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Ana García Bergua
Diario administrativo
Si usted pudiera volar sobre Ciudad de México sacando la oreja por la ventanilla del avión y sin que lo absorbiera cruelmente la presión de las alturas, con toda seguridad podría escuchar un runrún, un clamor, un murmullo parejo de voces que se lamentan, repetidas veces y al unísono, desde todos los barrios de nuestra amada y populosa Urbe de Perros: “Noo, toodavía no me han pagadooo…”
Y no estoy hablando de mi persona –bueno, en parte sí; desde luego no de esta Jornada Semanal y de Lucio y Miriam, que son encantadores–, sino de muchísimas personas con las que trato últimamente. Gran parte de las conversaciones aborda el melancólico tema: llevo tres meses tejiendo calcetines de rayas y no me han pagado; pues yo llevo todo el año rasurando ovejas y nada, pues a mí me deben treinta kilos de frijoles revisados y sin piedras, y ni así… Debe ser una especie de epidemia. De hecho, el saludo actual no consiste en preguntarle al otro cómo está, sino si ya le pagaron, y alegrarse o entristecerse según la respuesta (y el hecho es que muchos andan muy tristones).
Serán cosas del free lance –si nos vamos a los hechos, pronto todo el país va a ser free lance– , pero dependiendo de si es una institución pública, privada o fantasmal, de si unos te quieren y te tratan con cariño y otros de plano se arrepienten de haberte llamado, la variedad de papeles, recibos y llamadas telefónicas a realizar es impresionante. Sobre todo llamadas: ¿ya estará, ya habrá salido de casualidad, tiene usted alguna noticia? Últimamente, cuando llamo a ciertos sitios a ver si ya salió el estipendio, me siento como si esperara al Mesías. Me van a salir barbas y eso que no tengo testosterona.
CONSEJAS PARA SOLICITAR EMPLEO Tenga presentes en todo momento cada una de las cosas que usted sabe hacer, por ejemplo: “se pinta, se encala, se pone tirol, se escriben ensayos, sesudos o ligeros, al gusto, se taconea encima y debajo de las mesas”. O bien: “Guapo ex profesor de sánscrito, ya un poco encanecido, escribe a máquina, toma taquigrafía, habla en lenguas, traduce del griego, baila gogó y dice chistosadas a mitad de las conferencias sobre epistemología. Disponible de lunes a domingo y días festivos, menos de tres a cinco de la mañana , en que va a La Merced a comprar alpiste para su canario.” Repítalas como un mantra cada día al bañarse y al subir al camión, y recíteselas al primero que usted encuentre, aunque sea el joven del botellón de agua o la señora de la supercocina , no vaya a ser que sepan de algo.
MENSAJER Í A
Desde enero se nos fue don Luis, nuestro mensajero. La verdad lo extrañamos mucho. Aunque sólo iba un día a la semana a hacer recados para nosotros –digamos que era un lujo breve–, a mí me hacía sentir de mucho cachet. Ciertamente es muy desalentador tener que recorrer toda la ciudad para dar o recoger un simple papelito que vaya usted a saber si no se lo volverán a pedir dos meses después, pues el original se manchó de torta de aguacate o simplemente, como los jitomates, se pasó de mes administrativo, pero además, se siente uno importante cuando envía al mensajero. No aparece uno todo sudado, degradado de sus supuestos cargos (“el alférez Bustamante, prócer de la lírica contemporánea , llegó a entregar su recibo con un chicle en el trasero que le pegaron en el metro”) listo para ser maltratado o perdonado por vigilantes, recepcionistas, cajeros secretarias y todas las demás personas que habitan las oficinas. El asunto es que se marcha el mensajero a enfrentar la realidad (por lo menos ese día) y uno fresquito en su casa, pergeñando obras olvidables o haciendo uno de esos trabajos pagaderos a veinticinco años. Y además, da uno trabajo a alguien que lo necesita, lo cual, por lo menos, decora el alma. Pero la cosa es que ya no contamos con don Luis. Y no porque le cayéramos mal, no: nos dejó porque había adquirido nuevas responsabilidades, pues se casaba con Lupita, mujer guapa y muy alegre. Hasta nos invitó a su boda. La última vez que lo vimos fue después de que Lupita y él nos rogaran que permaneciéramos cinco minutos más en el festejo, pues iban a bailar un vals, el cual ejecutaron con maestría. Desde entonces, cuando cruzo la ciudad para entregar una copia de mi rfc, el recibo del teléfono, el himno nacional, una carta al Padre Hidalgo o lo que requiera un administrador taimado e imaginativo, pienso en don Luis bailando, liberado de los encargos oficinescos a que lo sometíamos, y me dan ganas de ponerme a bailar vals también, de escritorio en escritorio.
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