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Irak y su imposible guerra interétnica
En realidad me arrepiento de haber derrumbado la estatua.
Los americanos son peores que la dictadura.
Cada día es peor que el anterior.
Kadhim al-Jubouri, líder de la multitud que tiró la estatua
de Saddam en la plaza Firdous de Bagdad.
The Guardian, 19/III/2007.
ILUSIONES APLASTADAS
Los iraquíes habían sido asfi xiados por las sanciones estadunidenses
y británicas durante trece años, por lo que una buena
parte de la población tenía esperanzas de que con la caída del
dictador las condiciones de su país mejorarían. Irak tiene la segunda
reserva petrolera del mundo, por tanto era legítimo para los
iraquíes imaginar que sin el lastre belicoso y corrupto de Hussein
y su clan, un gobierno medianamente competente podría elevar
el nivel de vida de la nación para competir con el de Arabia Saudita
o Dubai. Sin embargo, como apunta Patrick Cockburn en su
artículo, Operation Deepening Nightmare (counterpunch.com)
muy pronto quedó claro que la liberación era una colonización
en el sentido más tradicional. La disolución de las fuerzas armadas,
la destrucción voluntaria o por pasividad de prácticamente toda
la estructura e infraestructura gubernamental, señalaba un total
desinterés en preservar a Irak como una nación viable.
COMIENZA EL FRATRICIDIO
Las expectativas iniciales de un nuevo Irak libre no tardaron en
verse aplastadas, y con una velocidad fulminante aparecieron una
variedad de grupos insurgentes que se oponían por las armas a
las fuerzas de la ocupación. Pero también comenzó la violencia
interétnica la cual adquirió una ferocidad aterradora. Al principio
los ataques contra la población se concentraban en los aspirantes
a policías o soldados, lo cual podía entenderse como
una táctica para disuadir a cualquiera de cooperar con la
ocupación. Pero súbitamente los blancos de los ataques
comenzaron a ser gente común. Muchos de los devastadores
ataques espectaculares en contra de autobuses,
mercados, escuelas y diversas concentraciones callejeras
de gente fueron adjudicados al grupo Al Qaeda en Mesopotamia,
liderado entonces por Abu Musab al Zarqawi.
Este grupo ha demostrado ser pequeño y marginal y de
ninguna manera determinante.
FALSAS DIVISIONES
Es importante recordar que Irak no es un país con una
historia de luchas étnicas o religiosas particularmente
relevante. Los iraquíes nunca habían sido un pueblo que se
identifi cara por su bagaje étnico o religioso (aunque el
pueblo es profundamente devoto, en los censos no se preguntaba
credo), como otros países de la región (incluyendo al progresista
Líbano o a Israel). El gobierno de Saddam podía haber sido
despótico, autoritario, corrupto, criminal e incompetente, pero era
étnica y religiosamente diverso. Asimismo, el partido Baaz era laico
(aunque echaban mano de manera oportunista de la fe) e incluía
a miembros de todos los grupos del país. Hussein era sunita, pero
en su gabinete había kurdos, como el vicepresidente Taha Yassin
Ramadan, y cristianos, como el viceprimer ministro Tariq Aziz. Debería
llamar la atención a quienes hoy hablan de la guerra interétnica
iraquí como si fuera algo antiguo, que en la lista del Comité
de Debaazifi cación se incluían 100 mil miembros del partido que
no podrían ser empleados por el gobierno. 66 mil de ellos son
shiítas. La mayoría de los enemigos del régimen eran miembros
de grupos religiosos extremistas e intolerantes, como el partido
Dawa, que ahora está en el poder.
LA RELIGIÓN COMO CUÑA
Para encontrar los verdaderos orígenes de la carnicería religiosa debemos
considerar, como escribió Ghali Hassan, que el procónsul estadunidense
que disolvió al ejército, la policía y el Estado, Paul Bremer,
creó el Consejo de Gobierno Iraquí (CGI), un organismo de exiliados,
colaboradores, traidores a la patria, terroristas, mercenarios, fundamentalistas
y criminales comunes (como Ahmed Chalabi, quien
cabe en varias de estas categorías) que venía cargando viejos resentimientos,
compromisos cuestionables y pe ligrosos intereses. El CGI estaba dividido en líneas religiosas y étnicas, y sus miembros, cual señores
feudales o capos del narco, contaban en muchos casos con sus
propias milicias, como la Peshmerga kurda y el ejército Mahdi shiíta,
las cuales inmediatamente comenzaron a negociar por las armas sus
espacios de poder. A esto hay que añadir la imposición de una nueva
constitución que, a diferencia de la anterior que era una de las más
progresistas de la región, divide al país en étnias y religiones, además
de relegar a la mujer a un papel secundario.
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