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Angélica Abelleyra
Julieta Venegas: la música, una vocación sincera
Habla rápido, con acento norteño. Se considera un desastre en la cocina y, por ello, la peor apuesta como pareja. Pero si de música se trata, Julieta Venegas (Tijuana, 1970) se mueve como pez en el agua, con la fluidez y el contento que la han hecho ganar premios en once años de trayectoria, provocar ventas por millones de copias de sus discos y mantenerse con naturalidad y ligereza fuera de los cánones chocantes del mundo del espectáculo.
Su decisión por la música fue producto del azar, en medio de una familia grande y, a sus ojos, caótica, en donde el piano le resultó a los ocho años un refugio y simiente de su individualidad. Había descartado ya la fotografía, esa vocación asumida mucho antes por su padre y luego por su hermana gemela Ivonne, así que interpretar canciones en el teclado era su camino placentero en el cual mostró siempre una especial facultad.
Estudió en colegio de monjas y su entorno familiar fue tradicional, por lo que decidirse a formar parte de un grupo tijuanense como tecladista, a los dieciséis años, rompió los esquemas tanto de su entorno con el piano clásico como de su núcleo cercano, que veía con recelo una vocación más ligada al capricho que a la honestidad.
En la nueva etapa, su mente estaba ampliada por la naturaleza híbrida que conforma a todo y todos en Tijuana. Estar en la frontera hizo que enriqueciera sus influencias y gustos. Escuchaba rock en inglés antes que baladas en español, pero su educación emocional fue siempre muy mexicana, emborrachándose con Vicente Fernández. Así que cuando empezó a componer música al tiempo que aporreaba las teclas del piano, se tomó todas libertades con los estilos y empezó a darle importancia a su propia personalidad, sin limitaciones.
Por eso, al componer y “echar de gritos”, la música se convirtió en su vida. Tardaría algunos años en convencer a sus padres de que no se trataba de una simple rebeldía, sino de una vocación sincera que la hizo dejar la casa a los diecinueve años y llegar a los veintidós a Ciudad de México, un espacio del que se enamoró y donde halló su lugar.
Aquí fue su primer disco como solista en 1996, y continuaron Bueninvento (2000), Sí (2003) y Limón y sal (2006), que le han dado premios Grammy, MTV y Oye en categorías de mejor álbum pop latino, mejor artista femenina, mejor álbum de música alternativa y otras distinciones que no hacen mella en su cara sin poses.
El escenario no le causa conflicto. Lo siente tan natural como hacer una canción. La diferencia radica en que componer le surge primero de un desahogo personalísimo, mientras que interpretarlo parte de la conexión que establece con sus públicos. Un trabajo complementario que ha aprendido a gozar y le ayuda a desatenderse de otro aspecto ligado al star system: el personaje que crean la televisión, las disqueras y el mundo del espectáculo. Frente a esto, Julieta Venegas no se ha sentido nunca comprometida ni obligada a ponerse el traje de un personaje. “Yo no hago música para convertirme en alguien . Simplemente la hago porque me gusta”, refrenda.
No sólo el piano la ha formado; planea retomar muy pronto el chelo y asume su profundo placer por el acordeón, instrumento que se volvió extensión de sí misma. Dice que su encuentro con él fue por curiosidad. Veía la ironía con que lo manejaba gente como Tom Waits, así que ella se asió de uno pequeño y amplió su gusto por el sonido del instrumento, y le añadió su tono festivo y norteño. Con todo y los premios, acepta que no ha despegado los pies del piso, aunque al principio de su carrera cancelaba presentaciones porque no se la estaba pasando bien y sus amigos la encontraban in-so-por-ta-ble. Con el tiempo ha aprendido a disfrutar cada momento de las giras y su gente cercana la ayuda a no volar de más.
Ecléctica en sus gustos musicales, ahora está en el descubrimiento de la poesía de Luis Cernuda, Manuel Maples Arce y José Carlos Becerra, autores que se suman a su querida Rosario Castellanos y le marcan líneas de escritura en su propia tarea de composición sobre la vida cotidiana, el desamor, la pasión y la lucha personal por encontrar caminos vitales. También se afana en campañas por la educación, pues lo que le duele de México es la desigualdad y el abuso del poder. “Y mientras la gente no tenga las armas para verbalizar sus preocupaciones y derechos, no le estaremos dando las oportunidades de decisión, de crítica y defensa ante el mundo”, cierra quien encontró en la música su lugar para estar.
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