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El Berlín de Frida
Esther Andradi
Eduardo Torres y la máscara de “Frida”. Foto: Isabel Lima |
Por
el Landwehr Canal, ese camino de agua construido a través
de algunos distritos de la ciudad a mediados del siglo XIX,
fluye el alma de Berlín. A sus bordes y en el barrio de Kreuzberg,
ha florecido un mercado que tiene lugar todos los viernes, famoso
por la variedad de frutas y verduras, el colorido de su público
y las arengas de los vendedores; voces en turco y árabe se
mezclan con rumano y ruso con la misma intensidad que el alemán,
mientras los patos dibujan simetrías en el agua. Este mercado
típico convoca a las ciento veinte nacionalidades de la ciudad
cosmopolita. Aquí también llegan los turistas para
asombrarse frente a la profusión de antipastos italianos,
griegos, turcos y españoles, sandías partidas y bayas
en todas las gamas del rojo, aguacates verde musgo, quesos, orquídeas
y buganvilias. Sedas capturadas en pañuelos, bordados de
Ucrania o tejidos persas se confabulan para bienvenir al paseante
cuyas pupilas se agrandan como monedas de un euro. En este mercado
se apareció la Frida esa mañana de julio; la pintora
nacida en México cien años antes estaba ahora frente
al puesto de venta de flores. El actor Gianni Casalnuovo, italiano
treintañero la empujaba en su silla de ruedas manteniéndose
en un discretísimo segundo plano. El actor peruano Edmundo
Torres -de Puno para más datos y berlinés desde hace
más de veinte años- había convocado a Frida
Kahlo desde la cabeza a los pies, con la máscara que el actor
pergeñó, su huipil color guinda, su atuendo de tehuana
y sus manos florecidas de anillos. Hello Frida, how are you?,
preguntó alguien, y entonces las miradas voltearon hacia
esa imagen mil veces citada desde su irrupción en el Festival
Horizontes de 1982 en Berlín, cuando la pintura de Frida
hizo pie en Alemania. Y Frida compró una rosa.
En 1919, cuando Frida
recién ingresaba a la pubertad, la luchadora Rosa Luxemburgo
era asesinada en Berlín. Rosa Luxemburgo, filósofa
de la rebelión, artista de la teoría, escritora desde
la cárcel y cuyo pensamiento encarna aun hoy libertad y socialismo,
había nacido con un defecto en la pierna que la discapacitó
físicamente para toda su vida. Cojeaba. Una barra de fierro,
mitad sumergida en el agua, mitad erguida en el aire, escribe el
monumento a la Rosa en el parque de Tiergarten y a orillas del Landewehr
Canal, unos kilómetros al oeste del mercado. Aquí
arrojaron su cuerpo torturado y debió ahogarse si aún
no estaba muerta. Y aquí llegó Frida para ofrendarle
su rosa y bailarle un son jarocho, "La lloroncita", antes
de partir al cine Babylon donde la esperaba el festejo mayor.
El Babylon, uno de los
cines más antiguos de Berlín, fue construido por Hans
Poeltzig en 1929, año en que Frida se casaba con Diego. Desde
entonces fue el cine de la comunidad judía de Berlín
y, durante las épocas del nazismo, refugio de la resistencia.
En el foyer una placa recuerda a Rudolf Lunau, el operador que fundó
aquí una célula del Partido Comunista.
Como quiere la tradición,
los mariachis de la Compañía Internacional El Dorado
de Víctor Ibañez, ensamble fundado en 1994 y con músicos
de Ucraina, Alemania, Israel y México desgranaban un corrido.
Y Frida, que es México y mundo, se puso de pie y bailó,
su cuello esbelto y su tocado de cintas, siempreviva. Los cineastas
Thomas Böltken y Christian Stolwerk documentaronn el performance.
Y el Babylon brindó la legendaria Frida, naturaleza viva
de Paul Leduc al medio millar que colmó la sala.
Ya desde fines de mayo
la Haus am Kleistpark, una casona de 1880 y que fuera sede del Jardín
Botánico Real, había inaugurado la exposición
100 años concebida por las artistas Gisela Weimann
y Renate Reichert, y apoyada por la Embajada de México, el
Instituto Cervantes y el Instituto Iberoamericano de Berlín.
Fotos de Wilhelm Kahlo, de Antonio y Cristina Kahlo, fotos de Gisele
Freund, y entre otros, la colección de objetos de Renate
Reichert, quien recreó "las dos Fridas" bajo el
título Frida mi vida. Una verdadera fiesta de renacimiento.
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