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Para trucar entrevista en estercolero
(cómo mutar de periodista en carroñero)
Para el señor Loret, con cariño
Asegure usted, primero que nada, tres cosas: 1. Que tiene algo que lo emparente con la democracia o por lo menos con la decencia, tal vez un abuelo ilustre y asesinado por la mafia al manifestar su disidencia política; aunque usted termine trabajando para esa mafia y el esqueleto del antepasado se revuelque en su nicho, la paradoja por absurda servirá de parapeto a su credibilidad al menos para las primeras semanas, que no años, en que usted asegure: 2. Que tiene usted chamba como presentador de noticias en una televisora del duopolio de siempre y 3. Que ese oficio, por características que se verán luego, deberá mantenerlo en gracia con sus patrones. Recuerde siempre la máxima máxima: usted trabaja para ellos, para sus patroncitos y, por obvia consecuencia, para aquellos ante quienes sus patroncitos se agachan, perdón, inclinan graciosamente, o sea, los meros jefes que, a saber, siempre han estado allí aunque muden cara y colores. Jamás se confunda usted si no quiere pasar a engrosar las filas de los pocos presentadores de noticias honestos y comprometidos que ha dado este país, casi todos ellos desempleados: usted no trabaja ni para la verdad ni para la información, esa veleidosa pájara de la calle, ni mucho menos para un público que se arropa con disfraces de carácter reivindicatorio, como decir “pueblo mexicano”. Recuerde que los conceptos de “periodismo” y “periodista” cambian en México según el postor; a usted le interesa el que interese a los jefes de sus jefes. Del periodismo teórico (aquel dizque honesto, objetivo, cabal y demás paparruchas) se ocupan necios académicos, casi siempre extranjeros y por tanto desconocedores de esa realidad mexicana que fabrica, precisamente, la televisión. Una vez que tenga no tan claro lo anterior, pero de todos modos le quede la impronta de una obediencia ciega y una como infinita devoción palaciega, póngase muy guapito a cuadro para atender las indicaciones de sus jefes.
Donde manda Azcárraga no gobierna su alecuije. Si sus jefes dicen entrevista a ese cabrón rijoso de la izquierda, porque el muy mañoso envió cartas a todos los medios para que nos dignemos permitirle decir su versión acerca, por ejemplo, del afán privatizador del gobierno de derechas que todo lo vende a lo pendejo, perdón, atropelladamente, usted callará y gustoso, al menos en apariencia, obedecerá, que por eso se le paga un dineral. Por varios lados.
La entrevista es lo que cuenta. Sus jefes y los jefes de sus jefes confían en que usted le dé en la madre, perdón, ponga en su lugar, a ojos del vasto teleauditorio, al rijoso. Para ello solamente tiene que ser intransigente, petulante, atorrante. Atájelo a cada momento. No permita, so pena de que suelte una frase completa y demoledora, que hable. Muéstrese agresivo, ladre interrupciones, dígale sin ambages ni escrúpulos (que sea usted el dueño del micrófono y el espacio no lo obliga a ser amable, ni comedido, ni ofrecer la mínima cortesía de escuchar sus argumentos, si suficiente es tenerlo allí) que no le cree nada de lo poquito que le permita usted contestar. Si el rijoso logra decir algo certero, cállelo con una risita burlona, o repita como metralleta la muletilla: “ta' bien, ta' bien”, como si tratara con un tarado. De este modo logrará desestimar, ridiculizar, minimizar sus dichos. No cite, mejor descontextualice. Descontextualice. Descontextualice pero sobre todo prejuzgue. Apoye todo prejuicio emitido por la televisora y sus patrones acerca del rijoso: no permita que se sacuda con inteligencia y honestidad –qué asco– la mala fama que tanto trabajo ha costado pintarle. Por nada del mundo le permita decirle, allí, en su cara y a cuadro, que no es usted periodista como otros, ni honesto como otros, ni objetivo como otros, sino un entregado al poder. Si el rijoso se atreve a tanto, no vaya a permitir que un estúpido camarógrafo ponga su rostro desencajado en pantalla, porque, como seguramente usted estará asimilando el tiro por la culata, se verá muy mal tratando de recomponer esa mueca en que habrá tornado el semblante. Que no se note, pues, que ha perdido usted toda el aura de seguridad con que había comenzado.
Terminada la entrevista, contenga las ganas de llorar. Sea hombrecito. Que le valga una pura y dos con sal si los índices de audiencia se le van al suelo en los días posteriores. Mejores tiempos vendrán. Recuerde que a usted finalmente le importa una cosa y solamente una: conservar su chambita aunque la dignidad haga mucho tiempo que se fue a la mierda.
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