Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de enero de 2008 Num: 672

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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los textos de los infelices
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Escritores en el exterior
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Directorio
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LA SORDIDEZ DEL ABSURDO

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Franz Kafka, soñador insumiso,
Michael Löwy,
Taurus,
México, 2007.

La k del alfabeto, como lo han observado George Steiner y Mark Strand, es una letra que ya no puede leerse sin pensar en Franz Kafka. Tan estudiada y sobreinterpretada ha sido su obra que todo nuevo enfoque o perspectiva no sólo despierta la sospecha natural de que se tratará de un discurso más preocupado por imponer una lectura que por examinar la obra en sí misma, sino que alimenta una amenaza y una fatalidad: la de estar condenados a ya no leer emotiva o ingenuamente al autor checo, la de especializarnos en lo kafkiano antes de ser capaces de degustar la placentera plenitud de sus textos.

El libro de Michael Löwy no constituye una lectura original de las novelas de Kafka (si se entiende que cae en la gama de enfoques sociopolíticos de los que hay buena muestra) y, sin embargo, discrimina con pulcritud los rasgos libertarios de la literatura kafkiana. Claro que su conclusión es de una obviedad pasmosa (se trata de “poner en evidencia la dimensión extraordinariamente crítica y subversiva de la obra de Kafka”), pero el análisis espiga algunos hallazgos procedentes de la pertinacia de la investigación antes que de la intuición trastabillante de Löwy, cuyas premisas son muy primitivas: la de permitirse distinguir entre literatura y mundo concreto; la de cifrar la obra de Kafka a la luz del conflicto que en ella se advierte entre el individuo y la sociedad; la de pensar que la escritura “no es lo que está en juego en las novelas de Kafka” y la literatura “no es el objeto, el contenido, la trama de sus escritos”.

Constituiría una espléndida torpeza discutir en este breve espacio qué es o no es literatura (la definición de Cabrera Infante, empero, le habría servido al ensayista brasileño: “Literatura es todo lo que puede leerse como tal”), pero no así argumentar que si, en efecto, la literatura de Kafka no es objeto o contenido en sí misma (¿la de quién lo sería?), tampoco el cotejo con el mundo (¿cuál?) o con la realidad sin comillas es el código que determina la naturaleza de esta obra, que si bien puede leerse como un grito libertario, es también una imagen onírica de la angustia y de la sordidez del absurdo, una metáfora de la soledad creativa (y aun de la soledad en general) y hasta una impecable, siniestra sonrisa cuya intensa autonomía no intenta promover ningún tipo de rebelión, como no sea la que de suyo ofrece, para los lectores inteligentes, hasta el más devoto poema de Sor Juana.

Un clásico, por definición, es un autor cuya resistencia a los equívocos de los comentaristas es proporcional a su impasibilidad ante la indudable erudición que despliegan. A medio camino entre unos y otros, Michael Löwy, sin ser Malcolm Lowry (el inverosímil introductor del repelente adjetivo kafkiano ), consigue el mérito no menor, mediante una lectura atenta, de dejar sanos los huesos de Kafka.


KATHERINE ANN PORTER, A GALOPE

IVÁN HERNÁNDEZ


Cuentos completos,
Katherine Ann Porter,
Lumen,
España, 2007.

Katherine Ann Porter es, sobre todo, una gran contadora de historias, en el sentido que le daba Flannery O'Connor al referirse a la narrativa como un arte de la encarnación. Dicho de otro modo: relatar una historia de tal forma que deje en el lector la sensación de lo vivido.

Porter publicó su primer cuento a los treinta y tres años en la Century Magazine, de Carl Van Doren quien, tras leerlo, le dijo: “¡Creo que eres escritora!” A continuación escribió una serie de relatos sobre mujeres sin caer jamás en la tentación ideológica del feminismo ortodoxo. Más tarde empezarían a poblar sus narraciones personajes entrañables como el Mr. Helton, de Vino de mediodía, o Miranda, su alter ego, que atraviesa la niñez, la adolescencia y finalmente da el salto al abismo de la edad adulta en Pálido caballo, pálido jinete, trilogía de novelas cortas que ahora es editada, junto con la totalidad de sus cuentos, por la editorial Lumen.

La autora nació y fue educada en Indian Creek, Texas, vivió en México y en varias ciudades europeas, sobrevivió a la tuberculosis y a una pandemia de influenza y fue enterrada a los noventa años junto a su madre, en el mismo lugar donde había nacido. La biografía de un autor no explica su obra, pero su caso, como ella misma declaró en una entrevista al Paris Review, fue fundamental: “En mi vida jamás he escrito una historia que no estuviera sólidamente fundada en la experiencia humana.” Indiferente a las vanguardias literarias de la época, en esa misma entrevista señalaba que cualquier obra de arte “debería hacernos sentir reconciliados”, o hacernos sentir “lo que los griegos llamaban una catarsis, la purificación de mente e imaginación”.

Además de La nave de los locos, su única novela, algunos ensayos y una memoria, sus Cuentos completos son el núcleo de su obra. Relatos cortos o largos, novelas cortas o novelas, en sus historias fluyen, como en un río revuelto, las experiencias humanas fundamentales: la niñez, el amor o la muerte. Juan José Saer consideraba a Pálido caballo, pálido jinete como un clásico del siglo xx, y de su autora decía que “su dominio magistral de la ficción es capaz de transformar a un granjero en un héroe trágico”.

En la imagen de la autora que ilustra una de las solapas del volumen editado por Lumen, aparece, sobre un fondo negro, el retrato de una joven anciana: los cabellos desordenados, las cejas arqueadas hacia el centro, la nariz firme y los ojos mirando hacia el oeste, como si apenas después de detenerse intentara volver atrás sólo para seguir adelante en dirección desconocida con mayor brío. Katherine Ann Porter nunca dejó de cabalgar, pero dejó tras de sí un puñado de cuentos y novelas cortas, suficientes para asegurarle el cumplimiento de ese deseo que según ella tienen en vida la mayoría de los escritores: ser leídos y recordados.


SOBRE LOS INTENTOS RIDÍCULOS

JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ


Expediente del atentado,
Álvaro Uribe,
Tusquets,
México, 2007.

A últimas fechas, la novela histórica se ha popularizado a grados casi inverosímiles. Las causas de este fenómeno pueden ser desde un plausible intento del público lector por aprender acerca del pasado, hasta el morbo que puede provocar enterarse de todo aquello que estuvo vedado durante tanto tiempo. Entre estos dos extremos, una posibilidad extra se erige como la que los sintetice: es tiempo de ensalzar a los héroes o de denostar a los traidores, desmitificando a cuanta figura se atraviese. Sin un afán generalizador, el gran problema del que suele adolecer la mayor parte de ellas radica en su aparente necesidad por contarlo todo. Así, obligan al lector a releer, una y otra vez, pasajes aburridos que poco tienen que ver con el desarrollo de los acontecimientos.

En el caso de Expediente del atentado, las cosas no son así. Baste imaginar la escena, por demás risible, de Arnulfo Arroyo atentando contra la vida de Porfirio Díaz un 16 de septiembre de 1897. Y digo risible cuando muchos otros podrían ser los calificativos. Pero ver salir a Arnulfo de una cantina por la mañana, completamente ebrio, me permite apuntalar el adjetivo. De ahí caminará tras la comitiva presidencial que celebra un aniversario más de la Independencia. Para no retrasarse, tomará una ruta alterna que le permita rebasarlos. Ya ahí, mientras ve acercarse al dictador, se da cuenta de que ha perdido el cuchillo con el que pensaba matarlo. Entonces se hace de una piedra, salta la valla de mirones que escolta al general, y luego de deshace de su única arma porque, en la nebulosa de su borrachera, ha decidido terminar con él con sus propias manos. Así, en el momento culminante de su empresa, cuando tiene toda la gloria en sus manos, apenas alcanza a propinarle un zape que le tira a Díaz el sombrero militar.

Entonces se repetirá, paso a paso, la historia patria. Primero es apresado, amordazado y conducido a una oficina gubernamental donde terminarán por lincharlo. Algo que jamás será esclarecido, aunque no parece haber duda de que la orden llegó de más arriba, sobre todo si se considera que los guardias que debían cuidarlo fueron desarmados por sus superiores momentos antes del ataque. Es una muerte cruel y dolorosa. Una muerte que se repetirá en las voces de quienes han estado cerca de él.

Álvaro Uribe (México, 1953) ha sabido encontrar el registro narrativo exacto para contar un suceso histórico perdido en los archivos. Es un registro con el que elimina, de un tajo, todos aquellos pasajes innecesarios de los que suele estar plagada la novela histórica. Y lo hace a partir de una multiplicidad de voces que van desde la madre del protagonista lamentando la forma de en que muere su vástago, hasta la del propio Federico Gamboa camuflado bajo sus iniciales. Todas ellas conformarán un expediente que, sin lugar a dudas, se disfruta en ambos planos, el novelístico y el histórico. En pocas palabras, una novela bien balanceada y mejor contada.



En la mirada del avestruz y otros cuentos,
Alejandro Estivill,
Ficticia/Conaculta,
México, 2007.

Estivill es uno de los más jóvenes representantes de esa estirpe, fecunda en México, de escritores diplomáticos o diplomáticos escritores. Además de cuentista y novelista, el autor de la novela El hombre bajo la piel (2002) fue director general de Asuntos Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre otros cargos. En este cuentario da otra buena muestra de una pluma acerada y precisa en la confección de historias cuyo principal hilo conductor pareciera ser el desasosiego.



Memorias de Juan José Gurrola,
Alegría Martínez,
Ediciones El Milagro/Conaculta,
México, 2007.

Este libro de conversaciones es como el propio Juan José: múltiple, abigarrado, difícil de asir y, al mismo tiempo, poseedor de una lógica interna que, a poco de adentrarse en él, va revelando sus claves y sus constantes. La reciente partida física del maestro Gurrola no hizo sino levantar un coro unánime de reconocimientos a su inestimable trabajo a favor del teatro mexicano. Estas Memorias... son parte del necesario homenaje a su presencia.



El primer caso de Montalbano,
Andrea Camilleri,
trad. del italiano por Ma. Antonieta Menini Pagés,
Salamandra,
España, 2007.

Para quienes han estado pendientes de la saga de Montalbano, personaje creado por el siciliano Camilleri en hace catorce años ya, esta trilogía resultará indispensable, sobre todo el segundo relato, que es el que da título al volumen. Camilleri es, por méritos propios, uno de los autores italianos más leídos en su país y más traducidos a otros idiomas.

IN MEMORIAM

Andrés Henestrosa

1906-2008

 

IN MEMORIAM

Ángel González

1925-2008