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Los espejos de Germán Venegas
Pocos artistas actuales practican, en forma constante y profunda, a un tiempo la pintura, la escultura y el dibujo. Germán Venegas (La Magdalena, Tlatlauquitepec, Puebla, 1959) forma parte de esa rara estirpe de creadores que siguen creyendo e indagando en las aportaciones y valores propositivos y técnicos de las artes plásticas tradicionales, como se puede constatar en la exhibición Un solo aliento, recién inaugurada en el Centro Cultural del México Contemporáneo (ccmc), ubicado a un costado de la Iglesia de Santo Domingo, en la calle de Leandro Valle 20, Centro Histórico. La muestra reúne un centenar de dibujos en tinta china sobre papel de arroz, ocho pinturas y dos tallas en madera, técnica que ha desarrollado magistralmente a lo largo de más de dos décadas, proporcionándole un amplio reconocimiento tanto nacional como internacional.
En su última exposición en la galería Florencia Riestra en 2004, Venegas presentó una hermosa y seductora serie de esculturas y pinturas inspiradas en el desnudo femenino, y el siguiente año participó en la colectiva Voraz fuego ebrio en el Museo Carrillo Gil, con un conjunto de unas cuarenta pinturas de diferentes formatos realizadas a manera de variaciones sobre fotografías eróticas. Los temas que el artista ha desarrollado en los últimos tiempos tienen que ver con un cuestionamiento existencial en torno a su yo interno. Desde hace varios años, ha profundizado en el estudio y la práctica del budismo, cuya concepción estética asimiló y reinterpretó en las impresionantes esculturas talladas en troncos de ceibas de tres y cuatro metros de altura, que se presentaron en 1999 en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara, y en 2003 en la Alhóndiga de Granaditas, en el marco del Festival Internacional Cervantino. Recuerdo esas obras soberbias y monumentales con la misma intensidad que me provocaron las imágenes de Buda en templos de Laos y Tailandia; aunque las de Venegas no fueron creadas para ser veneradas como representaciones de una dimensión sagrada, había algo en ellas que producía en el espectador una atracción mística, acaso una extraña sensación de enfrentarse a una obra de arte sublime en el más amplio sentido del término: una creación artística singular que rebasa los límites de la estética para internarse en los terrenos inasibles de la metafísica.
Autoretrato.
Tinta china sobre
papel de arroz,
2006 |
Las obras reunidas en la muestra en el ccmc giran en torno a tres ejes temáticos que se entreveran y convergen en la tribulación central del artista, que es su voluntad de ensimismamiento para dilucidar la condición humana a través de la autorreferencia. El artista se pinta innumerables veces como un ejercicio de meditación que le permite, según la práctica budista, la autocognición y la liberación de la conciencia. Los conmovedores autorretratos trasminan la mirada transparente y la paz interior de su autor, toda vez que despiertan sensaciones encontradas al hibridarse con imágenes de monos y "descarnados", figuras metafóricas de la muerte. Así, el artista, el mono y la muerte representados en constante fusión y movimiento evocan la impermanencia a través de la dualidad –Eros y Thanatos, la construcción y la destrucción, el bien y el mal, lo humano y lo divino– y expresan la eterna pugna de los contrarios que es la base tanto de las filosofías orientales, como de la tradición prehispánica que Venegas ha tenido siempre presente y que forma parte de su bagaje personal.
Cabe mencionar la acertada y atractiva propuesta museográfica del curador Carlos Ashida quien colocó los magníficos dibujos sin enmarcar, dispuestos en grupos directamente sobre unos soportes de metal que resaltan la finura de los trazos ágiles, gestuales y trepidantes de la tinta china sobre el delicado papel de arroz. Otras piezas penden del plafón como si se tratara de estandartes volátiles, destacando la condición etérea y translúcida de los dibujos.
Como contraparte y complemento de la exquisita obra dibujística, las pinturas revelan una intención de síntesis formal, a través de la cual el artista se ha desprendido poco a poco de la figuración para plasmar sus metáforas sensuales. La escultura No dos representa la unión de los opuestos, el ying y el yang, la vida y la muerte, tallados en un enorme tronco de ahuehuete dividido por la mitad, cuya sección derecha es la imagen vital de un Buda en estado de concentración, mientras que el lado izquierdo revela una impactante muerte descarnada.
Un solo aliento reúne una obra poética, estremecedora y desafiante que se antoja como un mosaico de espejos en los que se refleja el alma luminosa del artista ensimismado.
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