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Juan Domingo Argüelles
El juicio poético
El juicio poético está erizado cada vez más de enormes complicaciones por lo que respecta a lo que antaño se denominó la objetividad. Según el diccionario de la lengua española, objetivo es, entre otras definiciones, aquello que pertenece al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir; lo desinteresado y desapasionado; lo que resulta perceptible; lo que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce.
Pero emitir un juicio de valor "objetivo" sobre un poema es cada vez menos asunto de preceptivas. La subjetividad lo absorbe todo. Y bajo este supuesto, es poesía Baudelaire y lo es (aunque pueda no serlo) la retahíla de maldiciones de un inconforme que descarga su ira entre alaridos, arcadas y escupitajos. El "voy por tu cuerpo como por el mundo", de Octavio Paz, puede ser tan poético o tan antipoético como el "raudo loco pedúnculo cucurbitácea arder ardiendo logos del guacamole", de la autoría del poeta que usted prefiera.
Versadas y parrafadas arrítmicas y de escaso sentido se asumen tan poéticas o más que "El albatros" o "Los faros", de Baudelaire, o que las Soledades, de Machado, no descartando por supuesto que, sarcásticamente, no falte el que pregunte: ¿Machado, quién es Machado?, porque si un poeta ya no les suena a poesía a algunos ese es Machado, a quien podrían acusar de ser demasiado explícito, demasiado directo, experencial, entendible, anecdótico y acaso cursi.
Una nota del periódico dispuesta en líneas cortadas puede ser poética, y más aún: ser un poema. Las aliteraciones más exquisitamente gangosas pueden serlo también.
Pongo un ejemplo: el otro día, la organizadora de una presentación y lectura de cierto poeta me dijo: "Fulano leyó su libro y tuvo mucho éxito, sobre todo entre los jóvenes." Viendo lo que escribe Fulano, entendí el porqué del éxito: los jóvenes no sabían que podían ser poetas, o que ya lo eran, hasta que escucharon los poemas o las insolvencias líricas (según se quiera) de Fulano. Cuando oyeron lo que leyó, se entusiasmaron, porque de inmediato entendieron que, siendo así, ellos podían ser poetas o que en realidad ya lo eran. La lógica se los decía sin más: si Fulano es poeta, gana premios, le publican sus libros, lo invitan a presentarlos y lo que lee se parece mucho a lo que todos podemos hacer, entonces la poesía está al alcance de nosotros.
Censurar el lugar común, la sensiblería, el ripio, la inocencia y el tono burdo de cierta poesía limitada intelectualmente no tiene hoy muchos visos de rigor, pues una buena parte de la poesía intelectual está llena también de palabrería, es ininteligible, y goza de un prestigio cultural que también puede conseguir, como dijo aquella organizadora, mucho éxito entre los jóvenes. ¿Cómo saber que un poema es un poema; que cierto texto debe leerse como un poema?
Efraín Bartolomé nos recuerda que A. E. Housman habla de una prueba fisiológica, resumida así: "Estás ante un verdadero poeta cuando alguno de sus versos es capaz de erizarte los pelos de la barba, cuando alguno de sus versos es capaz de producir una corriente escalofriante, una sensación de irrealidad que aprieta tu garganta y humedece tus ojos. Un terror cósmico que nos ordena de nuevo."
El problema es que mucha gente no sabe leer poesía, o que lee poesía como si estuviera leyendo el periódico. Para decirlo prosaicamente con el más absoluto prosaísmo de un cantante de moda: "yo quiero regalarte una poesía/ tú piensas que estoy dando las noticias".
En un conocido epigrama ("Prosa y poesía"), Eduardo Lizalde sitúa el problema con implacable sarcasmo: "La prosa es bella/ –dicen los lectores–./ La poesía es tediosa:/ no hay en ella argumento,/ ni sexo, ni aventura,/ ni paisajes,/ ni drama, ni humorismo,/ ni cuadros de la época./ Eso quiere decir que los lectores/ tampoco entienden la prosa."
En su Diccionario –cada vez más laxo, cada vez menos normativo– la Real Academia Española define lo poético como aquello que manifiesta o expresa en alto grado las cualidades propias de la poesía, en especial las de la lírica: idealidad, espiritualidad y belleza. José Emilio Pacheco seguirá teniendo razón cuando aconseja encontrar otro nombre, cualquier término "que evite las sorpresas y cóleras de quienes/ –tan razonablemente– leen un poema y dicen:/ Esto ya no es poesía."
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