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Saint John Neumann
Agustín Escobar Ledesma
Niñas de California Foto: Rubén Martínez/ ZoneZero |
El templo católico de Saint John Neumann está ubicado en el 966 W. Orchard St., Santa María, CA, y cuenta con servicios religiosos bilingües, se alternan los horarios de misas en español e inglés y, por supuesto, las primeras son mucho más concurridas. El edificio, aunque austero, es elegante. Un enorme vitral, colocado detrás del altar, deja pasar las ondulantes sombras de luz violeta y dorada de los esbeltos cipreses del traspatio que se mueven lenta e hipnóticamente. El templo no cuenta con las festivas campanas de las iglesias mexicanas, pero tiene horarios que la gente respeta a pie juntillas. La mayoría de los feligreses luce bañado, perfumado; las mujeres maquilladas, bien arregladas. Medio mundo está vestido con la ropa de segunda mano que adquiere a precios bajísimos en las “pulgas”; yo también compré una buena cantidad de camisas, pantalones y una chaqueta que tanta falta me hacía. Y es que los cientos de inmigrantes que se dan cita en las “pulgas” encuentran pantalones Levis casi nuevos en tres o cuatro dólares, sacos de marca semi nuevos en seis dólares, camisas en dos dólares, etcétera. “Ta barato” es la primera expresión de admiración que los cientos de indocumentados emiten, y que a algún antropólogo de café se le ocurrió bautizarlos con el nombre de Los Tabaratos.
En la misa dominical de mediodía el tema era el de la multiplicación de los panes y los peces del Evangelio según San Juan. El grupo coral Alabaré, conformado por ancianos y jóvenes, pulsan guitarras y panderos entonando el “Padre nuestro” al ritmo de “La respuesta está en el viento”, de Bob Dylan. Por supuesto que a mí, que estaba en todo menos en misa, me llamó mucho la atención que la gente colocara billetes de diferentes denominaciones, incluso de cincuenta dólares, además hubo quienes depositaban cheques porque las limosnas son deducibles de impuestos debido a que las iglesias de aquel país ¡sí pagan impuestos! No como en nuestro México lindo y querido, en que los jerarcas viven en estado de excepción. Al final, el canasto, rebosante de billetes verdes, es colocado de ofrenda al pie del altar. Por mi mente pasan negros pensamientos que son contenidos por el séptimo mandamiento de la Ley mosaica. Y ya que hablamos de limosnas, vale la pena mencionar la manera como los judíos y los católicos las comparten con sus divinidades. Los primeros pintan una raya en el templo, lanzan el óbolo al aire y lo que caiga sobre la raya le corresponde al Creador. En cambio, los jerarcas católicos no se complican la existencia. Avientan la limosna al cielo, lo que pesque el Señor es para Él y lo que caiga en el piso es para el templo.
Trabajadores migrantes mexicanos, carretera en California. Foto: Pedro Meyer © 1986-90/ ZoneZero |
Nuevamente Kavafis: “Debes rogar que el viaje sea largo,/ que sean muchos los días de verano;/ que te vean arribar con gozo, alegremente,/ a puertos que tú antes ignorabas.” A unos cuantos kilómetros de Santa María existe el pequeño poblado de Tijuanita. Sus habitantes, a diferencia de ciudades y poblados circunvecinos, conviven en las calles; en cualquier esquina hay jóvenes dedicados a diversas actividades, muchas de ellas ilegales, como la venta de micas para trabajar (green card) y números de seguro social que exigen los empleadores para laborar de manera legal. Cualquier inmigrante con unos cuantos dólares puede comprar una mica, seguro social, licencia de conducir, al igual que en las calles de San Francisco, tal y como lo narra la periodista Sanjuana Martínez en su libro Sí se puede. El movimiento de los hispanos que cambiará a Estados Unidos (Grijalbo, México, 2006). En Tijuanita pasa lo mismo que en las imprentas de la Plaza de Santo Domingo de Ciudad de México: la venta de todo tipo de documentos es tolerada por los empleadores y por el gobierno, porque los indocumentados, al obtener el número del seguro social, deben pagar impuestos y, como generalmente lo hacen bajo un nombre falso, no tienen derecho a ninguna prestación social.
En Tijuanita la gente convive en las calles, para horror de quienes jamás salen de su casa salvo para ir a la marqueta y tienen a sus hijos pegados a la pantalla del televisor con las muvis, con un Xbox o un gameboy. Hay gente que lleva años viviendo en el mismo lugar y no sabe ni siquiera cómo se llaman sus vecinos.
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