hechos, la noticia se repite día con día hasta convertirse en una serie de televisión. Los cadáveres han perdido su capacidad de impacto y los periodistas de análisis. El televidente, voyeur pasivo de la barbarie humana, se acostumbra a ver la violencia como algo normal y cotidiano.
La mímesis entre tropa y narcos es bilateral: soldados que se comportan como sicarios y narcos que se visten y combaten como militares. Luchan todos contra todos, sin distinción de bandos. El gatillero detenido resultó ser un ex militar y el oficial que ordenó su captura es un infiltrado del cártel contrario. Estén de un lado o del otro, o incluso en ambos, al final de cuentas los involucrados son matones a sueldo.
Desdichado el que porte armas porque es un asesino en potencia. Policía o criminal, guarura o asaltante, agente federal o secuestrador, militar o narco, político o burócrata, skinhead o ciudadano común. Todos armados y dispuestos a liquidar al enemigo. No es requisito pertenecer a una corporación policíaca ni a una organización criminal para matar a alguien. Basta con estar contagiado de violencia.
La violencia, como los virus, afecta a cualquiera. No respeta edad, género ni clase social. Tan violento puede ser un campesino alcoholizado como un junior prepotente. La violencia estalla en las vísceras y se manifiesta en los ojos. En la mirada iracunda de un violento no cabe la razón. Sus actos, sin embargo, son los actos del hombre, el animal racional capaz de odiar y aniquilar a sus semejantes.
En una calle de Ciudad de México aparece el cuerpo de un supuesto sicario con cincuenta impactos de bala. Cincuenta. Se lo comento a un amigo periodista y le da lo mismo. “Ajuste de cuentas”, dice el cínico. Al día siguiente emboscan a un jefe de la policía y lo dejan como coladera. Ajuste de cuentas.
El gobernador de Jalisco ejerce la violencia verbal y manda a chingar a su madre a sus críticos. En su fuero interno, lo digo con toda seguridad, este político radicalizado quisiera matar no sólo a quienes piensan diferente, sino a toda la plebe. Su cruzada: la limpieza social. Y que el fin justifique los medios. Desdichado sea el tirano en potencia.
Asesino el que condene a muerte al asesino. El ser humano es violento por naturaleza y el estado natural entre los hombres es la guerra. La paz, en palabras de Kant, debe ser instaurada mediante un imperativo de la razón que tenga como base la legalidad. Ordenar y ejecutar una muerte es regresar al estado primitivo, violento y carente de leyes.
El jefe de las fuerzas armadas declara la guerra al crimen organizado. Condena a muerte a los asesinos y en automático se convierte en uno de ellos. El daño al ejército es incalculable y las posibilidades de victoria son nulas. Los altos mandos lo saben, pero la violencia les ha provocado ceguera.
La paz no se instaura mediante la acción militar. Señores de la guerra, aunque sea mucho pedir, abran los ojos antes de que sea demasiado tarde: la tranquilidad social nunca será impuesta por la vía de las armas. Lo único que han logrado es la proliferación de la violencia.
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